@P. Sierra|Fútbol Pitiuso / Sergio Cirio cumplirá 33 años dentro de tres semanas, pero no ha podido sacarse la cara de pillo de barrio que un día fue. Creció lejos del centro de Badalona.
Siempre con una pelota en los pies. Es decir, goleó en las calles, plazas, descampados y pabellones del extrarradio del extrarradio de Barcelona. La ruta de Cirio por el profesionalismo, el centro en el que sueñan instalarse todos los futbolistas, no ha sido fácil, pero a él no le ha dado miedo coger desvíos si apuntaban hacia arriba. En 2013 se fue a las antípodas a explotar como futbolista en las filas del Adelaide United australiano. Se siente tan cómodo en las periferias, que no dudó este verano fichar por la UD Ibiza para ayudarla a salir del pozo de la Tercera División. Tenía la obligación de comandar el ataque del club de Amadeo Salvo y sus cifras, su oportunismo y su calidad cuando pisa el área rival lo están refrendando. Cirio es esa clase de delanteros que crean afición: bajito, rápido, hábil para romper caderas y con el gol entre ceja y ceja. Sus movimientos cerca de la portería contraria están ejecutados a ritmo de samba. Tienen, por eso, algo de Romario, parecen sacados de una película de dibujos animados. Sentado en la grada de Can Misses nos cuenta su historia.
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Tengo tres hermanas, todas mayores que yo. Fui el primer niño y el más pequeño de la casa. Tenía siete años cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Barcelona. Badalona ha cambiado mucho desde entonces. De niño no me daba cuenta, pero vivíamos en Pomar, un barrio súper humilde a las afueras de la ciudad. Los bloques de mi barrio estaban habitados por familias de inmigrantes, sobre todo andaluces. Mi padre, que nació en un pueblo de Granada que se llama Montefrío, se tiraba todo el día trabajando, y mi madre, que había nacido ya en Catalunya pero era hija de murcianos, imagínate, con cuatro hijos y con mi abuelo, que vivía en la misma calle. Ella estaba cuidando siempre de nosotros.
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Empecé jugando a fútbol sala en un equipo de mi colegio, el Sant Jordi, hasta que mi padre me llevó a probar al Badalona. Entré como benjamín de primer año. El fútbol de cantera ha cambiado mucho. En aquella época, hasta los más pequeños jugábamos a fútbol once. Pero donde más jugaba al fútbol era en la calle, en cualquier sitio montábamos dos porterías y le dábamos al balón hasta que nos echaban los vecinos, y, también, en un polideportivo público que estaba abierto por las tardes. Muchas veces tenía que venir mi madre a cogerme de la oreja, literalmente, porque se hacía de noche y nosotros seguíamos jugando por ahí. Ahora el barrio ha cambiado mucho. También la sociedad. Todo está más controlado y estructurado. A cualquier chico que entre en un club se le hace una ficha federativa. Por las tardes, además, pueden hacer clases de música o pasarse el rato con el iPad o la consola. Antes la vida era más callejera.
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Cuando vino el Barça a firmarme, siendo alevín, ya me decían que se notaba que mi fútbol tenía bastante influencia de las horas que había pasado jugando en la calle. Marcharme al Barcelona fue una alegría muy grande para mi familia. Mis padres vieron que jugaba bien y que podía ser futbolista. Me dieron toda su ayuda y se sacrificaron para que lo consiguiera. No teníamos coche. Mi madre y yo teníamos que salir de casa corriendo para no perder el bus que nos llevaba hasta el metro de Pep Ventura (aún no había parada en el centro de Badalona). El viaje era larguísimo porque había que hacer varios transbordos. Terminábamos de entrenar y otro par de horas de vuelta a casa. Cuando llegábamos ya era de noche y mi madre aún tenía que hacer la cena para todos. Cuando era infantil de segundo año, el club puso un taxi que nos recogía a todos los que vivíamos por la zona del Maresme y mi madre pudo respirar un poco. En esos viajes coincidí con Cesc Fàbregas, que venía de Vilassar de Mar.
