LOS PÁJAROS DE NIEVE
Antes de empezar, un par de apuntes necesarios para poner en antecedentes a los hipotéticos lectores sorprendidos por la impactante portada del tebeo digno de mención de esta semana…
El lustro comprendido entre 1950 y 1955 fue testigo del auge y declive de las publicaciones de terror, crímenes y suspense de E.C Comics, acaparadora absoluta del mercado estadounidense de comic books de la época. Tras pasar por una inflexible comisión de investigación auspiciada desde el mismísimo Senado de los EE.UU (en contubernio con otras editoriales de la competencia que querían zafarse del monopolio absoluto de E.C, todo hay que decirlo), y amparándose en la “tesis doctoral” publicada por el presunto loquero de ascendencia germánica Frederic Whertman bajo el revelador título de La seducción del inocente, las editoriales de la época se autoimponen un código censor que debía velar por las cándidas almas de los tiernos infantes prepúberes que decidieran acercarse al otrora pernicioso mundo de las viñetas; estamos hablando del Comics Code Authotity, cuyo sello de aprobación apareció indefectiblemente el todos los comics de consumo masivo de la corriente denominada mainstream desde esa misma década hasta bien entrados los 90 .
Los hechos aquí resumidos y las estrictas condiciones reguladoras del Code pueden consultarse con detenimiento en el artículo dedicado en exclusiva a las publicaciones de E.C publicado con anterioridad en esta misma sección, lo encontraréis fácilmente en los archivos de esta misma sección en noudiari.
Otro antecedente importantísimo todavía no reseñado en COMICS!, pero que se dejará caer por aquí durante su próxima temporada y sin el cual resultaría imposible ubicar este cómic en su contexto, fue la publicación en ese mismo año de 1971 por parte de la feroz competencia encarnada en Marvel Comics de la celebérrima Saga de las drogas protagonizada por Spiderman en sus números 96, 97 y 98 fechados en mayo, junio y julio respectivamente. Desde el subcomité encargado de la prevención y lucha contra las drogas del Departamento de Salud del gobierno Nixon se encargó a Stan Lee, creador del personaje y guionista de su serie regular, recrear una historia que advirtiera a los jóvenes lectores del pernicioso uso y abuso de las sustancias pretendidamente recreativas. El gran Stan Lee, contento de poder ayudar, ideó un arco argumental donde Harry Osborn, amigo íntimo de Peter Parker e hijo del por entonces fenecido Duende Verde original, Norman Osborn, se ponía hasta arriiiiba de pirulas y se enfundaba el villanesco uniforme de su progenitor para cometer a su vez fechorías a diestro y siniestro.
Pero había un problema, el Code prohibía expresamente cualquier mención a las drogas en los tebeos aunque fuera para advertir del peligro de estas, y mucho menos mostrar a gente empastillada hasta las cejas, por muy villanos que fueran y por mucho que el gobierno estuviera tras el encargo. El enorme revuelo mediático creado por el choque burocrático entre administraciones fue rápidamente resuelto por Lee al grito de “¡que les den!”, y los tres números de la Saga de las drogas de Marvel se lanzaron al mercado, por vez primera desde hacia una década y media, sin el pertinente sello de aprobación del Comics Code Authority.
