@Julio Herranz/ En estos rápidos y estresados tiempos de interneces y saturación, una obra corta pero buena es más valorada y útil que una larga, aunque también sea buena. Un principio que puede aplicarse a cualquier campo de la creación en general, pero más aún en literatura; y, sobre todo, a la poesía, un género que, por definición, busca más bien lo breve e intenso (de sentido y sonido) antes que lo extenso y farragoso. Recortar, podar, mejor que irse por las ramas. Una consideración que siempre tuvo muy en cuenta Jaime Gil de Biedma, poeta de la Generación del 50 que murió de sida con sólo 60 años el 8 de enero de 1980. Hace, pues, un cuarto de siglo, tiempo razonable para sopesar si sus versos siguen teniendo actualidad y se siguen leyendo con interés por la afición. Que sí; y mucho más que los de sus compañeros de grupo, algunos de ellos aún vivos.
Barcelonés de nacimiento y global en sus intereses culturales, con cierta preferencia por la literatura anglosajona, su obra poética completa, reunida en Las personas del verbo (Seix Barral), un volumen de sólo 175 páginas, goza todavía de una excelente salud y su lectura aprovecha como pocas, por lo que tiene de humanidad, belleza formal y concentración de conocimientos sobre la vida, la muerte, el placer, los sentimientos y el paso del tiempo. Libro que no debería faltar en la biblioteca de todo amante de la lírica, pues se trata de un trabajo que te acompañará siempre, ya que gana mucho en la relectura; y con los años vas descubriendo nuevos significados, matices, revelaciones al compás de tu propio crecimiento y experiencia personal.
Libro que no debería faltar en la biblioteca de todo amante de la lírica, pues se trata de un trabajo que te acompañará siempre, ya que gana mucho en la relectura.
Como ya conté en este rincón digital, conocí a Gil de Biedma a finales de los setenta en un congreso literario valenciano; y fue una gozada escucharle recitar sus poemas, algo que recomiendo; hay algunas muestras en youtube. Gozo que tuvo un feliz complemento con el trato personal, ya que era un gran conversador, muy culto, erudito e irónico. Tras el congreso le mandé algunos de mis libros, que agradeció por carta con comentarios generosos, al tiempo que precisaba que ya apenas leía cosas de poetas nuevos, pues prefería más bien releer lo que ya sabía que eran valores seguros y decantados por el paso del tiempo. Algo que me sucede también a mí desde hace unos años. De ahí que me dé una pereza tremenda ser jurado de un premio de poesía; algo que procuro evitar, aunque tenga compensación económica.
En la contraportada de Las personas del verbo, Gil de Biedma explica con su lucidez habitual por qué dejó tan pronto de escribir poesía: «Mucha gente me lo pregunta, yo me lo pregunto. Y preguntarme por qué no escribo desemboca en otra inquisición mucho más azorante: ¿Por qué escribí? Al fin y al cabo, lo normal es leer. Mis respuestas favoritas son dos. Una, que mi poesía consistió -sin yo saberlo- en una tentativa de inventarme una identidad; inventada ya, y asumida, no me ocurre más aquello de apostarme entero en cada poema que me ponía a escribir, que era lo que me apasionaba. Otra, que todo fue una equivocación: yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema. Y en parte, en mala parte, lo he conseguido».
Precisaba que ya apenas leía cosas de poetas nuevos, pues prefería más bien releer lo que ya sabía que eran valores seguros y decantados por el paso del tiempo. Algo que me sucede también a mí desde hace unos años.
La noticia de su muerte, que los que estábamos más o menos metidos en el ajo literario presentíamos cercana, pues por aquel tiempo el sida no tenía remedio, me causó una fuerte impresión; y pocos días después le dediqué el poema ‘La enfermedad’, incluido en el libro La mirada perdida. Copió aquí sus últimos versos como homenaje cariñoso hacia uno de los poetas más grandes y vivos de su tiempo, de cualquier tiempo: «La guinda del poema,/ corte de mangas para la afición/ y al carajo con todo./ Te mereces, cabrón, la vuelta al ruedo/ arrastrado por un ángel nocturno».