No, no me desagrada el gentilicio de Vallenc para los nativos y habitantes de Puig den Valls, suena autóctono, natural y de toda la vida, como portmanyí o formenterer. No siempre resulta sencillo encontrar una denominación de origen para los residentes en una determinada localidad. Si no, que se lo pregunten a los habitantes de Cabra o de Calella de Palafrugell, de nombre de referencia a veces ofensivo, a veces impronunciable. Vallenc resulta mucho más ibicenco que el dichoso PDV, que más parece un lobby hotelero tipo GPS que la localización en el mapa humano de una localidad pacífica y encantadora, hoy más convertida en una ciudad dormitorio más de Vila que en un pueblo con su propia idiosincrasia y dependiente de un municipio tan distante como Santa Eulària, con sus propias características diferenciales. No resulta fácil encontrar una forma de denominar a los habitantes de determinadas localidades pitiusas. No se me ocurre cómo deberíamos llamar a los residentes de es Cap de Barbaria o de Cala Gració, ¿bárbaros, graciosos? ¿Y a los de Portinatx o de Forada? ¿Portinatxins o Forats o, peor aún, agujereados?
Y eso porque no a todo el mundo, por fortuna, se le ha ocurrido traducir esos nombres al castellano que tanto gusta a José Ramón Bauzá, aunque no sepa hablarlo con la fluidez que exige un cargo como el suyo, tan cosmopolita y mundano. Su iniciativa de traducir los gentilicios para agradar a sus españolistas correligionarios no ha tenido el eco que él mismo esperaba. A ver, si no, cómo quería que se llamasen a partir de ahora pueblos como Andratx (¿Andrajo?) o Esporles (¿Espuerlas?) o Establiments (¿Establecimientos o, mejor, Grandes Superficies?) Graves errores porque hay cosas intraducibles y otras que resultan tan pretenciosas que casi rozan lo patético, como llamar Génova a un lugar que cualquier mortal situaría en Italia, nunca en Mallorca, o Petra a un pueblecillo de cuarta o quinta línea en el interior de la mayor de las Balears, en desafortunada comparación con las magníficas ruinas turcas.
No hay cómo reunir a un comité de sabios que domine el lenguaje para deshacer los continuos y molestos entuertos que ensucian nuestra forma de hablar y que dejan nuestros topónimos como si cualquier gambrerro analfabeto se hubiese dedicado a burlarse de ellos y a pasarse por el arco de triunfo o de fracaso nombres tan bonitos y genuinos como Platja d’en Bossa, ses Salines, Cala Jondal, sa Pedrera, Benirràs y otros muchos, más recordados hoy como Koko Beach, Bora Bora, Playa Malibú, Atlantis o Fiesta de los Tambores. De seguir por esos caminos desvirtuadores, será verdad que acabaremos llamando Cala Incineradores a Cala Carbó y Cabo Cañaveral a es Canar. ¡Viva los vallencs!