A Jordi Grimau todavía le quedan bastantes horas de baloncesto en el depósito. Cuando acaba de cumplir 37 años ha tomado una de las decisiones más especiales de su carrera. El escolta jugará la próxima temporada en Liga EBA con el Bàsquet Sant Antoni, club en el que ejerce como director deportivo desde hace unos meses. “Esta es una casa pequeña y familiar. Aquí todos hacemos de todo, así que compaginaré las dos funciones”, dice Jordi.
Los portmanyins sumarán la experiencia de un canterano del Barça que ha jugado 315 partidos en Liga ACB, promediando 7,1 puntos en casi 21 minutos por encuentro. Las camisetas de Caprabo Lleida, TAU Cerámica, UCAM Murcia, Blancos de Rueda Valladolid, Gipuzkoa Basket o Movistar Estudiantes llevaron impreso el nombre de Jordi Grimau en la espalda. Las últimas temporadas las pasó en el Palencia Baloncesto y, aunque cuenta con ofertas para seguir en LEB Oro, el jugador ha decidido establecerse en la isla donde se crió Desirée Jurado, su mujer.
Sus tres hijos también han nacido en Ibiza, el lugar donde Grimau quiere convertir en realidad el anhelo que le acompaña desde hace años: llevar a un equipo modesto hasta las ligas profesionales del baloncesto español. Desde sus 196 centímetros, habla del Bàsquet Sant Antoni con un entusiasmo equiparable a la nostalgia que siente al recordar los cuatro años que pasó en el Bàsquet Manresa, el equipo que más le ha marcado.
–¿Por qué es el baloncesto un deporte tan familiar? Como ocurre con los Grimau, hay muchos hermanos que han llegado a le élite.
–Desde pequeño vas empapándote de la cultura deportiva de tu familia y, lo lógico, es que te dediques porque, además, nuestras condiciones nos han ayudado. Por mis padres, Sergi, Roger y yo hemos sido grandotes y delgados desde pequeño. Nuestro físico ha llamado la atención y hemos estado en canteras potentes desde pequeños. En la terraza de nuestra casa sigue colgada la canasta en la que jugábamos siendo niños.
–Después de pasar una década en la cantera del Barça, ¿hay un momento exacto en el que sientes que puedes llegar, en el que te ves debutando en el primer equipo?
–El segundo año de cadete di un cambio grande. Pasé de ser un jugador normal a uno de los más destacados de mi generación, gracias a un cierto cambio físico. En júnior mantuve la progresión. La segunda temporada ganamos prácticamente todos los campeonatos catalanes y españoles. Fui MVP del Campeonato de España júnior. Me convocaron para la selección sub’20 cuando no me habían llamado nunca para los equipos inferiores. Se acercaba el momento de pasar a sénior y parecía que todo iba rodado. Mi evolución física era buena, no había tenido lesiones, mis hermanos eran ya profesionales… Ahí me di cuenta de que estaba cerca.
–Te estrenaste en ACB contra el Lleida de Roger Grimau al final de la temporada 2001/02. Tenías dieciocho años.
–Y él me hizo la falta para que lanzara mis primeros tiros libres. Salí cuando quedaba un minuto y pico. Iba a sacar yo, pero Roger llevaba cuatro faltas y le dijo a Jasikevicius, que estaba en el campo: “Saras, saca tú y dásela a mi hermano”. Él me la quitó, sacó y me la dio en una esquinita, cerca de nuestro banquillo, y me la dio. Mi hermano me pegó un palo fuerte [ríe] y como había bonus me fui para el tiro libre. Metí el segundo. Fue en el Palau Blaugrana, durante el último año de Aíto [García Reneses] como entrenador. Acabé la temporada, los últimos cuatro meses, en dinámica del primer equipo. Estaba en el equipo EBA, pero me subieron por la lesión del compañero que tenía ficha en ACB. Debuté también en Euroliga. Fue bonito.
–Tienes que salir del Barcelona cuando el club forma la mejor plantilla de su historia y pasas por Lleida, Gandia, Tarragona, Baskonia y Cantabria antes de llegar al Bàsquet Manresa en 2007. Formaste parte de un club muy particular, el más modesto en ganar la ACB y la Copa del Rey.
–Jaume Ponsarnau me dio una oportunidad única de asentarme en la Liga ACB. Estuve doce temporadas seguidas. Los de Manresa fueron los cuatro mejores años de mi carrera. De jugar mucho a jugar poco. De estar en la calle a renovarme dos años. De entrar en playoff y Copa del Rey a pelear por no bajar. Lo viví todo. Allí empecé a vivir con mi pareja y me casé. Llegué como un niño y me fui siendo un hombre. Manresa te marca. Es una ciudad volcada con el baloncesto, muy pequeña pero con mucha cultura deportiva. Las cinco mil personas que venían [al Nou Congost] no solo te animaban. Estaban contigo en la calle, en los restaurantes. Te ibas con ellos de fiesta y te los encontrabas en el cine. Manresa es baloncesto, no hay nada más. Me cogió una época en la que había que asentar al equipo nuevamente en ACB porque venían de LEB. Lo conseguimos. Descubrí también el valor del grupo, de la importancia que tiene la unidad de una plantilla. El primer año nos daban por descendidos y nos salvamos fácil. Y el segundo, y el tercero…
–¿Cuántos partidos pueden ganar los cinco mil hinchas que se meten en el pabellón?
