@Julio Herranz/ Que María Asunción Mateo, la viuda de Rafael Alberti (quien tuvo una relación tormentosa y difícil con Ibiza por mor de la Guerra Civil. Ver el libro de Antonio Colinas sobre el tema) se excede en su derecho de custodia de la obra del poeta del Puerto de Santa María, es algo que sabíamos ya con creces desde hace tiempo los interesados en el asunto. Pero, al menos uno, ignoraba que el abuso llegara al extremo de prohibir que en los libros de texto de los institutos no se pudiera reproducir algún poema suyo, ni siquiera fragmentos, si la iniciativa no pasaba por la caja del copyright de la sociedad limitada que ella preside sin concesiones, ni siquiera para objetivos pedagógicos. Algo que los demás herederos de todos los poetas de la Generación del 27 consienten, pues para estudiar a los poetas es fundamental que se conozcan sus trabajos.
El abuso llega al extremo de prohibir que en los libros de texto de los institutos se pueda reproducir algún poema suyo, ni siquiera fragmentos, si la iniciativa no pasa por la caja del copyright de la sociedad limitada que ella preside sin concesiones.
De semejante prepotencia y atropello lírico me enteré, por puro azar, leyendo en el avión de vuelta de mi reciente viaje a Rota el número 56 de la revista Yorokobu, que regala Vueling a sus viajeros. Lo cuenta con detalle Carlos Carabaña en su artículo ‘Alberti no tiene quien lo estudie’, del que copio este párrafo: «Con la ley en la mano, todo lo que ocurre con el legado de Alberti es perfectamente legal. Tras la ardua batalla judicial entre su viuda, María Asunción Mateo, y su hija, Aitana, la justicia dictamino que la primera tenía razón. Ahora, los derechos sobre sus textos lo gestiona la agencia Carmen Balcells; los musicales y teatrales, Monge Bofeta Asociados Musicales y teatrales; y los de voz, imagen y obra gráfica, la sociedad limitada Alba del Alhelí. Esta, cuyos apoderados son la propia Mateo, su hija Marta, de un matrimonio anterior, y el abogado especialista en derechos de autor Santiago Mediano, es la depositaria y a donde van los beneficios generados.»
Pues será todo lo legal que permiten las leyes de este país, pero en absoluto me parece justo este secuestro de la obra de Alberti para beneficio privado. Sobre todo, insisto, en lo relativo a la reproducción de algún ejemplo en los libros de texto. Pero de las maneras prepotentes de la tal Mateo se ha escrito mucho ya. Quien tenga curiosidad al respecto, que busque los testimonios de algunos amigos de Alberti, como Luis García Montero o Benjamín Prado. Y aporto aquí uno propio y elocuente: En 1992 compartí con ella y algunos más, pocos, ser en Cádiz miembro del jurado del Premio Nacional ‘Rafael Alberti’, por haberlo uno ganado el año anterior con mi poemario La mirada perdida. Pues la señora del vate, vivo entonces y que tenía que haber presidido el jurado (no asistió, por lo visto estaba cansado y tal), se empeñó en que lo ganara un libro que a mí no me gustaba, y que luego me enteré que era de una amiga suya. No hubo nada que hacer; salvo mi postura crítica, el resto del jurado apoyó la ‘autoridad’ de Mateo y ganó su opción. Faltaría más. Aunque, al menos, tuve el consuelo de que el que me parecía a mí el mejor de los finalistas logrará un accésit de consolación. Un caso lamentable de manipulación del jurado que, por desgracia, abunda más de lo que parece en el mundillo literario español. O tienes padrinos (o madrinas) en el tribunal que juzga o lo tienes más bien crudo. Sin generalizar, claro, pero con más frecuencia de la tolerable. Ay, España y sus corruptelas, que se extienden por todos los estratos de la sociedad, como vemos, perplejos, cada día.
Qué peligro tienen algunas viudas de los artistas; sobre todo aquellas que se casaron con ellos en el último tramo de sus vidas y cuyo celo por la obra de sus difuntos resulta a menudo sospechoso.
En fin, y volviendo al tema de este artículo: qué peligro tienen algunas viudas de los artistas; sobre todo aquellas que se casaron con ellos en el último tramo de sus vidas y cuyo celo por la obra de sus difuntos resulta a menudo sospechoso. Otro ejemplo (noticia reciente) sería el de Marina Castaño, la viuda de Camilo José Cela, a quien la justicia acusa de hacer un uso privado de la Fundación del autor gallego, que ella preside. Ay, sí, tan desconsoladas quedan las pobres que han de paliar su duelo con algunas prebendas de privilegio. Pues con su pan se lo coman, pero que al menos no impidan que las obras de sus respectivos se difundan como ellos hubieran querido. Al menos en el caso de Rafael Alberti, tan fiel hasta su muerte a sus principios comunistas.