@Julio Herranz/ Vivir a caballo entre la noche y el día en la locura en la que se ha convertido el verano en esta isla resulta esquizofrénico. ¿Cómo pueden cohabitar dos mundos tan antipódicos sin que llegue la sangre al río? Que llega, ay, pero (menos mal) mucho menos de lo que cabría de esperar entre dos realidades tan distintas y distantes entre sí. Hasta el punto de que muchos nos asombramos de que las instituciones no financien para los residentes algún tipo de tratamiento psicológico que palie al final de la temporada los estragos de tanto quebranto y tanto desconcierto. Sería una buena carta electoral.
Por razones de edad, digamos, uno duerme por la noche menos de lo que le gustaría; lo que compenso luego con la necesaria siesta. Así que me levanto a eso de las siete, y tras el desayuno y las labores domésticas de mantenimiento, salgo a caminar rápido por mi playa, la d’en Bossa, llegando hasta la altura del Hard Rock Hotel, donde me doy un breve baño reparador. Pues bien, el loco espectáculo que veo entre los apartamentos Jet y el Bora Bora (más o menos) me ofrece un cuadro que suele dejarme cavilando en clave sociológica sobre la deriva que ha tomado últimamente cierto turismo en Ibiza.
A menudo, los dos mundos se interfieren con singulares cortocircuitos: algún pasado de rosca saluda, o hace bromas más o menos simpáticas a la gente de paso; otros te interpelan sin cortarse un pelo y en la lengua que les venga bien…
Corrillos de jóvenes tirados en la arena, con todos los síntomas de haber estirado una noche de excesos hasta el abuso; la mayoría, bebiendo lo que sea (hay negocios donde pueden repostar durante toda la noche), haciendo alardes de que son los reyes del mambo y convencidos de que en esta isla tan de moda todo el monte es orgasmo. Cuerpos jóvenes y atractivos, juntos y revueltos en una melée que parece moverse al son de la música disco que aún resuena en sus frágiles meninges. Unos se bañan, otros se revuelcan en la arena, algunos discuten y hasta se pelean, los de más allá se besan o retuercen…
Y compartiendo el mismo escenario, unos cuantos jubilados menesterosos en su empeño de mantenerse en forma; algunos chicos y chicas que corren con sus auriculares como recién salidos de un sueño ordenado y feliz; varios negros que intentan vender gafas, gorros o lo que sea (sospecho que también llevan entre manos algún trapicheo ilegal) a los alborotados náufragos de la noche; y hasta grupitos de tres o más señoras maduras que, sin dejar de parlotear y darle a la crítica sin disimulo, parecen hacerse cruces sobre lo que ven a su raudo paso.
A menudo, los dos mundos se interfieren con singulares cortocircuitos: algún pasado de rosca saluda, o hace bromas más o menos simpáticas a la gente de paso; otros te interpelan sin cortarse un pelo y en la lengua que les venga bien… Desde luego, lo mejor es sonreir sin mostrar interés y seguir tu camino; pues si entras a sus eufóricos trapos te complicas la vida. En fin, qué les voy a contar. Y sólo he hablado de mi horizonte próximo, casi sin moverme de casa.