A las once de la mañana he dejado lo que estaba haciendo y me he dicho en tono firme “¡Se acabó!” Me salió así, de pronto, como si hubiera sonado la sirena de la fábrica y mi turno hubiera terminado. Así sin más. Como si fuera un concurso de la tele y acabara el tiempo de respuesta. He abandonado la escoba en el rellano de la escalera y he buscado un cuaderno de dibujo, unos rotuladores, de cuando mi hijo iba al colegio, y me he sentado en el salón a intentar hacer unos dibujitos para mis sobrinos nietos. El pequeño Leo cumple cinco años esta semana y me parecía simpático llevarle algo hecho por mí. Como su hermana Didi es aún más pequeña, quiero hacerle algo a ella también.
Y así, con la casa a medias y sin tener ni idea de qué comeríamos al mediodía, me he puesto a dibujar. Pensé en dibujar sus nombres con letras gordas y decorarlas. Pensé en dibujar un globo, unas burbujas, flores, lunares… Y de pronto se me ha ocurrido dibujar un cohete. Y ahí que me he puesto muy concienciada a hacerlo. Hace tanto que no dibujo, que algo que antes hubiera hecho en un momento se ha convertido en mucho rato. Tanto rato, que aún no lo he acabado. ¿Cómo es un cohete? ¿Cómo es un cohete dibujado para niños? ¡Qué difícil es hacer un cohete! Podría haberme metido en internet, buscar y copiar, pero no quiero hacerlo así. Quiero estrujarme la cabeza.
He empezado a buscar y a sacar lápices, sacapuntas, gomas. ¡Tengo de todo! Pero todo bien entradito en años. Me siento como intentando organizar una coreografía de breakdance con un grupo del Imserso.
Además de mi desentreno con las artes plásticas, está el problema de los rotuladores. Los pobres deben de tener unos quince años o más. Entre los que no tienen capucha y los que sí la tienen pero ya tampoco pintan, la gama de colores no es muy surtida. Así que he empezado a buscar y a sacar lápices, sacapuntas, gomas. ¡Tengo de todo! Pero todo bien entradito en años. Me siento como intentando organizar una coreografía de breakdance con un grupo del Imserso.
Todos los lápices y demás material están encantados de participar. ¡Los veo felices! Yo estoy emocionada también; pero entre que la regla aparenta estar recta y tiene los bordes como mordisqueados; que los rotuladores quieren hacerse los jovencitos y no cuela; que los sacapuntas con la humedad se han oxidado; y que los lápices con miedo a coger el tétanos se niegan a afilarse… Lo del impulso de hacer unos dibujitos a mis niños no sólo parece una locura a las once de la mañana, sino que empieza a ser algo realmente complicado.
Yo sigo en mis trece, empeñada en dibujar un cohete, y eso que noto en la nuca la mirada de la escoba y la verdad es que me incomoda. La siento ahí, toda tiesa, en el rellano, mirando hacia el salón y comentándole al recogedor “¿Y ésta hoy de qué va? ¿De artista conceptual? ¡Será ridícula!” Pero yo ni caso. A mi edad, lo que diga una escoba me resbala.
Entre que la regla aparenta estar recta y tiene los bordes como mordisqueados; que los rotuladores quieren hacerse los jovencitos y no cuela; que los sacapuntas con la humedad se han oxidado; y que los lápices con miedo a coger el tétanos se niegan a afilarse…
Y en esas estoy. He dibujado unos tres o cuatro mil cohetes, porque ninguno me acaba de convencer. He ido apartando rotuladores secos, he gastado medio bloc de dibujo y finalmente he guardado la escoba en su sitio. “¡Hala, bonita, te doy el día libre!” Le he dicho con rintintín. Me ha dado pena el recogedor, sé que el pobre se hubiera quedado tan a gusto mirando el lío de colores, pero como no sabe estar sin ella…
Se me había olvidado lo divertido que es dibujar. Lo mucho que relaja. Y lo difícil que es hacer un cohete. Creo que voy a hacer esto más a menudo. Por mucho que le fastidie a la escoba, por no barrer a fondo no se para el mundo, e la nave va…