Ya nada volvería a ser lo mismo. Tras el desafío de Marvel y el éxito logrado por el polémico arco argumental, el órgano censor se vio obligado a moderar sus exigencias adecuándolas a los nuevos tiempos y necesidades. Aquí es donde entra en juego D.C, que en uno de sus habituales y característicos ataques de cuernos decidió no ser menos y arrimar el ascua a su sardina para pillar cacho publicando su propia saga de las drogas protagonizada por Flecha y Linterna Verde (ya me disculparéis, pero aun se me hace extraño llamarlos por sus nombres originales en inglés), aunque en este caso, con el beneplácito de un Code mucho más relajado gracias a la primera andanada de la competencia. En esta ocasión el órgano censor se avino a razones en las charlas previas a la publicación de Los pájaros de nieve no vuelan y Dicen que me matará…¡pero no dirán cuando! en los números 85 y 86 de la serie regular Green Arrow & Green Lantern lanzados al mercado entre septiembre y noviembre de 1971. Ambos tebeos lucían en sus cubiertas el habitual sello regulador del Code…y eso que las portadas de ambos, especialmente del primero, eran mucho, muchísimo más explícitas e impactantes que cualquiera de las ilustraciones de la saga de Spiderman, o ya puestos, de cualquier otro comic book publicado con anterioridad en EE.UU. Estos yanquis siempre igual, o se pasan o no llegan…
En este caso, los encargados de recrear la historia fueron el guionista Dennis O’Neil (EE.UU, 1939) y el grandísimo ilustrador Neal Adams (EE.UU, 1941), una ilustre parejita que ya se dejó caer por aquí con anterioridad en la reseña de Superman vs Muhammad Ali. Al igual que ocurriera en ese mismo crossover entre los más grandes (aunque hay que aclarar que este otro trabajo se publicaría siete años más tarde del hoy mencionado) O’Neil desarrolla un guión un tanto ingenuo e infantiloide, algo por otra parte muy habitual en los impersonales comics D.C de la época, por lo que tampoco vamos a reprocharle nada. Sencillamente, era la línea editorial de una compañía que no entendió hasta muchos años más tarde que los tebeos podían abarcar un espectro de público más amplio que los niños de 6 a 12 años. Fue precisamente ahí donde Marvel le sacó años luz de ventaja durante esa misma década y parte de la siguiente, pero esa es otra historia.
Un enorme Neal Adams en pleno apogeo creativo es el responsable de los lápices de una historia que le viene como a anillo al dedo a su crudo hiperrealismo gráfico. En ella descubrimos que Speedy (ojo al nombre del side-kick, que también se las trae), pupilo de Flecha Verde, es un yonki enganchado a la heroína en vena, poca broma. La reacción de su mentor al descubrirlo no puede ser más humana y decepcionante, y mientras se encarga junto a su compañero Linterna (también verde, como mi valle) de repartir mamporros a diestro siniestro entre los camellos de guardia en su afán de capturar al narcotraficante que maneja el cotarro, el pequeño Speddy se las ve y se las desea para pasar el mono en casa de Dinah Drake, alter ego civil de la superheroína (sin segundas) Canario Negro. A Flecha y Linterna les pasa de todo, les inyectan caballo, les hieren gravemente, se les muere un yonki por sobredosis en su apartamento…en fin, mil y una perrerías de las que por fortuna se sobreponen derrotando a los malos malosos, demostrando a las claras que el crimen no paga y que las drogas son lo más jodido que hay. Como ya he comentado antes, el tono del mensaje puede pecar de ingenuo y la historia resultar algo acelerada e inverosímil, pero visto desde la perspectiva de la época y ubicándola en su correspondiente contexto histórico resulta innegable que, obviando su evidente oportunismo, fue un tebeo muy importante que cumplió con la noble función para la que fue creado, que no os quepa ninguna duda.
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demás vicios insalubres, es el escritor (i)responsable de la trilogía ibositana (2008-09-10) traducida al castellano y recopilada en El Hondero (2013), de los guiones de la webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13), y colaborador del programa televisivo/radiofónico de TEF y Radio Èxit, Supercultura Freak Chow (2013-14) otro despropósito relacionado con el mundo del cómic…como si no hubiera cosas más importantes que hacer.
(…)fue un tebeo muy importante que cumplió con la noble función para la que fue creado, que no os quepa ninguna duda.
El arte al servicio del Estado. No estoy de acuerdo.
Muy buena la foto de homenaje a Alien.
Madre mía, pues como prescindamos de todas la obras (maestras) de arte encargadas o al servicio del Estado a lo largo de la historia nos vamos a quedar a dos velas. Un saludo, Alderaan. 😀
Madre mía, pues como prescindamos de todas la obras (maestras) de arte encargadas o al servicio del Estado a lo largo de la historia nos vamos a quedar a dos velas. Un saludo, Alderaan. 😀
Sí, sí, ya lo se; pero no me gusta ja,ja,ja.