Cuando era niña, mis vecinos tenían el Lp de Steve Wonder Journey through the secret life of plants (viaje por la vida secreta de las plantas). Por lo visto es la banda sonora de un documental con el mismo nombre que, por cierto, no he visto. Esta noche lo buscaré en internet. Me encantaba el título de aquel disco. Me hacía soñar. Lo escuchaba tumbada en el suelo, pensando en plantas. Desde muy pequeña me ha gustado observarlas, mirar las hojas, imaginar su vida. Ahora caigo en que tampoco he vuelto a escuchar el disco. Esta noche lo buscaré en internet.
No soy una jardinera experta, ni mucho menos. Lo que me atrae es experimentar y observar: Coger esquejes, tenerlos en agua, ver si sacan raíz y después plantarlos, o sembrar semillas y esperar. Cuando, de pronto, al cabo del tiempo veo el primer brote saliendo de la tierra, me asombra y me emociona. Me maravilla ver cómo van creciendo, intuir qué necesitan, adivinar qué quieren y discretamente ir cotilleando su vida secreta.
Tengo amigos viajeros que dicen que el viaje se inicia mucho antes de salir de casa. Reconozco que para los viajes no tengo paciencia, pero en cambio con las plantas sí. Mi disfrute empieza en el momento de cubrir una semilla con tierra y regar, por lo que entiendo muy bien eso que dicen de los viajes. Para mí una planta comienza cuando aún no es planta, igual que para ellos el viaje arranca en el momento de empezar a planearlo.
Me maravilla ver cómo van creciendo, intuir qué necesitan, adivinar qué quieren y discretamente ir cotilleando su vida secreta.
La otra mañana, mi suegro nos enseñaba, orgulloso y feliz, un minúsculo brote de encina. Hace un tiempo sembró en una maceta una bellota traída de su tierra, Jabugo. Al lado de aquel pequeño tallo, también había nacido una mala hierba. No me gusta eso de “mala hierba”, pero ese es otro tema. El caso es que nos explicó que no había quitado aquel brote inesperado porque está convencido de que le hace compañía a esa pequeña encina que aún no sabe que no ha nacido en un bosque. La pobre ni se imagina que está en una macetita, en una terraza, en una ciudad. Me pareció una reflexión tan tierna como aquellos dos tallos finos recién brotados.
Durante días me quedé dándole vueltas a esa idea tan encantadora, tan poética, y me di cuenta que sin haberlo pensado, llevaba tiempo poniéndolo en práctica. En casa había ido haciendo pequeñas agrupaciones de plantas diferentes y la verdad es que las noto más felices que antes. Va a ser cierto eso de que les gusta estar acompañadas, y lo entiendo. La soledad siempre es mejor en compañía. Una cosa es estar solo, y otra muy distinta, sentirse solo.
Va a ser cierto eso de que les gusta estar acompañadas, y lo entiendo. La soledad siempre es mejor en compañía.
De cómo sienten los humanos se investiga mucho, del sentimiento de los animales, afortunadamente, se empiezan a preocupar, pero del sentir de las plantas no tenemos ni idea y está claro que sienten y mucho.
Mientras observo discretamente la vida secreta de mis plantas, mientras aprendo con ellas, pienso en cuánta gente nunca se para a ver lo fascinante que es la naturaleza. Esa gente, supuestamente civilizada, me parece muy peligrosa. Esa gente es la que no respeta bosques, ni mares, ni praderas de posidonia. Y mientras riego unas macetas a la espera de que alguna semilla germine, se me ocurre que ya quisieran muchos tener la nobleza de un roble, la sensibilidad de una flor de hibiscus, o el saber estar y la sabiduría de un viejo algarrobo. Sin duda, nos iría a todos mucho mejor.
#eivissadiuno
Lo de agrupar las plantas ya hace tiempo que yo también lo descubrí , tienes razón, son más felices, les ocurre como a los humanos.!Qe bien escribes Susana! Sigue deleitandonos así.
A ti te gusta leer lo que escribo y a mí me encanta leer tus comentarios. Gracias Puri.