–Es un arma que no vale dinero pero que he visto que funciona. Hemos ganado al Barça, Unicaja, Valencia… También nos han ganado de cincuenta, ¡pero era lo normal! Si salgo a defender a Juan Carlos Navarro y él gana tres millones de euros más que yo, lo mínimo que puedo esperar es que me meta treinta puntos. Si no lo hace, el éxito es mío. Hubo un año en el que no metíamos una porque nos faltaba talento ofensivo pero éramos una de las tres mejores defensas de la Liga. Siendo un equipo pequeño tiene mucho mérito. Teníamos los huevos más grandes que cualquiera. Todos los días de partido, después de jugar, comíamos juntos. Jugadores, padres, hijos, amigos… Rusos, americanos, blancos, negros, chinos… Montábamos mesas de treinta o cuarenta personas. Nos cerraban un restaurante y salíamos de allí a las cuatro de la mañana. Esas noches ganaban partidos. Nosotros éramos conscientes de que donde no llegaba el talento llegaban otras cosas. Esa unidad nos convirtió en un equipo muy incómodo porque la potenciamos hasta la excelencia. En otros clubes he luchado mucho para trasladar ese espíritu y no siempre lo he conseguido.
Necesitamos que la gente de Sant Antoni en particular y de Ibiza en general lo viva, le guste, que se cree arraigo social con este proyecto».
–¿Se puede trasplantar esa pasión al Bàsquet Sant Antoni?
–Necesitamos que la gente lo viva, le guste, que se cree arraigo social. Es algo por lo que tenemos que luchar y, sobre todo, tener paciencia. Eso no se consigue en dos años. Todo empieza por cuidar de nuestra cantera para que se vaya empapando. Si a los aficionados les gusta lo que proponemos serán ellos mismos quienes nos ayuden a propagar este sentimiento.
–¿Cuándo y cómo se cruza Ibiza en tu vida?
–Mi mujer es ibicenca, de Sant Antoni, y nos conocemos desde que jugaba en Cantabria. Desde hace quince años vivo aquí de mayo a agosto. Cuando terminaba la temporada me venía a la isla esos cuatro meses. Poco a poco creas un arraigo que se reforzó porque mis tres hijos han nacido aquí. Ya llevo más tiempo viviendo en Ibiza que el que he vivido en Barcelona. Ahora esta isla es mi casa. La he disfrutado en todos sus aspectos, especialmente Sant Antoni. He salido siendo joven, he conocido su cultura, su gastronomía. A través de mí, mi hermano Roger se compró una casa aquí, nuestros padres vienen mucho…
–¿Qué palabras te vienen a la cabeza cuando piensas en Sant Antoni?
–Con mi propia mujer lo hemos hablado a veces. Quizás nos infravaloramos un poco. La playa de es Pouetó es mejor que cualquiera de Barcelona. Allí no te ves los pies [ríe].
–¿Cuándo empiezas a acariciar la idea de desarrollar un proyecto profesional en la isla?
–He conocido la realidad del baloncesto menorquín antes incluso de que subieran a ACB, cuando no tenían construido el pabellón de Bintaufa. También he jugado en LEB contra el Palma Aqua Màgica y el Drac Inca. Cuando venía de vacaciones a Ibiza pensaba, ¿por qué aquí no? Tenemos potencial económico e instalaciones, ¿por qué ese desapego tan grande hacia el baloncesto? Empecé pidiendo permiso a la gente del club para poder entrenar. Siempre fueron muy amables conmigo y de ahí nació el campus que estuve haciendo durante varios años. Comencé a trasladar, tanto a los directivos del Bàsquet Sant Antoni como a los políticos, que podía desarrollarse un proyecto y que me veía capacitado para ayudar. Durante los últimos años se ha ido gestando la idea. Veremos hasta donde somos capaces de llegar.
–¿Qué se va a encontrar el Bàsquet Sant Antoni en su estreno en Liga EBA?
–Vamos a tener suerte de vivir la cultura de básquet del grupo catalán. Jugar en tres pistas de Badalona, contra dos equipos de Mataró; en pistas históricas… Es una liga competitiva, de gente joven que puede dar el salto de júnior a profesional combinada con jugadores expertos que alternan la competición con otra actividad profesional. Será muy interesante.
