@Susana Prosper/ Rafael Sanchez Ferlosio, hablando sobre el remordimiento, cuenta que durante unas obras de rehabilitación en su casa, vio que cerca de donde iban a picar los albañiles había un nido de golondrinas. Pensando en que se asustarían con tanto ajetreo, metió la mano para ver si había algo dentro y encontró cuatro huevos calentitos aún. Justo en ese momento llegó la golondrina y al verlo tocando su nido salió espantada. Supo en ese momento, que aquella golondrina no iba a volver. Dice que ese remordimiento le angustió durante mucho tiempo.
Y es así, el remordimiento es angustioso. Duele. A veces lo alivia el perdón, otras, en cambio, ni eso. También hay quien nunca siente esa angustia, por muy mal que se haya comportado. Hay quien no sabe lo que es el remordimiento. Hay quien no tiene sensibilidad.
Supo en ese momento, que aquella golondrina no iba a volver. Dice que ese remordimiento le angustió durante mucho tiempo.
Hace años, una tarde muy lluviosa y en hora punta, me encontré metida en un enorme atasco en una de las rotondas de entrada a la ciudad. Parada allí, me fui fijando en que todos los coches hacían un giro extraño al llegar a la plaza, como si esquivaran algo. Cuando me llegó el turno de pasar, no me podía creer lo que vi. Había un chico tirado en el suelo junto a una moto. Paré el coche de inmediato para socorrerlo. Afortunadamente, un señor paró también y entre los dos atendimos a aquel muchacho. Llamamos a una ambulancia y apartamos la moto a un lado. Ya digo que llovía a cántaros ¿Sería por eso que nadie paraba? ¿Sería que todos salían del trabajo y lo único que tenían en mente era llegar cuanto antes a sus casas sin importarles nada más? No consigo entender el comportamiento de tantos conductores insensibles. ¿Sentiría alguno de ellos remordimiento después? Tristemente, creo que no.
Me viene a la cabeza otra vez que intenté socorrer a una motorista. También fue en una rotonda. Esta vez no había más coches, ella iba delante mío muy despacito, patinó y cayó muy tontamente. Paré para ayudarla y al preguntarle si estaba bien, se giró hacía mí y allí en el suelo y a gritos me dijo “¡Vete a la mierda!”. Era lo último que me podía imaginar que me diría. No contesté, me monté en el coche y me fui. La dejé allí, ridículamente sentada en el asfalto. Era una chica muy del estilo de ese programa que tanta gente ve, de novios y viceversa. Muy maquillada, muy peripuesta y con una lengua bastante más larga que su falda, como decía Sabina. ¿Sentiría ella, en algún momento, remordimiento por haber sido tan grosera con alguien que la quería ayudar? Tristemente, vuelvo a creer que no. Creo que le preocupaba bastante más haberse descascarillado la pintura de alguna uña.
Estamos hartos de ver gente que roba a espuertas, gente que engaña. Ninguno de esos delincuentes parece arrepentirse. Muchos incluso se vanaglorian de ello, se creen listos.
En las noticias estamos cansados de ver gente que hace desfalcos con la misma tranquilidad con la que otros hacen ganchillo una tarde de domingo. Estamos hartos de ver gente que roba a espuertas, gente que engaña. Ninguno de esos delincuentes parece arrepentirse. Muchos incluso se vanaglorian de ello, se creen listos. Esa gente, por supuesto que no sentirá remordimiento. Y es que para sentirlo, el primer paso es ser consciente de haber hecho algo mal. ¿Se darán cuenta de que no sólo es delincuente el que roba un bolso de un tirón? Tristemente, de nuevo, creo que no.
Así que entre los que esquivan a un herido por falta de tiempo y por lo que incomoda la lluvia; los que sólo les importa su look exterior y dentro están tan vacíos que podría escucharse el mar, como en las caracolas; y los que creen que ser inteligente es ser un macarra business class; me pongo en modo choni motorista y mando a la mierda a tanto insensible libre de remordimientos. Con la edad, si hay algo que no aguanto es la falta de sensibilidad. Estoy convencida de que a menos cerebro menos sentimiento. Me quedo, sin duda alguna, con un gran pensador como es mi admirado Ferlosio y su tristeza por esa golondrina, esa que no volverá.
