@L.F./ A quienes tras leer el título de la reseña de esta semana que todavía les quede alguna duda respecto a la temática del tebeo en cuestión quisiera aclararles que sí…es lo que parece.
La casi pornográfica pero no por ello menos brillante obra del polifacético Howard Chaykin (EE.UU, 1950) tuvo que publicarse en Canadá (Vortex) para evitar la censura que planeó sobre su obra durante más de dos décadas en algunos países, y aun así, la editorial puso la serie limitada de 12 números a la venta convenientemente precintada en plástico para evitar ser crucificada de antemano por los moralistas hipócritas de siempre; aunque una vez finalizada su publicación individualizada no tuvieron ningún reparo a la hora de editar un volumen recopilatorio, libre esta vez de cualquier protección profiláctica para posibles pecadores en ciernes, bajo el sencillo a la par que sugerente título de Big Black Kiss (¡). La obra se desarrolla con un trepidante ritmo cinematográfico y la composición de las páginas es osada e innovadora a más no poder; el conjunto de la obra eleva a Chaykin a la categoría de uno de los autores completos (encargados tanto del dibujo como del guión de sus historias) más celebrados de la historia de los cómics.
La trama es una hábil mezcla de conceptos altamente atractivos para todos los aficionados a cualquier género de ficción, sea cual sea el formato. Beverly Grove, una decadente actriz de los años 50’ para quien no parece pasar el tiempo y Dagmar Laine, su amante clónica excepto por el…ejem, calibre 22 incorporado de serie con el que carga encima, se desviven por conseguir una antigua película sustraída de la biblioteca pornográfica del mismísimo Vaticano (¡?) La extraña pareja involucra a Cass Pollack, un músico de jazz ex-adicto a la heroína con causas pendientes con la justicia en su loca carrera por conseguir la cinta de manos de una secta de connotaciones vampíricas; todo ello aliñado con buenas dosis de sexo explícito y violencia de la que más nos gusta, la gratuita (pero siempre de ficción, ojo), conformando todo ello una historia que en su conjunto no deja de ser tremendamente divertida, marca personal de la casa del genial Chaykin, de quien también merece la pena destacar su espectacular colección de portadas para el evento, dignas de ser admiradas como la sublimación del postureo erótico-festivo ochentero en toda su magnitud.
Mi azarosa relación con Black Kiss no es menos digna de mención en estas líneas. A finales de los 80’ me hice (creo recordar) con tres o cuatro números sueltos que me impactaron muy favorablemente, pero aunque lo intenté a lo largo de los años, me resultó del todo imposible completar la serie. Debe tenerse en consideración que en el cretácico medio no disponíamos de internet ni de tiendas virtuales para estos menesteres, y si a ello sumamos la pésima distribución y la total ausencia de librerías especializadas en Ibiza el resultado final estaba abocado al fracaso. Para terminar de rematar la faena, recuerdo haber prestado mencionados tebeos, no recuerdo a quién, pero para el caso es lo mismo ya que sucedió lo que tenía que suceder, que jamás me los devolvieron. El cabreo inicial y los años pasaron, y la fiebre por completar la colección fue menguando…o al menos, eso creía yo.
El año pasado, mientras adquiría mi habitual remesa mensual de cómics me pareció ver de refilón un tomo recopilatorio de Black Kiss nuevo de trinca expuesto en un estante. Me acerqué y efectivamente allí estaba. Lo cogí, lo sobé, miré el precio, lo ojeé sin llegar a leerlo…y no se por qué misteriosa razón lo dejé de nuevo en su sitio. Puede que mi “yo” interior quisiera de ese modo pasar página y concluir con una relación incompleta que en su tiempo no me llevó a ninguna parte, cerrando así una etapa ilusionante en su momento, pero ya superada con creces…o al menos eso creía yo. Al cabo de unos meses de darme la brasa de forma persistente y metódica por mi ineptitud, mi otro “yo” interior predominante, el de coleccionista/completista de la peor calaña existente, se rebeló de tal forma que no tuve otra que correr a buscar el tomo recopilatorio para aliviarme de semejante angustia vital, y eso a pesar de mi reconocida afición a los tebeos en grapa por encima de otras opciones. Cual fue mi sorpresa al descubrir que era incapaz de encontrarlo por ninguna parte. Pero la Caja de Pandora ya estaba abierta, y no iba a recular una vez más en mi intención de hacerme con el puñetero Black Kiss de una vez por todas y poder leer el final de la historia, por aquel entonces aun desconocido para mí. Recuerdo que era un viernes cuando tras explicarle toda la historia le encargué el tomo a Pedro González, mi paciente librero de confianza.
Tras comprobar en la web de la editorial que aun estaba disponible regresé a casa satisfecho del encargo que definitivamente habría de soliviantar todas mis dudas respecto al final de la trama. Pero hete aquí que el destino, caprichoso y cachondo como él solo, tenía una última sorpresa que depararme. El domingo siguiente por la mañana, apenas 36 horas más tarde, me encontré de bruces con la colección original entera, impoluta y a precio de saldo indignamente expuesta en una cochambrosa mesa plegable de camping en un mercadillo de ocasión a poco más de un kilómetro de mi casa. Casi dos décadas y media después, la ballena blanca por fin asomaba entre las olas. Está vez no lo dudé ni por un instante. Lancé mi arpón más certero y me hice con el lote completo para leérmelo de un tirón y comprobar que, en parte (pero solo en parte) tiene razón el poeta cuando dice aquello de que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. La historia ciertamente me enganchó con la misma fuerza de hace un millón de años, pero tal vez el final, por obvio y tan distinto a calenturientas elucubraciones propias, me resultó un tanto flojo; aunque debe tenerse en cuenta que ahora lo veo con ojos más curados de espantos y menos susceptibles de ser escandalizados como hace un millón de años. Sea como fuere, la nostalgia me puede, porque en el fondo soy un sentimental (ya sabéis, feo, fuerte y formal), y estoy convencido de que en breve seré capaz de releer Black Kiss con (casi) la misma ingenuidad e inocencia de los histriónicos años 80.
P.D: Ni os imagináis la de explicaciones que le tuve que dar a mi librero para que cancelara el encargo del recopilatorio…
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demás vicios insalubres, es el escritor (i)responsable de la Trilogía ibositana (2008-09-10) traducida al castellano y recopilada recientemente en El Hondero (2013), y de los guiones de la Webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13)
Lo obra más polémica de Howard Chaykin, el autor más polémico de per se…