@D.V./ Los auténticos artistas de vanguardia son los que aman y valoran la cultura popular. Los que se aman lo raro y elitista pero desprecian la cultura de la calle, no son vanguardistas ni contraculturales, son simplemente unos pedantes y unos gilipollas. Los surrealistas amaban el circo, el cabaret, el fútbol, las ferias populares y, antes que el teatro, preferían el cine, que en esa época era un entretenimiento bastardo,despreciable, propio de las clases bajas.
Bigas Luna siempre fue el representante más puro, dentro del cine industrial español, de la herencia de la vanguardia clásica y, más en concreto, del surrealismo. Como Bretón y compañía, convirtió el amor en el centro de sus películas, pero el amor siempre contemplado como una pasión destructiva, anárquica, rabiosa, como una bomba de relojería que destruía tabúes y órdenes establecidos. Como buen surrealista, concedía una importancia fundamental a los sueños, y en todas y cada una de sus películas encontramos escenas oníricas que, en ocasiones, tienen una importancia capital para entender el devenir de los personajes. Y, como todos los surrealistas, empezó desde la vanguardia más contracultural para terminar asimilando gozosamente los aspectos más auténticos y viscerales de la cultura popular.
Luna se forjó en el ámbito de la contracultura barcelonesa de los años 70. Sus primeras películas son artefactos salvajes, muy propios de esa década arrebatada que tanto nos gusta, películas que se ocupan de seres que viven al margen de la sociedad, encerrados en un submundo de obsesiones, parafilias y adicciones. Estas turbulentas películas -fruto de una época no menos turbulenta- como ‘Bilbao’ o ‘Caniche’ mantienen, 35 años más tarde, una capacidad de turbación intacta, y siguen siendo joyas oscuras a redescubrir dentro de ese tesoro lleno de sorpresas que es el cine español.
Tras una exploración de la capacidad destructiva del deseo -‘Lola’- y un desasosegante pastiche del género de terror -‘Angustia’- Bigas se plantó en la década de los noventa como un retratista implacable de la cultura popular. Desde la óptica personalísima de quien ha educado su sensibilidad al margen de la Academia, nadie ha retratado mejor la zafiedad de la España del ladrillo y la construcción que ‘Huevos de oro’, ni ha convertido mejor en película la babosa chabacanería berlusconiana -‘Bámbola’-.
Ese amor por la cultura popular por ser una cultura sin filtro, bruta, desprejuiciada, que no ha pasado por el tamiz del buen gusto y, a su manera, libre y salvaje, se mantuvo intacta hasta el final. ‘Yo soy la Juani’ (2006), su penúltimo film, es una maravilla, quizás una de sus mejores películas. Nadie ha retratado mejor el mundillo del tunning y los bakalas, de los tronistas y las cajeras del hipermercados, de los chavales que cuya mayor ilusión es entrar en la casa de Gran Hermano. Bigas Luna se acercó con respeto y cariño, con la limpia visceralidad de quien de joven ya desconfiaba del poder y se situaba siempre contra todo y contra todos.
Por cierto, que incluso cuando Luna se equivocaba -hizo películas espantosas como ‘Son de mar’- sus películas era tan salvaje y escandalosamente malas, que te reías.
Se ha ido uno de los grandes, uno de los más grandes. Se ha ido un cómplice, un maestro, uno de los nuestros. Descanse en paz.
Amèn!
Amèn!