–Cuando dejaste Estudiantes y la ACB para firmar por Palencia dijiste que dabas un paso atrás en cuanto a categoría para volver a disfrutar sintiéndote importante en un nuevo proyecto. ¿Buscas lo mismo que entonces quedándote a vivir en Sant Antoni y poniéndote la camiseta del equipo?
–Siempre me he movido con la cabeza. En Palencia me ofrecieron un contrato de tres años y prioricé participar más a irme a equipos ACB donde parecía que no iba a jugar. Ahora la parte sentimental ha tenido más que ver. Me quedo a jugar en el Bàsquet Sant Antoni porque me lo pide el corazón. Siento que me toca invertir aquí. Me encuentro muy bien y creo que puedo aportar sobre la pista. Mis hijos aman Ibiza y estarán muy a gusto yendo al cole aquí. Me ilusiona ser parte de la estructura con la que he estado soñando muchísimos años, saber que voy a tener voz y mando, y estar en un club donde podré seguir disfrutando del baloncesto.
–¿Qué peso vas a tener en la plantilla?
–Hace muchísimos años que no compito en Liga EBA. Me tengo que adaptar. No tengo pretensiones de estrella. Mi presencia aquí no viene a ser determinante a nivel deportivo. Me quedo porque me veo capaz de jugar a nivel profesional y podré ayudar deportivamente al Bàsquet Sant Antoni.
–¿La ilusión que se palpa cuando hablas de lo que vivirás la próxima temporada como jugador ayuda a cerrar fichajes?
–Está claro que se vende mejor lo que uno cree propio. A mí me pasa. La gente del club así me lo ha transmitido desde que me pusieron al frente de la dirección deportivo. Si te dan facilidades, se las trasladas a las personas que quieres que formen parte del proyecto. Slezas quiere reencontrarse con el baloncesto en el Sant Antoni. Él será el líder que necesitamos, aportará personalidad, liderazgo y un talento por encima de lo que se espera en esta competición. Alguien que hace unas temporadas jugaba en ACB va a ser un espejo para nuestra cantera. Entrenará un equipo y tendrá su trabajo al margen del baloncesto, como una persona normal. Con todos los fichajes hemos valorado su interés por integrarse en la vida social del club y del pueblo. El factor humano es determinante a la hora de cerrar un fichaje. Byron [Richards] en eso sea probablemente el mejor. Es un pegamento que une grupos. En Benicarló solamente se escuchan maravillas de él como jugador y persona. Con Javi Herreros pasa lo mismo y, además, ha sido uno de los jugadores más determinantes del grupo B. En todas las incorporaciones veo ganas de permanecer más de una temporada en la isla, algo fundamental. Ese ambiente que estamos creando es determinante para que la agencia de un talento internacional como Toms Skujas nos deje entrenarlo durante esta temporada. Será un privilegio tenerlo aquí y formarlo técnica y académicamente, como al resto de jóvenes. Queremos ser un club incubadora.
–¿Qué papel tendrán los jugadores que ya estaban en el club?
–Continúan los que han querido sumar y estar en el proyecto porque han soñado toda su vida con tener un equipo así en Ibiza. Su sentimiento de isla nos puede ayudar mucho a transmitir a los que vienen de fuera cómo somos y qué hacemos los ibicencos. Es muy importante tener a jugadores como Iker Rodríguez, Jordi Grau o Carlos Guasch en la plantilla. El centenar de chicos que tenemos en la cantera se va a beneficiar del ambiente de club profesional que estamos creando. Casi todos los júniors estarán habilitados para poder entrenar o acudir a una convocatoria del primer equipo si es preciso. Van a ser muy importantes para nosotros porque les animaremos a que nos ayuden a montar pista el día de partido y se queden a verlo después. Tenemos algo muy claro: del equipo EBA saldrán recursos para potenciar las categorías inferiores. Nunca al revés. Por eso, la cantera tiene una línea económica independiente. La formación siempre será prioritaria: la lucha será que el nivel mejore para que los chicos que destaquen no se marchen en edad júnior a Mallorca o la península.
–¿Notas que ese entusiasmo ha prendido en el pueblo? –Sí. En un momento de dificultad extrema estoy gratamente sorprendido de que tantas empresas del municipio nos hayan abierto la puerta y vayan a colaborar con el club. Más de cien vecinos se han sacado su carné de simpatizante y cuando haga frío se pondrán la sudadera del club. Hay muchas ganas de ver al Bàsquet Sant Antoni en Liga EBA. Los portmanyins quieren saber cómo será. Hay runrún, sensación de que algo se está cociendo. Ahora nos toca demostrarlo. Ojalá que podamos convertir el pabellón de Sa Pedrera en una fiesta, algo que trascienda al deporte. No queremos que vayan a ver un partido de baloncesto, nuestro objetivo es que disfruten, que pasen un buen rato en familia, con niños y con gente mayor. Queremos que el pueblo tenga una oferta de ocio, con buena música, bebida y comida, que ahora no existe.