Susana, estoy totalmente de acuerdo contigo. En 1981 alguien de mi familia compró un pollito de colores de los que estaban de moda en esa época. A los dos o tres días lo pisé involuntariamente y el pobre perdió la vida. Supongo que te imaginas el sentimiento de culpa, lástima e impotencia por no poder remediarlo que me acompañó durante mucho tiempo. A lo largo de los años lo he recordado de vez en cuando y siempre siento lo mismo que entonces.
Si me ocurriera lo mismo que a Ferlosio tendría su misma reacción, pero mas acentuada.
En fin, Susana, te felicito por el artículo y por ser como eres. El mundo funcionaría mucho mejor si todos fuéramos como tú (sensible, considerada, tolerante, etc.).
Saludos.
Veo que tú también eres de los sensibles. Imagino perfectamente cómo debiste sentirte.
Muchísimas gracias por lo que me dices y por leerme.
Cuanta razón tienes Susana, sería mucho mejor si la gente fuera más sensible y más humana, te adora guapa.
Muchas gracias Puri. Siempre estás ahí
A mí me pasó algo peor, también con golondrinas curiosamente. Yo debía tener 15 años, cuando me compré una carabina de aire comprimido. Salía de Vila a los campos de alrededor, disparando mis balines a todo lo que se ponía a mi alcance: lagartijas,caracoles, ranas en los estanques, etc. En una de estas, vi a dos golondrinas haciéndose arrumacos en lo alto de una línea aérea de electricidad, sin pensármelo y casi sin apuntar, disparé, y para mi sorpresa una de ellas cayó muerta a mis pies; no creí que le fuera a dar. La superviviente, se quedó allí en lo alto del cable emitiendo unos piares muy tristes. Fui entonces consciente de lo que había hecho. No tenía ningún derecho a matar a una criatura que no me iba a comer, la maté por placer. Aquél animalito tenía tanto derecho a la vida, como yo mismo. Y yo se la había quitado de la manera más tonta.Me fui para casa muy triste y arrepentido. Guardé la carabina, y jamás volví a utilizarla para actos tan execrables. A partir de entonces me hice ecologista y cuando el Raibow worrior visitó por primera vez Eivissa, en su cubierta, me hice miembro de Greenpeace. Aún recuerdo aquel piar lastimero, no se me olvida. Muchos años después, atropellé con mi coche a mi primer gorrión, desde entonces he atropellado varios, pero al primero, me paré a recogerlo, pues estaba vivo. Pero no sobrevivió más que un par de minutos, motivo por el que ya no los recojo. No hay nada que hacer, se mueren. Es triste. Siempre que ocurre, me da mucha pena.
Tristemente, lo de no asistir a alguien atropellado, no es extraño, recordemos el caso de la niña china, que grabaron las cámaras de un circuito cerrado:
http://www.antena3.com/noticias/mundo/conmocion-china-despues-que-grupo-personas-socorrieran-nina-atropellada_2011101700187.html
También en España, hubo un caso, en el que un hombre murió después de que por lo menos 50 coches le pasaran por encima sin que nadie se detuviera o lo esquivara, hace unos años.
Cuando el pueblo de San José, empezaba a formarse en una ocasión mi padre me presentó al Guardia Civil que sería el origen del primer puesto de este cuerpo. Cuando ví aquel hombre con aquel aspecto, me hice pis en los pantalones. este hombre quedó avergonzadisimo. Con el tiempo nuestra relación fue mejorando y acabamos siendo tan amigos que me llevaba con él en las excursiones camperas: íbamos de pesca juntos y aprendimos a interpretar el mundo natural. Tuve dos tíos que tambien eran guardiciviles:uno me hacía entrar bajo su capa en el cine y otro me tuvo en su casa cuando estudiaba bachilerato en Vila. Aprendí a amarlos tanto que puedo constatar que no tenian «el alma de charol»