@D.V./ “Creo que este sitio es muy agradable”, comenta Pepita Torres, y no le falta razón. Este sábado 1 de noviembre el cementerio parroquial de Jesús luce como un delicado y cuidado jardín. De dimensiones muy modestas, familiar, sin impersonales bloques de nichos, pintado, limpio y con las tumbas repletas de flores, uno piensa que quienes reposan aquí son unos auténticos privilegiados y que este lugar es un veradero remanso de paz. Aunque, evidentemente, cuanto más se tarde en que te traigan, mejor.
“Me gusta venir, eso es buena señal. Lo malo será el día en que me traigan otros”, señala con humor negro Joaquín López, que tiene enterrado en el cementerio parroquial a sus padres. Un privilegio reservado a unos pocos: la población de Jesús ha crecido, los muertos ya no caben en el pequeño cementerio parroquial y ahora a la mayoría los derivan al de Santa Eulària. Cada veinte años, además, se deben mover y reubicar los restos para dejar espacio a los nuevos inquilinos del camposanto. “Yo espero que me entierren aquí”, indica López, “para estar cerca de mis padres”.
Exbeatniks, un arquitecto de la Gatpac y vecinos de toda la vida
El cementerio parroquial de Jesús se visita en un momento y depara agradables sorpresas. Los entierros se realizan en la tierra y, en ocasiones, las flores se dipositan directamente sobre esta tierra, sin losas ni lápidas de mármol. Encontramos muchos apellidos alemanes -Haupt, Krüger- testigo de los primeros beatniks que se instalaron en Jesús y echaron raíces en esta tierra. Leyendo los nombres en las lápidas encontramos una mezcla de todos los apellidos ibicencos: mientras que en Corona predominan los Costa, en Sant Miquel los Tur o en es Cubells los Marí, aquí ningún apellido tiene la hegemonía incontestable, aunque los Torres ganan por poco.
La lápida más antigua data de 1855 y nos indica que aquí reposan los restos de Maria Escandell, fallecida un 6 de febrero. También leemos que Francisca Juan falleció el 15 de julio de 1873 a la venerabe edad de 92 años -Francesc Pi i Margall presidía ese día el gobierno de la Primera República Española-. Al fondo del camposanto, en una pared blanca, encontramos una lápida muy sencilla que nos indica la presencia del inquilino más ilustre: el arquitecto Josep Lluís Sert.
“Venimos muchas veces pero hoy no se puede fallar”, comenta Antonia Boned mientras arregla las flores en una tumba y, muy seria, me dice: “Están todos aquí. Padres, abuelos, tíos… Nuestro deber como vivos es acompañarles”.
Pepita Torres ha venido a saludar a su hermano, que murió prematuramente. Sus sentimientos son agridulces, como no podría ser de otro modo: “Dar una vuelta por aquí no me cuesta nada. Me queda cerca de casa, el cementerio es precioso y hoy, con tantas flores, está muy alegre. Siempre me ha gustado venir”. Cambia el agua, limpia el jarrón de las flores, habla con las vecinas, visitan las tumbas de unos y otros, comparan las flores de una tumba con las de otra. Después se despiden muy educadamente. Y, como quien no quiere la cosa, ya ha pasado la mañana del Día de Difuntos, que en Jesús no es, ni de lejos, tan terrible como los que contaba Larra.