Por David Ventura / El arquitecto valenciano Santiago Calatrava vuelve a ser noticia, pero no por el presupuesto desorbitado de alguna de sus descomunales construcciones, ni por la lamentable sonoridad de sus inefables auditorios, sino porque ha decidido trasladar su fortuna a Suiza. Todo un ejemplo en momentos como los actuales, en los que la hacienda española se encuentra bajo mínimos y el gobierno intenta buscar ingresos desesperadamente. Calatrava abandona así un país que se ha convertido para él en una carga, aunque es preciso recordar que, sólo en encargos procedentes de instituciones públicas españolas, el estudio de arquitectura del valenciano ha facturado un total de 1.900 millones de euros. Calderilla para quien, sin lugar a adudas, es el arquitecto español más conocido en todo el mundo.
Ahora que Calatrava nos abandona es el momento de recordar algunos de los pasajes más estelares de su obra arquitectónica, pródiga en despropósitos, sablazos, pufos sospechosos y airados desencuentros que finalizan en los tribunales. He aquí una pequeña lista de aberraciones calatravianas, lo que vendría a ser un Calatrava Greatest Shits.
El mismo puñetero puente.
Obsérvenlo. ¿No es bonito? Es la marca de la casa, el “puente Calatrava”. A lo largo de su carrera, el arquitecto valenciano lo ha venido repitiendo hasta la náusea. Ya sea el puente del Assut de l’Or en Valencia o el del Alamillo, en Sevilla -por el que encasquetó una factura final de 48 millones de euros-, el puente de la Mujer en Buenos Aires, el puente de Redding en California o el Strings Bridge de Jerusalen. Algunos dirán que es la marca de la casa, la continuidad del estilo, la fidelidad a una estética y a unos principios… Otros pensarán que Calatrava tiene un morro que se lo pisa. Lo que resulta sorprendente es que, a estas alturas, todavía haya ayuntamientos que sigan picando el mismo anzuelo.
Fractura de tibia y peroné.
El puente de Zubizuri es la gran aportación de Calatrava a la arquitectura de la ciudad de Bilbao. Un puente que atraviesa el Nervión y que ¡cosas de artistas!, tiene la pasarela cubierta de cristal. Se da la circunstancia que, cuando llueve, la pasarela se convierte en una trampa resbaladiza que ha generado fracturas a puñados. Construir una pasarela impracticable durante los días de lluvia puede tener sentido si el puente está en Bamako o en el desierto de Atacama, pero en Bilbao, donde llueve unos 200 días al año, o es una broma de mal gusto o es tenerlos de cemento armado. Lo peor no fue eso, el problema es que el puente no conectaba con ninguna parte y, para unirlo a un paseo, tuvieron que serrar una barandilla. Calatrava montó en cólera y demandó al ayuntamiento de Bilbao por “daños morales” al “mutilar su obra” y exigió una indemnización de tres millones de euros. Se iniciaba un calvario judicial que finalizó con una sentencia de la Audiencia Provincial de Vizcaya que daba la razón al arquitecto, pero que reducía la indemnización a 30.000 euros. Dicen que cuando el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, oye el nombre de Calatrava, se lo llevan los demonios. Otro incauto. Pero hay quien lo ha pasado mucho peor.
Mis sueños, tus pesadillas.
La historia del Turning Torso de Malmö (Suecia), es un resumen de la exitosa carrera de Calatrava y una preciosa parábola que debería servir de advertencia a todos los que se atrevan a hollar en los dominios del arquitecto-estrella por excelencia. En 1999, el director gerente de la cooperativa sueca de viviendas HSB, Johnny Örbäck, cae rendido ante los encantos del valenciano y le pide que diseñe un gran rascacielos de viviendas que sea el nuevo símbolo de la ciudad. HSB, además, es una cooperativa socialdemócrata y pretende también que el rascacielos no sea de oficinas ni corporativo, sino que sea una “unidad de vivienda” a precios económicos, un símbolo del sistema sueco de Estado del Bienestar.
Calatrava acepta el encargo pero sus delirantes caprichos, los errores en la cimentación y las complicaciones en la estructura del edificio, provocan que el presupuesto se desvíe hasta adquirir unas proporciones monstruosas. Este proceso se puede admirar en el documental ‘El socialista, el arquitecto y el Turning Torso’, rodado por Fredrik Gertten. A lo largo del metraje, a medida que la deuda se engorda hasta niveles estratosféricos -40 millones de coronas suecas- el pobre Johnny Örbäck se va demacrando y apagando, mientras que Calatrava luce ufano, en su salsa, derrochando dinero ajeno. Finalmente, la historia tiene un final que pone a cada uno en su sitio. La HSB quiebra. Örbäck es procesado por estafa y Calatrava finaliza su obra con otro contratista. La ‘torre socialdemócrata’ se convierte en un rascacielos con pisos de lujo para multimillonarios. Quien contrató a Calatrava acaba en la trena y el arquitecto es encumbrado como genio de las artes. Gran moraleja: quien con arquitectos-estrella se acuesta, mojado se levanta.
Más feo que el demonio.
Y si no se lo creen, a las pruebas nos remitimos. Se trata del Palacio de Congresos de Oviedo. Una obra que no aparece en ninguno de los libros dedicados al arquitecto porque todo el mundo, incluso sus más acérrimos defensores, admiten que se trata de una auténtica abominación. Porque hay que reconocer que muchos edificios de Calatrava son inútiles y caros pero que, al menos, son bonitos. El Palacio de Congresos de Oviedo -comúnmente conocido como el ‘centollu’- es enorme, inútil, caro y más feo que pegarle a un padre. Erigido en el solar que dejó el antiguo estadio Carlos Tartiere, encajonado entre feos bloques de pisos de protección oficial, esa mastodóntica estructura blanca es un auténtico pulpo en un garaje. No es que sea un edificio que no “dialogue” con su entorno, es que se pelea con él. Esa monstruosidad parece una mantis agazapada que esté a punto de lanzarse sobre la ciudad para devorarla. Si Mies van der Rohe dijo aquello que “menos es más”, Calatrava lo tiene claro: “más es más”.
Maestro del reciclaje o Duelo de titanes.
Sin embargo, no todo es despilfarro y desmesura en Calatrava, ya que el arquitecto valenciano ha logrado la excelencia en el arte de reciclar proyectos, aprovechar la misma maqueta para presentar como nueva una obra y cobrarla en varios sitios distintos y, en definitiva, no dar puntada sin hilo.
Una de sus actuaciones más majestuosas fue cuando, en 2006, le endosó al Govern Balear -entonces presidido por Jaume Matas- la maqueta del proyecto para la ópera de Palma. El Govern pagó 1’2 millones de euros por el anteproyecto y posteriormente abonó 120.000 euros por dos maquetas y 80.000 euros por un video promocional. Sin embargo, el proyecto y las maquetas eran exactamente las mismas que doce años antes había elaborado para la ópera de Lucerna, proyecto que había sido desestimado.
En circunstancias normales pensaríamos que Calatrava le había hecho un ZAS! En toda la boca a Jaume Matas, pero conociendo la trayectoria del expresident, estoy convencido que la ocurrencia de Calatrava le hizo mucha gracia y que se habrá preguntado: “¿como no lo he hecho yo antes?”. Seguro que cuando se juntaban en una misma sala esos dos grandes dilapiladores de dinero público que eran Calatrava y Matas, los regios muros del Consolat de Mar temblaban y el conseller de Hacienda tenía pesadillas y su gatito maullaba de dolor. Cosas de genios.
Viajes a ninguna parte: Oviedo, el hogar de la peor atrocidad de Calatrava.