EL HONOR RECUPERADO
Seamos sinceros, tras el impactante debut en el Daredevil de Marvel Comics, personaje de culto al que rescató de la cancelación para elevarlo a los altares, nadie creía que Frank Miller (EE.UU, 1957) se sacaría de la manga una obra monumental y tan exigente para con el lector como es Ronin. Todos pensamos que una vez encontrado el filón del éxito se agarraría a este repitiendo de nuevo la misma fórmula que le diera tan buen resultado, pero el autor, que por aquel entonces contaba con sólo 25 años, estaba decidido a aprovechar las innovaciones técnicas de impresión y colorido de la época para ampliar los márgenes de actuación del género del cómic con todas sus consecuencias.
Tras rechazar la oferta de Jim Shooter, por aquel entonces editor en jefe de Marvel para incluir su trabajo en la nueva línea de las Marvel Graphic Novels de las que hablamos la semana pasada (veáse La muerte del Capitán Marvel, de Jim Starlin), Miller se decanta por D.C para publicar Ronin persuadido por la promesa de Jenette Kahn de gozar de absoluta libertad creativa. Es así como entre julio del 83 y agosto del 84 aparecen los seis números de 48 páginas que conforman esta serie limitada que algunos insisten en catalogar de ciberpunk.
Más allá de cualquier etiqueta que pretendan colgarle los “expertos”, lo que podemos encontrar en las páginas de Ronin, donde Miller se aprovecha del arduo trabajo de documentación en cultura oriental y artes marciales desplegado solo en parte en su primera época de Daredevil, es un ejercicio de ficción distópica muy del gusto de un servidor, donde hacen acto de presencia las influencias de las que ha bebido el autor para recrear su propia obra, original e innovadora. Los dibujos recargados del apartado tecnológico recuerdan a los lápices sucios y excesivos del Moebius en sus relatos de ciencia ficción de primera época. Los más limpios y prístinos se encargan de narrar la epopeya del samurai deshonrado por la muerte del mentor a quien debía proteger (porque eso es exactamente un ronin, un avergonzado samurai sin señor) en una subtrama que rinde tributo a El lobo solitario y su cachorro del guionista Kazuo Koike y el dibujante Goseki Kojima. Una de las especialidades de la casa, el decadente ambiente urbano ubicado en la postapocalíptica Nueva York, tiene ciertas similitudes a los revolucionarios decorados de Blade Runner. Y todo ello desarrollado desde el personal y trepidante ritmo cinematográfico que caracteriza a Miller del que ya dejó buena muestra en el mencionado Daredevil. Un estilo que a su vez debe mucho al arte secuencial con el que Will Eisner deslumbró al mundo en su afamado The Spirit y obras posteriores, también destacadas con anterioridad en esta sección.
Esta homogénea amalgama de cómic americano, manga japonés y álbum europeo generada por un autor norteamericano, algo del todo inusual para la época en su país de origen, dio como resultado uno de los trabajos más controvertidos de la historia del medio, de esos que no dejan indiferente a nadie. Lo amas o lo odias, sin medias tintas ni matices de por medio; servidor se siente afortunado de contarse entre los primeros, de ahí el motivo de la reseña, por supuesto.
Para la creación de este cómic el autor escogió el formato denominado full script (guión completo). Esta metodología de trabajo asociada a D.C durante décadas consiste en dividir la historia en paneles a modo de páginas a los que se incorpora en primer término el texto, el diálogo repartido en sus correspondientes bocadillos numerados, descripciones de acción y personajes, enfoques y perspectivas, y todos aquellos elementos que el guionista considere necesarios antes de esbozar siquiera un trazo. Solo al finalizar los paneles Miller empezó a rellenarlos de dibujo revisando escenas, corrigiendo defectos y añadiendo nuevos elementos que pudiera considerar relevantes. Tras el dibujo a lápiz y su correspondiente entintado llegaría otra de las piezas fundamentales de Ronin, el color, que en esta caso correría por cuenta de la que fuera su esposa, Lynn Varley, a mi parecer la mejor colorista del medio que como tal ha sido reconocida con todos los premios gordos de la industria, algunos de ellos por otras colaboraciones junto a Frank como 300, probablemente su mejor trabajo. Varley se aprovecha aquí de las nuevas y mejoradas técnicas de impresión y reproducción de la época para desarrollar su paleta de colores característica, complementaria al 100% con el trabajo del que fuera su marido hasta 2005, año en que se separaron.
El Ronin de Miller se convirtió por méritos propios (con la inestimable ayuda de Lynn) en una obra de referencia de los años 80 que marcaría un antes y un después en la forma de entender el medio. Un gran salto cualitativo hacia adelante, premonitorio a todas luces de lo que llegaría de mano del mismo autor a mediados de la década con Batman. El Regreso del Caballero Oscuro y Daredevil. Born Again. Un puñetazo en la mesa que acallaba bocas de aquellos que erróneamente calificaron al insolente recién llegado de flor de un día.
Como muy bien apuntaba el guionista de la obra de culto Camelot 3000, el norteamericano Mike W. Barr: “En Ronin he visto el futuro del cómic…y funciona”.
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demás vicios insalubres, es el escritor (i)responsable de la trilogía ibositana (2008-09-10) traducida al castellano y recopilada en El Hondero (2013), de los guiones de la webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13), y colaborador del programa televisivo/radiofónico de TEF y Radio Èxit, Supercultura Freak Chow (2013-14) otro despropósito relacionado con el mundo del cómic…como si no hubiera cosas más importantes que hacer.