Cuando ya por fin tenía la casa en orden, la chimenea encendida y una cazuela con habas tiernas haciéndose lentamente, sentí ese hambre que entra hacia la una del mediodía. Ese hambre agradable de la hora del aperitivo. Vi en la cocina un cachito de chorizo colgando de su cuerda y en el cesto del pan un trozo que sobró de la cena de ayer. He cortado tres rodajitas y me lo he ido comiendo con el pan así tal cual, sin tostar ni nada, frío y gomoso. Sabía de maravilla. Qué pareja perfecta forman el chorizo y el pan, esté el pan como esté. Me he servido un vasito de vino tinto y he ido intercalando sorbitos con bocados. Lo he ido degustando en silencio, con el sonido apacible del hervor de la cazuela a fuego lento y con la mirada atravesando la ventana de la cocina. La mente se fue lejos y los ojos, al ratito, dejaron de enfocar el paisaje. Mientras tanto, yo seguía ahí quieta, masticando, bebiendo, saboreando y disfrutando.
Tras el último bocado, la mirada y la mente han vuelto de su paseo, aireadas y nuevas. El paladar procuraba prolongar al máximo esa mezcla perfecta de sabores, ese milagro de la química, que durante unos minutos me ha hecho sentir en la gloria. Unos minutos de auténtico descanso y desconexión del mundo. Algo incluso más reparador que un sueño profundo. Algo así como una hipnosis.
El paladar procuraba prolongar al máximo esa mezcla perfecta de sabores, ese milagro de la química, que durante unos minutos me ha hecho sentir en la gloria.
Entonces me he dado cuenta de que ahí, de pie en la cocina, con ese aperitivo improvisado, he sido feliz. Y es que la felicidad es así, pequeña. Pequeños momentos mágicos, pequeñas sensaciones. La felicidad es minúscula, diminuta, por eso muchos no la ven y algunos no la encuentran nunca. Buscan una cosa grande, algo aparatoso que abulte y ocupe espacio, pero en realidad la felicidad, a veces, llega a ser tan sutil que si uno no presta atención puede incluso no darse cuenta de que la tiene.
La felicidad desorienta a la gente. Hay quien la busca con tanta ansia que no la ve ni teniéndola enfrente. Hay quien desiste de sentirla porque cree no merecerla. Hay quien finge tenerla. Hay quien envidia a quien la tiene, pensando que la felicidad es una cosa constante, ininterrumpida. Hay quien dice que no existe. Hay quien la tiene tan mitificada que no la descubrirá nunca. Hay quienes la detestan y quienes la infravaloran. Y hay quienes saben encontrarla, porque son conscientes de que puede estar en cualquier sitio.
La felicidad es minúscula, diminuta, por eso muchos no la ven y algunos no la encuentran nunca.
La felicidad está por ahí, callada y silenciosa. Se esconde en los rincones más raros. Se puede esconder en una canción, o en el párrafo de un libro. A veces aparece en una mirada, o en un gesto. Otras en la temperatura del agua de la ducha, en una taza de café. Puede aparecer una tarde de domingo mientras fuera llueve, en la risa de alguien desconocido, en la luz de un amanecer, en una frase dicha o en una foto olvidada en un cajón. Cualquier sitio es posible. Hoy, quién me iba a decir a mí que aparecería en un cachito de chorizo con pan de ayer.
Mañana estaré al tanto para ver si también la encuentro. Tiene su gracia esto de procurar dar con ella. Quizás parte de la felicidad sea precisamente entrar en su juego del escondite.
Echaba de menos tus comentarios gracias por volver
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Gracias, Puri. Yo también echaba de menos venir por aquí 🙂
Gracias, Puri. Yo también echaba de menos venir por aquí 🙂
Me ha encantado leerte mientras desayunaba, con el café con leche en la mano ha sido mi primer ratito feliz del día….y no será el último!
Me ha encantado leerte mientras desayunaba, con el café con leche en la mano ha sido mi primer ratito feliz del día….y no será el último!