@Julio Herranz/ Por mor de Podemos, la palabra ‘círculo’ ha tomado en los últimos meses un cariz político asambleario que tiene alborotado el cotarro nacional por sus ganas de intervenir directamente en la ‘res pública’. Porque nuestra joven democracia nos ha demostrado con creces en sus casi cuarenta años de historia que eso de la política es un asunto demasiado serio para dejarlo sólo en las manos (largas y aprovechadas, mayormente) de los políticos ‘profesionales’. Un concepto que a uno le evoca a los artúricos caballeros de la mesa redonda; ampliado, ya iba siendo hora, a las damas, pues electoralmente ellas montan tanto como ellos. Y, además, estadísticamente son más.
La política es un asunto demasiado serio para dejarlo sólo en las manos (largas y aprovechadas, mayormente) de los políticos ‘profesionales’.
Mas no pretendo en este rincón lírico hablar directamente de política; aunque todo lo sea, y aunque en este 2015 sea difícil sustraerse a tal tentación. De lo que se trata es de recordar una grata velada que tuvo lugar durante el viaje que hice a Madrid hace unos días, razón por la cual falté el pasado sábado a esta cita con los amigos de Noudiari.es. El escenario fue una singular librería-galería del marchoso barrio de Malasaña (no recuerdo ahora bien su nombre, ¿Talaior?), donde a eso de las ocho los poetas Ben Clark y Andrés Catalán ofrecieron un recital al que vino más gente de lo que uno esperaba. Lectura de buenos poemas servidos con arte y parte por los dos amigos y cómplices, tanto de sus libros respectivos como de Mantener la cadena de frío, escrito al alimón. Un buen rato, pues, que me afirmó de nuevo en mi larga militancia a favor de sacar a la poesía de los libros y darle voz escénica: viva y, a ser posible, con fuerza y talento; algo que pocos colegas, ay, se preocupan de tener en cuenta, razón por la cual abundan los recitales que duermen a las piedras, por muy bueno que sea el material leído.
El problema vino después de la velada, cuando un grupo de una docena de íntimos de los dos jóvenes vates pretendimos encontrar un bar por la zona en el que picar algo, beber y charlar, que es lo que nos pedía el cuerpo. Pero era viernes (de Carnaval, encima) y todos estaban a tope. Así que el librero amigo tuvo la generosa y feliz idea de que hiciéramos el ágape en su negocio; por lo que compramos pizzas, birras, vino y volvimos por donde habíamos venido, encantados con tan simpática solución. Más barato, más entrañable y mucho más cómodo para disfrutar de la fraternal camaradería que había provocado la poesía, cómplice feliz ella de unos sentimientos agudizados por el estro.
Con las viandas en el centro, formamos un círculo y dale que te pego al desahogo charlatán entre trago y trago, mordisco y mordisco. Y no estábamos en una sala interior, sino en el propio negocio, a la vista de todo el que pasaba por la calle; algo (como me comentó Ben al día siguiente) que le podía haber costado una multa al dueño, pues lo que estábamos haciendo era ilegal según las ordenanzas mercantiles y tal. Afortunadamente no pasó nada y seguimos a nuestras anchas por varias horas. Los más prudentes hasta la media noche o así, pues tras tantas emociones, palique y caldos ya nos pedía el cuerpo, más bien, la horizontal protectora de Morfeo. Y que uno, desde luego, era el abuelo de la velada y debía dar ejemplo de moderación.
Así que el librero amigo tuvo la generosa y feliz idea de que hiciéramos el ágape en su negocio; por lo que compramos pizzas, birras, vino y volvimos por donde habíamos venido.
Un último detalle de armonía artística: Ben propuso que antes de irnos de la librería compráramos cada uno un libro al generoso anfitrión. Y bien barato, ya que todos eran usados, marcados por puntos de colores al precio de uno, dos, tres, cuatro y cinco euros. Obras de todo tipo pero seleccionadas con criterio de buen degustador literario. Y fue una gozada ver al personal, tan alegre y dicharachero a aquellas alturas, rastrear títulos por los anaqueles y haciendo comentarios sabrosos sobre los elegidos. ¿Que cual pillé yo? Pues… ejem, Hombres, hombres… (y otros relatos), de Doris Dörrie (Seix Barral). Todavía no lo he leído, pero, zapeando, no tiene mala pinta.