De Ric Jazzbo a David Ventura,
Confieso que no había prestado la atención necesaria a ‘The Kinks are the Village Green Preservation Society’ hasta el sábado pasado. He pasado de largo de la vida y obra de algunos ‘grandes’ de la música, supongo que por aquella pedante desidia por explorar lo mainstream, y The Kinks es un ejemplo. Tengo que agradecer entonces tu destreza para dar en el blanco, pues se trata de un disco al que auguro un reconocimiento longevo por mi parte.
Pienso que cuando un artista o banda que proyecta energía y vitalidad en su música, que acostumbra a derrochar energía mediante canciones directas e inmediatas, y que en el estudio de grabación se desvía de su trayectoria por alguna imperiosa necesidad de cambio, tiene muchos números para resultar un álbum gratificante (y probablemente un fracaso comercial). Quizás el motivo pueda ser el sentirse a gusto dirigiéndose hacia dentro de sí mismos o el huir momentáneamente del ‘show bussiness’ reivindicando el olor a estiércol o la cerveza artesana (por cierto, me arrodillo ante la descripción que haces del ‘gafapasta’ contemporáneo). Los cambios son buenos por necesarios, dicen.
Anclado en la devoción que reconoces hacia Nick Drake, aprovecho para compartirla rasantemente contigo escribiendo sobre el que era un íntimo amigo suyo: John Martyn, un gran ídolo de minorías (entre las que pedantemente me incluyo) y un artista como la copa de un pino. Ya lo mencioné con anterioridad, mientras viajábamos por campiñas escocesas, como un nombre fundamental del folk británico de la época (maldición! me estoy acordando de Ben Jansch, Roy Harper… ¿Crees que podemos quedarnos un poco más o deberíamos andar hacia otros paisajes?).
Me siento obligado a hablarte del clásico entre (sus) clásicos “Solid Air” (1973), por ser uno de mis dos mil discos que llevaría a una isla desierta, aun a sabiendas de que probablemente no te lo descubra, pero sí espero rescatar de tu estantería. Así que ya ves, no pienso ser nada original, sino en satisfacer una propia necesidad vital.
Una obra rebosante de emoción y calidez, estarás de acuerdo conmigo. Un álbum de folk, sí, pero mediante el blues oscuro y sobretodo filtrado por unas texturas de jazz que, a mi juicio, tiene gran culpa de su fuerte personalidad. La voz de John Martyn, muy dulce, se balancea en sana convivencia con los expresivos punteos de su guitarra acústica, excepcional en todo momento y con infinitas posibilidades. Destaca también la complicidad con el contrabajo de Danny Thomson, más conocido por ser el bajista de Pentangle, muy sabiamente comedido en su tarea y con una elegante paciencia para coger protagonismo. Y qué me dices de la relación entre el vibráfono y el piano Rodhes, que juegan a confundirse creando efectos maravillosos.
Un buen ejemplo de esta complicidad es “I Don’t Want to Know” pero al álbum está repleto de grandes canciones: “Solid Air”, el tema que da título al álbum es un blues lento, asistido por un saxo nocturno, donde Martyn nos abre su diario por la página en que alienta a Nick Drake en su tormento personal, ese que le llevaría un año después al final que ya conoces. En “I’d Rather Be The Devil (Devil Got My Woman)”, versión de un antiguo blues de Skip James, crea psicodélicos ecos hendrixianos experimentando con el echoplex. En “Dreams By The Sea” soplan aires de funk con ese wah-wah introductorio a lo ‘shaft’ para dar paso a un bajo imponente. La eterna “May You Never”, tan sencilla y perfecta.
Sin duda, “Solid Air” es el documento cumbre de un músico de enorme talento en estado de gracia, una parte de su vida de melancolía y belleza inagotable.
‘The Kinks are the Village Green Preservation Society’
‘Just another diamond day’ de Vashti Bunyan
‘L’Enfant assassin des mouches’ de Jean Claude-Vannier