@Julio Herranz/Hay muchas maneras de valorar el nivel de calidad social e intelectual de un pueblo, pero una de las que más me gustan y alegran es comprobando cómo protege y defiende a sus escritores en general y a sus poetas en particular, algo que deja mucho que desear en la mayoría de los países de nuestro entorno cultural, empezando, sin ir más lejos, por el nuestro. Y, desde luego, rechazo de plano que ese nivel de calidad se mida sólo con criterios de mercado, que suele ser el criterio dominante en nuestras sociedades consumistas. Lo de que tanto ganas, tanto vales sería una perversión conceptual aplicado a la lírica.
Y sí hay un país en Europa que demuestra sentirse claramente orgulloso de su patrimonio literario es Irlanda. Lo he vuelto a comprobar en mi segunda visita a Dublín, hace unos días y por una semana. La ventaja de tener vuelos directos desde Ibiza ayudó también, desde luego, en la elección de destino para olvidar lo más pronto posible el ruidoso, vulgar y desmadrado verano ibicenco, con sus tantas sombras y sus pocas luces, a pesar de los bronceados achicharrantes que lucen nuestros marchosos visitantes, tan poquísimo dados ellos a meter libros en sus livianos equipajes de campaña.
Rechazo de plano que ese nivel de calidad se mida sólo con criterios de mercado, que suele ser el criterio dominante en nuestras sociedades consumistas. Lo de que tanto ganas, tanto vales sería una perversión conceptual aplicado a la lírica.
Una prueba de tal orgullo es su Museo de Escritores, algo que nunca he visto en otros países que presumen de ilustrados. Instalado en un precioso palacete en el centro de la capital, muestra un amplio abanico de autores, muchos de ellos poetas, aunque también abundan en sus dos pisos y varios salones novelistas y dramaturgos. Con unas instalaciones mimadas al detalle con abundantes muestras de manuscritos originales, primeras ediciones, fotos, grabaciones, objetos personales, recuerdos, fetiches y documentos de la más curiosa y variada especie, me pasé una larga mañana curioseando encantado la vida y obra de una rica y celebrada nóminas de colegas. Porque tampoco faltan los chismes, las broncas, las críticas y los enconos que tal fauna se llevaba entre manos. Aspectos complementarios, pero que aportan la sal y la pimienta necesaria para apreciar sus guisos literarios en su vasta, alta y rica complejidad. Con una consideración añadida importante: en relación al tamaño de su territorio, Irlanda es el país que cuenta en su haber con más premios Nobel de Literatura por metro cuadrado.
Otro ejemplo, en este caso coyuntural, fue la exposición ‘Lines of vision’, que llevaba abierta desde varios meses atrás en la National Gallery. Ofrecía una amplia y muy bien instalada muestra de cuadros de varias épocas que habían inspirados obras literarias de escritores irlandeses vivos, sobre todo de poetas. Con pinturas del más variado registro y género, desde Velázquez, El Greco o Picasso hasta Francis Bacon (por cierto, también era irlandés). Una ficha junto al cuadro informaba de por qué el autor la había elegido; y al final, en una salita proyectaban un documental con breves entrevistas realizadas en el escenario donde escribían los seleccionados, algo que siempre me resulta interesante de conocer por el cotilleo doméstico del oficio.
Tampoco faltan los chismes, las broncas, las críticas y los enconos que tal fauna se llevaba entre manos. Aspectos complementarios, pero que aportan la sal y la pimienta necesaria para apreciar sus guisos literarios en su vasta, alta y rica complejidad.
Y de remate, según salía del museo, un chico me informó de que dentro de poco habría una lectura poética en el Atrium del museo. Ya tenía hambre para entonces, pero afuera llovía y decidí acercarme. Era sobre el mediodía y la daba una señora con pinta de profesora de instituto. Aguanté un ratito, pues no la entendía demasiado; le hice una foto con el móvil y me fui discretamente, sin mirar atrás por pudor; pero cuando el estómago manda…