No será verdad, pero espero que el tan cacareado puerto renovado de Eivissa no termine siendo como el aeropuerto de Castellón, tan nuevecito y guapeado, pero tan vacío, sin un avión que le dé vida. Esa nueva y aparatosa macroestructura, que terminará arruinando lo mejor de nuestro patrimonio hustórico y sentimental, se está construyendo con el fin de acoger cuantos más cruceros sea posible. Los cruceristas se han convertido en estos últimos tiempos en uno de los más importantes motores de la economía pitiusa. Pero habrá que ver cuánto durará ese consuelo teniendo en cuenta que la precaria situación monetaria que vivimos hoy no permite muchos sueños de vacaciones en el mar y que las navieras, sabiéndolo, van rebajando sus precios de tal forma que hasta usted y yo podremos ir de crucero el próximo verano. Nos lo merecemos, aunque sea con nuestro paupérrimo poder adquisitivo. O sea, que si atribuíamos al nuevo puerto las virtudes de una plataforma de lanzamiento a la estratosfera de la economía pitiusa, ya podemos ir cambiando de idea. Si llegan a venir los cruceros a Eivissa, lo harán llenos de ingleses gordos en bermudas y camisas de flores, de alemanes con la jarra de cerveza en la mano y ni un duro en el bolsillo, todo a cuenta del all included.
Un puerto que era la admiración de todo el Mediterráneo, con sus barquitas, sus veleros sus xalanes y su impresionante fachada al mar con la catedral como guinda del pastel convertido hoy en una especie de campo de exterminio con esas alambradas asesinas y esos puestos de ‘seguridad’ que te hacen sentir como un prisionero en los campos de Austwitz. Pero lo peor, siendo fatal, no es el aspecto desolado y triste que ofrece hoy ese rincón maravilloso de recuerdos tan fantásticos para todos, residentes y visitantes. Lo peor está por llegar, con esas moles inmensas de cemento y hormigón, las grúas altérrimas y amenazantes, los puestos de seguridad, como si estuviésemos en un régimenn soviético, y por supuesto las alambradas, que dan mucho ambiente festivo y de vacación. Y entre todo ello, los grupos de turistas consultando si están en Eivissa o en Guantánamo.
En definitiva, el nuevo puerto (¿por qué no llamamrle New Port?) puede terminar siendo un gran parque infantil o una nueva extensión para la UIB o, puestos a seguir invirtiendo dinero a fondo perdido, puede aprovecharse esta extensión para crear ese campo de golf, tan implorado por algunos empresarios que se aburren de contar el dinero, como el tío Gilito del Pato Donald.