A UNA SOLA MANO
@L.F./ No son pocas las ocasiones en las que no-lectores de cómics u otros que sólo se dejan caer ocasionalmente por sus páginas me abordan con dilemas profundos o cuestiones de un místico que acojona bastante. Una de las más recurrentes suele ser la que inquiere por el presunto trasfondo reivindicativo que el autor/es desean imprimir más o menos disimuladamente a su obra, ya sea de carácter social o político…(te pillan en una de estas antes de las 8 de la madrugada te dejan hecho un cristo, palabrita de niño xsus) Pero aunque servidor sea acérrimo defensor del arte secuencial en todas sus vertientes y su equiparación a las modalidades más clásicas (o clasistas, por decirlo tal y como es) del arte con todas sus consecuencias, tampoco me gusta pasarme de petulante con ínfulas de listillo (aunque también tengo mucho de eso, todo hay que decirlo) y tiendo a quitarle hierro al asunto aseverando que el mensaje que el autor/es pretendan dejar, o el que el lector/es de turno pretenden encontrar en los bocadillos de texto de un tebeo, depende más bien del estado de ánimo de estos últimos antes que las pretensiones subrepticias de los primeros.
Por supuesto que existen cómics de marcadas connotaciones de todo tipo, faltaría más, pero chico, si todos fueran igual llegarían a ser de un cansino que espanta. Por poner algún símil con otra modalidad de arte cercana, está muy bien tragarse cineclubs enteritos de pelis iranís en V.O sin subtítulos, pero como no le vayas intercalando alguna de Suarche entremedias para ir oxigenando un poco el tema te puede dar un jamacuco importante. Lo mismo para los lectores de Proust, Platón o Descartes; metedle alguno de King pa’ digerir, coño (ahora ya está bien visto) que después no hay quien os aguante en los bares.
Esa proverbial falta de pretensiones del trabajo en solitario de Milo Manara (Italia, 1945) es la que curiosamente hace de su obra una de las más divertidas del género. Pudiera parecer que un retratista de la anatomía humana de cualidades equiparables a las del mismísimo Miguel Angel (verás tú…) debería consagrar su talento a quehaceres más elevados; pero nos, los frikis, tenemos la inmensa suerte de que a Milo el mármol le deja más bien frío y que le van más las chatis y los tebeos…y para de contar. Para trabajos más pretenciosos y de mayor calado histórico, político o sociocultural ya se preocupa él muy mucho (como ya hemos visto por aquí mismo en reseñas anteriores) de aliarse con escritores que de verdad saben de que va la película, ya sean Federico Fellini (nunca mejor dicho) Hugo Pratt o Alejandro Jodorowsky por poner solo unos ejemplos. El Manara en solitario es y debe considerarse únicamente como divertimento en estado puro (que no es poco, ojocuidao), y en esa misma y dignísima línea de trabajo es donde debiera enmarcarse El perfume del invisible.
En las primeras viñetas del álbum, publicado originalmente por entregas a blanco y negro en las páginas del magazineTótem, se nos muestra a un personaje masculino más bien poco agraciado físicamente embadurnándose con una pomada que desprende un fuerte olor a caramelo y que le proporciona el don de la invisibilidad (¡!) Su intención con tal maniobra no es otra que la de poder acercarse así al amor platónico de su infancia, Beatriz, una archiconocida figura de ballet clásico, pagada de si misma y prepotente a más no poder. El inevitable triángulo conflictivo se cierra con Miel, ayudante de esta última y única conocedora del secreto de Caramelo, tal es el nombre por el que se le conoce debido al característico olor por el que consigue localizarle. El apodo de la buena muchacha también tiene su miga, y le viene dado por el peculiar sabor dulzón de su…er, en fin, vosotros ya me entendéis.
Miel termina por hacerse amiga de Caramelo, y tal es su animadversión hacia Beatriz que decide abrirle los ojos demostrándole lo zorra, con todas las connotaciones de la palabra, que puede llegar a ser su jefa, muy lejos de la idílica remembranza infantil de nuestro peculiar hombre invisible. Este hecho tendrá imprevistas consecuencias de carácter esperpéntico, rematando en su conjunto una aventura divertida, picantota y alejada de pretensiones más elevadas por las que como ya os he dicho suelen preguntarme a veces incluso antes de las 8 de la madrugada. De El perfume del invisible existe una secuela en cómic: Desnuda en la gran ciudad, publicada diez años más tarde; e incluso un meritorio largometraje animado fechado en 1997.
A Milo se le viene criticando desde siempre por retratar con su magnífico arte a señoras permanentemente más salidas que el pitorro de un botijo, como muy bien afirma mi compinche televisivo/radiofónico D. Alex Berlanga, siendo sus guiones en solitario injustamente desdeñados por no resultar otra cosa que una serie de anécdotas de carácter erótico-festivo enlazadas una detrás de otra sin ningún otro sustento ni pretensión que la de proporcionar un agradable rato de lectura a una sola mano, o bien en compañía, que es como mejor se disfrutan este tipo de tebeos, qué caramba; que no todo van a ser dilemas existenciales de gran calado, leñe.
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demás vicios insalubres, es el escritor (i)responsable de la trilogía ibositana (2008-09-10) traducida al castellano y recopilada en El Hondero (2013), de los guiones de la webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13), y colaborador del programa televisivo/radiofónico de TEF y Radio Èxit, Supercultura Freak Chow (2013-14) otro despropósito relacionado con el mundo del cómic…como si no hubiera cosas más importantes que hacer.
Muy bueno.
Muy bueno.