@Ben Clark/ Quisiera abusar una vez más de vuestra paciencia y de la flexibilidad que, por razones que desconozco, me permite la redactora jefa de Noudiari.es, para hablar no de libros, exactamente, sino de un lugar donde se fabrican libros. Libros, cuadros, partituras… Esta mañana la Fundación Antonio Gala ha publicado la lista de nombres que configurarán (la palabra no es gratuita) la XIII promoción. Diez años han pasado desde que servidor, algo más liviano en carnes y obras, sintiera la emoción que, seguro, están sintiendo las afortunadas y los afortunados que ven sus nombres en la lista, junto a otros que ahora no significan nada y que se convertirán, muy pronto, en nombres inolvidables. Sólo nos precedían dos promociones (que contaron, sin embargo, con escritores y artistas de mucho talento) y nadie estaba muy seguro de qué era aquella cosa rara que era la Fundación; un antiguo convento de clausura, reformado para acoger a jóvenes impetuosos en busca de cosas que ni ellos mismos podían definir. No es el lugar para ponerse en plan abuelo Cebolleta (algo casi inevitable al juntarse con compañeras o compañeros de promoción o de otras promociones) y mi intención al escribir este texto no es tanto recordar con nostalgia los nueve meses en los que tuve el privilegio de reír y llorar junto a un puñado de seres humanos extraordinarios, sino hablar de la Fundación hoy.
En primer lugar habría que decir que la Fundación ha superado ya muchas cosas: la caída de patrocinadores, crisis internas del Patronato, problemas de dirección, residentes díscolos y los achaques de salud del artífice de todo, Antonio Gala. La Fundación no es perfecta pero tras haber vivido en ella me parece muy difícil, por no decir imposible, imaginarme de qué manera podría serlo. Se trata de un espacio único, sin posibilidad de comparación a día de hoy en España (y en Europa), y las críticas que ha recibido deberían valorarse de la misma forma que las alabanzas: es un sitio raro para gente rara, hasta cierto punto marginal, y en su diferencia, en su apuesta, en sus características tan difíciles de describir (y de conocer para el público en general) está su valor. En mi opinión la Fundación debe mantener su halo de convento de clausura para poder preservar la razón de su existencia: no es un espacio público, no es una biblioteca ni un lugar para consumir cultura. Es una de las pocas instituciones, escasísimas, donde se fabrica, desde cero, donde se crea. Ello no implica, sin embargo, que no sea posible saber qué demonios ocurre detrás de la gran puerta de la calle Ambrosio de Morales. Desde aquí os animo a seguir las actividades de la Fundación en Facebook, Twitter, etc., porque vale la pena.
Salud, pues, a la decimotercera promoción, y enhorabuena. Habrá alegría, habrá frustración; todo lo bueno y lo malo de la convivencia (¡son nueve meses!) y del camino de la creación, pero vale la pena. Yo soy mejor poeta y persona gracias a la Fundación y, aunque no todo fueron buenos momentos, no cambiaría nada. Seguid sus actividades y pedid la beca, si podéis, y dentro de diez años tendremos mucho de qué hablar, seguro.
Dejas más por decir que lo que dices.
He quedado fascinado.
Jeremy