@Julio Herranz/ Un colega y crítico amigo suele decir que, en cuanto a rivalidad, mosqueos, tensiones y puñaladas traperas, el mundillo lírico no tiene nada que envidiar al de las folklóricas de rompe y rasga. Que, como ellas, todas las más grandes y «más mejores, dónde va a parar», el ganado de los renglones cortos es capaz de vender lo invendible por subir peldaños en el vano escalafón de los elegidos por la gloria. Y que por una buena crítica en un medio generalista importante están dispuestos a toda clases de maniobras orquestales en la oscuridad. Por no hablar de premios con dotación económica sabrosa, pues entonces los líricos mueven cielos y tierra por engrosar su cuenta corriente, hasta con chantajes íntimos y veladas acusaciones de corruptelas de todo tipo; incluidos favores de cama, faltaría más. Todo por la causa; espiritual, desde luego.
Por una buena crítica en un medio generalista importante están dispuestos a toda clases de maniobras orquestales en la oscuridad. Por no hablar de premios con dotación económica sabrosa.
Sin embargo, también es cierto que a veces, aunque sean poquísimas, al gremio no le duelen prendas para unirse en plan Fuenteovejuna, todos a una, si una causa, mayormente socio-política, amenaza su libertad e independencia y se sienten agredidos en sus motivaciones íntimas y morales. Entonces, tal en el caso que me ha venido a la mente en estos días primerizos del año, la rabia nos sube muchos enteros y esgrimimos las plumas al unísono para defender nuestra parcela de autonomía, indignados como parados de larga duración para poner coto a los desmanes amenazadores y volver a recuperar la calle y las torres de marfil para la causa de la palabra inspirada. Faltaría más.
Sevilla tuvo que ser, con su lunita plateada, testigo de nuestro clamor… De nuevo, fue una circunstancia vacacional la que me hizo estar presente en un acontecimiento histórico; en este caso, el fallido golpe del 23-F de 1981, cuya noche de autos me pilló en Granada, nada menos, con el eco de García Lorca asesinado por los fascistas alborotando al poeterío local, que, en general, se veía ya como mártir de la cosa. Dos días intensos de emociones, cabreo de los gordos y muchas copas con humos marroquíes de por medio. Y de la ciudad del Darro, me fui a la del Guadalquivir, tras pasar unos días en mi Rota familiar. Era el día 28, y el pretexto de la escapada sevillana con otros colegas gaditanos era asistir a un homenaje al gran amigo Bécquer, enterrado en algún sitio ilustre que ahora no recuerdo. Un acto, pues, literario, al que asistió la plana mayor de los poetas andaluces, incluido el mismísimo Rafael Alberti, tan comprometido y peleón aún por aquellas fechas; y a quien el Tejerazo le retrotrajo el fantasma lúgubre y fatal de la Guerra Civil, en la que el del Puerto tuvo tanto protagonismo, junto a su enorme María Teresa León.
Al finalizar el acto cultural, alguien propuso que nos uniéramos todos a la gran manifestación convocada en toda España para demostrar la repulsa más absoluta contra el fallido golpe. Algo a lo que, por supuesto, todos accedimos encantados. Y allí que nos fuimos, juntos y unidos como un sólo hombre y una sola mujer, en pos del sacrificio que hiciera falta para defender nuestro sueño civil de pararle los pies a cualquier otra intentona militaroide que buscara el salto atrás. Que las había, y eran bien aireadas por algunos de los medios nostálgicos del Régimen. Menudo subidón, pues, de adrenalina al vernos entre tantísima gente y tanta pancarta, hombro con hombro y gritando las consignas que la multitud coreaba con la fuerza y el salero sevillano. Nunca después he vuelto a sentirme tan emocionado por la ebriedad solidaria del pueblo. Ay, sí, la edad y la inocencia tuvieron mucho que ver en semejante éxtasis cívico.
Aquella vez dimos la talla como el que más. Y lo bien que nos supieron luego las copas y tapitas con las que celebramos la épica movida.
Ríos de gente de todas las edades por las principales arterias de la capital andaluza, tan dispuesta ella siempre a echarse a la calle por lo que sea: bodas, funerales, ferias, toros, pronunciamientos (el muy cabrón del Queipo de Llanos era también sevillano; por ejemplo)… Pero esta vez más y mejor, porque lo del infame numerito zarzuelero del coronel de la Guardia Civil, televisado para más inri y difundido con estupor a los cuatro vientos, había adelantado el Carnaval de ese año con un esperpento de traca y nos había avergonzado tanto estética como éticamente ante los ojos de Europa y de la civilización toda. Que no, que por ahí no pasábamos tampoco los poetas. Así que aquella vez dimos la talla como el que más. Y lo bien que nos supieron luego las copas y tapitas con las que celebramos la épica movida. Es que cuando queremos, de verdad y sin afán de protagonismo, sabemos y podemos estar a la altura que exigen las circunstancias que nos pongan entre la espada y la pared.