El pasado viernes, en mitad de esta actualidad que zozobra y nos mantiene en un sinvivir, se produjo una magnífica noticia: la concesión de la medalla al mérito del Colegio de Médicos de Balears a Antoni Marí Calbet (Ibiza, 1932) por su carrera como médico y la magnífica labor que realizó en su etapa en el Congo Belga, donde trabajó intensamente en el proceso de vacunación que permitió erradicar la viruela.
La entrega se tendría que haber producido el año pasado, pero debido a la pandemia de Covid-19 hubo que retrasarla. Marí Calbet, ibicenco de pro, se licenció en Medicina en la Facultad de Valencia, donde conoció a Marysse Rennesson, esposa, compañera y madre de sus hijos. Luego estudió Medicina Tropical en Amberes y juntos emprendieron la aventura africana, en una época en que semejante expedición requería, sin duda, mucho coraje y unas ganas enormes de hacer el bien. Llegaron en 1959, permanecieron en África durante una década e incluso tuvieron allí a tres de sus hijos. En 1970 se produjo el regreso a la isla, estableciéndose como jefe clínico de tocoginecología en la Seguridad Social y abriendo una consulta privada.
El Marí Calbet médico, sin duda, merece un rotundo homenaje como el que le han dispensado sus compañeros facultativos, pero su etapa política es igual de importante y, para los ibicencos, yo incluso diría que más. Para ejemplarizarlo, he querido recuperar una jugosa anécdota en la que tomé parte porque describe a la perfección su nervio y capacidad para defender los intereses de los ibicencos, hasta más allá de los límites del deber y de lo políticamente correcto.
El gran salto a la política lo dio en 1983, tras haberse implicado en lo público desde 1979, como conseller de Sanidad y Asuntos Sociales en el Consell Insular d’Eivissa y Formentera. Entonces pidió la excedencia como médico y se centró exclusivamente en la política, ejerciendo como diputado en el Parlament, vicepresidente del Consell Insular y conseller de Sanidad, Hacienda y Presupuestos. La anécdota, precisamente, se corresponde a esta época. En las tres siguientes legislaturas (1987, 1991 y 1995) se situó al frente del Consell y se convirtió en el presidente más combativo y respetado de nuestra historia.
En las elecciones municipales de 1983, que fueron las segundas celebradas en democracia, me presenté como segundo en la lista al Ayuntamiento de Sant Antoni con Alianza Popular, que lideraba Joan Vingut, ‘Putxet’. Obtuvimos siete concejales y gobernamos en coalición con el Partido Demócrata Liberal, que tenía otros cuatro y del que formaban parte Pepe Sala y Pere Palau, con los que pude trabajar en equipo como delegado de Urbanismo e Infraestructuras. Eran tiempos difíciles, con graves problemas en el abastecimiento y la depuración de las aguas y un urbanismo caótico con el que de pronto se levantaban edificios de cinco plantas en suelo rústico. Todo porque carecíamos de un Plan General de Ordenación que estableciera unas bases.
Uno de los logros de los que más orgulloso me siento de aquella etapa fue la construcción del primer instituto del pueblo, Quartó de Portmany, en el que Marí Calbet desempeñó un papel fundamental. Incluso se podría decir que el proyecto salió adelante porque él intercedió, desplegando su carácter y arrojo característicos.
Entonces teníamos el Instituto de Blancadona, en la ciudad, completamente saturado, con 800 alumnos y más de doscientos de ellos procedentes de nuestro municipio. El Govern balear nos había notificado la concesión del primer instituto para Sant Antoni, que él mismo financiaría y erigiría en terrenos cedidos por el Ayuntamiento. Pero la realidad es que apenas disponíamos de suelo municipal, así que tomé la iniciativa y fui a ver a Toni Ferrer, ‘Rova’, un vecino del pueblo con diversos terrenos en las proximidades del casco urbano. Le expliqué que teníamos la oportunidad de levantar un instituto imprescindible para la juventud del municipio, pero nos faltaba la parcela necesaria.
No todo fue todo coser y cantar. Los representantes del Govern balear, imagino que por falta de recursos, decidieron destinar el presupuesto del nuevo centro de enseñanza a otra zona de Mallorca, donde también se necesitaba».
‘Rova’ había planeado hacer una urbanización en la falda de Sa Talaia, detrás del cementerio, por debajo de la carretera que construyó la empresa Cuesta y Cano para trasladar materiales de la cantera de Can Coix a las obras de ampliación del puerto. Así que le propuse que nos adelantara, a cuenta de las cesiones de suelo que tendría que hacer más adelante, el terreno suficiente para construir el nuevo instituto, en la denominada Barda d’en Rova. Él aceptó y el pleno municipal ratificó el acuerdo por unanimidad.
Sin embargo, no todo fue todo coser y cantar. Los representantes del Govern balear, imagino que por falta de recursos, decidieron destinar el presupuesto del nuevo centro de enseñanza a otra zona de Mallorca, donde también se necesitaba. Ahí fue imprescindible la intervención de Antoni Marí Calbet. Se reunió con los representantes de la Comisión de Educación en la antigua sede del Consell, cuando aún estaba en la Avenida Ignasi Wallis. Yo acudí y me quede en la antesala de la reunión, aunque la conversación podía escucharse perfectamente. Los mallorquines comenzaron a plantear toda clase de pegas con los terrenos, por estar en las afueras, por ser rústicos, porque no estaba delimitado el casco urbano, etcétera. De pronto, Marí Calbet entró en modo vehemente, soltó a los mallorquines toda clase de improperios y amenazas, y hasta se produjeron golpes encima de la mesa. Las últimas palabras que les dijo fue que regresaran tranquilos a Mallorca, que el instituto se haría, sí o sí, en Sant Antoni de Portmany. Y así sucedió.
La primera piedra fue colocada en febrero de 1985 y se inauguró cuatro años más tarde. Tuve el honor de asistir a la ceremonia, aunque me quedé con las ganas de que el instituto fuera bautizado ‘Can Rova’, en honor al vecino que había cedido el terreno, pero el claustro de profesores prefirió llamarlo ‘Quartó de Portmany’. Los primeros alumnos entraron en el mes de octubre de 1989, gracias a la intervención del entonces vicepresidente del Consell.
La anécdota no revela nada nuevo; tan solo contribuye a confirmar que Antoni Marí Calbet es el paradigma de la defensa del ibicenquismo frente a los intereses egoístas de las instituciones mallorquinas y algunos de los propios ibicencos. Su etapa política se distinguió por su defensa de los payeses y estar siempre mucho más cerca del sufrimiento y las dificultades de los ibicencos de toda la vida, que de este resurgimiento que nos conducía a no se sabe dónde. Su carácter adusto, bronco y severo, completamente alejado de la superficialidad, lo ha complementado siempre con afirmaciones serenas y contundentes, anteponiendo y llevando Ibiza por bandera, frente a cualquier otra consideración. Se merece este homenaje y muchos más. Enhorabuena.
Pepe Roselló
Por lo menos Marí Calbet los tenía bien puestos, si los mallorquines querían los votos del PP ibicenco debía ser a cambio de algo. No como ahora, que nuestro » ilustre» alcalde besa por donde pasa la Sra. Armengol…
Defensor d’Eivissa.
No serà des seu paisatge i ecologia.