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El Barça es otra cosa. En sus categorías inferiores hay muchísima presión. Ellos siguen a niños de España y de todo el mundo. Al final de cada temporada daban bajas y cuando llegaba junio
estábamos todos en tensión a ver qué iba a pasar. Para un niño de diez o quince años, eso ya es suficiente como para fijarnos en qué pasaba con el primer equipo. Los de mi quinta, no lo tuvieron fácil para jugar en Primera División. Ninguno se asentó. El que ha hecho más carrera de mi generación es Jordi Gómez, que ha estado jugando en Inglaterra y ha sido un jugador importante en el Wigan. Nosotros jugábamos partidillos contra el equipo donde estaba Iniesta, que son del 84 y tienen un año más que yo. A él se le veía que era un futbolista diferente. Ni los entrenadores podían darle muchas indicaciones porque Iniesta tenía muchísimo talento innato, era muy inteligente y sabía lo que había que hacer en cada momento. La otra perla de ese equipo era Troteiro, un delantero pequeñito que no pudo despuntar. Te tiene que acompañar un conjunto de muchas cosas para llegar a la élite.
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No es fácil salir del Barça. Nadie quiere irse de allí, pero hacerlo puede ser una liberación porque empiezas a preocuparte de disfrutar y de jugar el máximo número de partidos que puedas. En esas edades tan jóvenes no importa el equipo ni la categoría en la que estés: lo esencial es jugar todos los minutos de competición que puedas. Al final eso es lo que te va curtiendo y te hace crecer. Pasar de juvenil a sénior tampoco es sencillo. Para mí fue el cambio más difícil: te encuentras en el vestuario con gente de treinta años, con familia, que tiene otra visión de la vida y otras responsabilidades. Tú vienes de estar prácticamente con un grupo de amigos en tu equipo juvenil y ves que, con los mayores, tienes que rendir a tope desde el primer momento. Esa es la exigencia a la que tiene que enfrentarse un jugador profesional.
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Llegué a un Badalona con objetivos muy exigentes. Fermín Casquete, que era el presidente, quería llevar al club a Segunda A y fichaba a jugadores con mucho nombre. A mí, Casquete siempre me apoyó. Veía que era un chico de la ciudad, de familia humilde, que podía jugar bien, pero para mí fue muy complicado tener minutos y oportunidades en el equipo. Decidí marcharme de la ciudad. Pasar por el filial del Mallorca y por el Orihuela me cambió la vida. Cuando sales de casa maduras como persona. Empiezas a cocinar, a hacerte tú la compra y a vivir de forma independiente. A mí esas experiencias me hicieron crecer mucho como persona y, también, como futbolista.
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Miguel Álvarez es uno de los mejores entrenadores que yo he tenido. Solo tengo buenas palabras hacia él porque el paso por el Hospitalet fue un punto de inflexión en mi carrera y creo que las cosas buenas que me han pasado después se las debo a él. En el Hospi tuve de presidente a Miguel García, que ahora está metido en política con Ciudadanos, y que era un tipo de directivo muy dado a hablar con los futbolistas, a estar pendiente de nosotros y saber qué nos hacía falta. Creo que, como Casquete en el Badalona, siempre miraba por el bien del club. Fueron los mejores años del Hospitalet, de hecho. La tercera [2012/2013] fue mi mejor temporada en España. Metí 21 goles, fuimos campeones de Liga y fue una lástima que no pudiéramos ascender a Segunda A. Luego encadené tres temporadas muy buenas en Australia.
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Antes del playoff de ascenso –perdimos contra el Tenerife y el Eibar las dos eliminatorias decisivas que jugamos para subir– ya tenía ofertas importantes encima de la mesa. Le dije a mi representante que prefería centrarme en subir con el Hospitalet porque, si lo conseguíamos, quería quedarme en el club. Cuando se acabó la aventura, miramos todas las opciones y elegí marcharme al Adelaide United. Fue una decisión muy difícil. Mi familia, al principio, no terminaba de entender como, teniendo ofertas de la Segunda española, me iba a Australia. Siempre lo he dicho y ahora se lo repito a los más jóvenes: si tienen varias opciones para fichar tienen que irse al sitio donde les quiera el entrenador. En aquel caso, Josep Gombau fue el que más insistió para que me fuera para allá porque años antes había intentado convencerme para que me marchase con él a Hong Kong.
