LA PESADILLA BLANCA
Cuando Tintín descubre que el avión en el que viajaba su gran amigo Chang acaba de tener un fatídico accidente en el Himalaya, nuestro intrépido reportero no duda ni por un instante ir en su búsqueda organizando una expedición de rescate junto al Capitán Haddock y su fiel perro Milú a las montañas del Tíbet, aun a pesar de que todos los indicios apuntan a un desenlace fatal.
Una vez localizados los restos del aparato todo parece indicar que su obsesiva intuición es cierta y que, efectivamente, Chang ha sobrevivido a la catástrofe. Las aventuras discurren entre los temores de la supersticiosa población local, quienes están convencidos de que un yeti habita las heladas montañas del pequeño país, un hecho corroborado por las numerosas huellas del big foot encontradas en la nieve. Pero la historia da un vuelco inesperado cuando con la proverbial ayuda de unos lamas tibetanos Tintín descubre que en realidad es el abominable hombre de las nieves quien rescató a su amigo íntimo en primer término. Bajo su bestial apariencia se esconde en realidad un ser tierno y sensible que se ve profundamente afectado al quedarse solo de nuevo tras la partida de Chang y sus amigos.
Estamos sin duda ante la más extraña de la aventuras de Tintín jamás publicada. No tiene ningún antecedente parecido y tampoco tuvo continuidad en volúmenes posteriores; es una historia muy emotiva en la que vemos llorar por segunda vez al protagonista (la primera fue en El Loto Azul, también co-protagonizada por Chang y ya reseñada con anterioridad en esta sección), sin villanos de por medio y con un reparto coral escaso, algo fuera de lo habitual en la saga del pequeño reportero.
El propio Hergé (Georges Remi, Bélgica 1907-1983) confesó que esta era su obra favorita de Tintín, y también la más personal, ya que fue dibujada durante un profundo periodo de crisis de las muchas que sufrió el atribulado autor a lo largo de su vida. Tras veinticinco años junto a su primera esposa, Germaine Kickens, el matrimonio empieza a resquebrajarse con la irrupción de una tercera persona, la joven colaboradora de los Estudios Hergé, Fanny Vlaminck, de quien el autor se enamora perdidamente. Al verse atrapado en los remordimientos generados por un triángulo amoroso del que no consigue escapar, y tras un prolongado ciclo de pesadillas recurrentes en las que según palabras suyas “el color blanco parecía inundarlo todo”, Hergé decide visitar a un psicoanalista suizo que a modo de terapia le recomienda dejar de trabajar en Tintín (¡!). En lugar de eso, el autor se lanza a la producción de Tintín en el Tibet, cuya primera edición aparecería seriada entre septiembre de 1958 y noviembre de 1959 en la revista homónima del personaje para ser recopilada en el conocido formato álbum inmediatamente después.
Fue allí donde Hergé, en un íntimo ejercicio autoterapéutico de exorcización de sus propios demonios internos, volcaría su angustia vital plasmando el blanco prístino e hiriente que aparecía en sus pesadillas a lo largo de toda la aventura ambientada en los inevitables paisajes nevados del Himalaya tibetano, elevando así a la enésima potencia el concepto de línea clara característico de sus trabajos. El final de la historia pareció coincidir con el de los sueños recurrentes y de otros problemas irresolutos. En 1960 se separaría de Germaine Kickens, de quien se divorciaría definitivamente en 1975. Solo dos años más tarde, en el 77, se casaría al fin con Fanny Vlaminck.
Pero si la vida personal de su creador resultó trascendental para la creación de Tintín en el Tibet, no es menos cierto que la interacción también funcionó en sentido inverso, ya que tras su publicación Hergé nunca volvería a ser el mismo.
Merece la pena destacar un par de curiosidades: Tintín es el único personaje de ficción premiado en 2006 con el galardón Luz de la verdad concedido por el Dalái Lama en persona, y que la fundación que lleva el nombre del autor tuvo sus más y sus menos con China en 2001 debido a sus intenciones de “reescribir” la historia que había sido publicada en ese país bajo el título Tintín en la China del Tibet, aunque finalmente y tras el veto inicial de los propietarios de los derechos consiguió recuperar su título original.
Tras una votación realizada entre críticos, profesionales y editores del medio, el álbum Tintín en el Tibet fue nombrado la mejor novela gráfica en lengua francesa jamás publicada, y os aseguro que de un tiempo a esta parte tanto belgas como franchutes han editado docenas de miles de ellas, algo que añade aun más valor si cabe a la más personal de todas las obras del genial y atormentado Hergé.
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demás vicios insalubres, es el escritor (i)responsable de la trilogía ibositana (2008-09-10) traducida al castellano y recopilada en El Hondero (2013), de los guiones de la webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13), y colaborador del programa televisivo/radiofónico de TEF y Radio Èxit, Supercultura Freak Chow (2013-14) otro despropósito relacionado con el mundo del cómic…como si no hubiera cosas más importantes que hacer.
Qué cosas. Pero esto es así siempre. A los que les gusta como a mí la lectura de libros, les recomiendo que también buceen en la génesis de los mismos, pues siempre hay una conexión, a veces increíble, entre el autor y el porqué de su obra.Y lo mismo vale, para cualquier artista en general, claro.
La elección de este álbum, como la mejor novela gráfica, me parece desproporcionado. Sobre todo teniendo en cuenta, que Francia ha tenido (y supongo tiente, no llego a tanto; que de cómic sé lo justito)unos enormes dibujantes y guionistas, que han dado a luz obras muy potentes.
Pero en fin, ellos se lo guisan y ellos se lo comen.