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Australia es uno de los mejores países del mundo para vivir. Pude, además, aprender inglés, que es algo que me servirá para el futuro. Adelaida no tiene nada que ver con Badalona. El clima es parecido, aunque quizás en verano hace más calor. Algunos días se llega a los cuarenta grados y el calor es más seco. La ciudad es muy tranquila. Todo es a lo grande. Las carreteras y los avenidas son más anchas y los parques más amplios. Quizás Sídney y Melbourne sean más europeas. En Adelaida, en cambio, los espacios vacíos son enormes porque el noventa por ciento de las viviendas son casas con jardín delantero y trasero. Todas tienen barbacoa. El estilo de vida es muy parecido al americano. Para mí fue un cambio muy grande pero me adapté bien porque, además del míster, el segundo entrenador era también catalán. Conmigo se fue Isaías Sánchez, un centrocampista de Sabadell que venía de la Ponferradina. Nuestras mujeres congeniaron muy bien e hicimos mucha vida juntos. No nos sentíamos solos tan lejos de casa.
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El fútbol está creciendo en Australia año tras año. El críquet, el fútbol australiano y el rugby están por encima, pero el fútbol se está acercando y ha dejado de ser el deporte favorito solamente de las comunidades griega, italiana y yugoslava. Allí todo el mundo es hincha de un equipo australiano y de otro de la Premier League. El fútbol inglés se sigue muchísimo y ha ayudado a popularizar este deporte. Cada vez tiene más australianos se enganchan al fútbol, en parte gracias a que la cobertura de la A-League que hace Fox Sports es enorme. Televisan todos los partidos. Hacen entrevistas antes, en el descanso y después de cada partido. Saben primar el espectáculo. Ponen cámaras en los vestuarios. Es una fórmula un poco parecida a la NBA. Los estadios son grandes y están bastante llenos. El público es menos pasional que aquí, pero la gente anima y es muy respetuosa. Con el Adelaide United pude ganar la Copa de Australia, con Josep Gombau, y, después, el tercer año que estuve allí, el título liguero con Guillermo Amor. Amor es de la escuela Barça. Le gusta que su equipo tenga el balón, que juegue al ataque, que presione en cuanto pierde la pelota. Es otro de los mejores entrenadores que yo he tenido. No hace falta que lo diga yo: los resultados que conseguimos hablan de lo buen técnico que es.
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La última temporada en Adelaida no fue fácil. Por lesiones y temas personales de mi mujer no lo pasamos bien. Parecía que todo nos salía al revés. Fueron señales de que había que cambiar.
Terminé contrato y tenía varias opciones. Decidí venir al Ibiza porque estuve hablando con el presidente [Amadeo Salvo] y con Rufete [el director del proyecto] y enseguida me llamó la atención la ambición que tenían, sus ganas de que el club creciera a nivel futbolístico y estructural… El nivel de profesionalidad que veo en el Ibiza, aunque estemos en Tercera, es prácticamente el mismo que tenía en el Adelaide United. Y la exigencia se equipara a los medios que nos dan para que rindamos al máximo. En medio año han cambiado el césped, vamos líderes y estamos peleando duro para subir a Segunda B. Estamos en el buen camino: el crecimiento del club se está desarrollando a una velocidad increíble.
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Llevo 19 goles en 25 jornadas. Si marcas a menudo y, encima, el equipo juega bien y gana, para un delantero es la felicidad máxima. El pasado domingo hicimos un gran partido contra el San Rafael, que era un rival muy completo. Llevamos unas semanas mejorando mucho nuestro rendimiento. Han venido jugadores nuevos y se han adaptado muy rápido. Cada vez interpretamos mejor lo que quiere el míster [Toni Amor] de nosotros y eso nos va a llevar a ser campeones y ascender. Subir, ojo, no es nada fácil, yo sé bien que los playoffs son traicioneros y complicados, pero no debemos tener ninguna pega en decir que nuestro objetivo es el ascenso. Hay que ser conscientes de que esto es un trabajo diario. Hay que ir pasito a pasito. Si no volvemos a ganar este sábado no lo vamos a conseguir. Hoy hemos tenido un muy buen entrenamiento y mañana tiene que ser igual.
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Hace un año estaba en Australia, ahora estoy en Ibiza… en el fútbol no se sabe qué ocurrirá dentro de unos meses. Sí que es verdad que estoy muy a gusto en la isla y en el club. Tenemos futbolistas del máximo nivel y tratamos de hacer un juego bonito, asociándonos, tocándola y jugando al ataque. A mí no me importa venir a entrenar porque es una gozada jugar con estos futbolistas. También me siento muy cómodo con el cuerpo técnico y la directiva. Ojalá consigamos los objetivos y me quede mucho tiempo en Can Misses. Además, tener esa obligación no nos quita que podamos disfrutar.
Buena entrevista! A ver si cunde el ejemplo…