Tú marcas, nosotros te regalamos tu comida favorita. El pacto lo firmaron en octubre. Desde entonces, Nikolay Nikolayevich Obolskiy es un gigante feliz. A tres mil quilómetros de su casa ha encontrado unas manos que le guisan el borsch con todos sus avíos. Caldo con fondo de carne (cerdo o vaca), verduras salteadas y remolacha fresca. Nina Sierikova lo prepara, Raúl Muniente se lo entrega. Ella es ucraniana, de Jarkiv. Él, un zaragozano que se curtió en Barcelona licenciándose en Filosofía y vendiendo por los mercados de la ciudad olivas de su comarca, el Bajo Aragón. Llegaron a Ibiza para emprender de forma paranormal. Sin padrinos ni herencias. Hace un año y pico abrieron en Casas Baratas un negocio de comida a domicilio: TeleSup. Cocinando quien cocina, manda la gastronomía soviética y el borsch ejerce de secretario general del partido. “La sopa de borsch es el único alimento que llevaba Gagarin en el Sputnik. Stalin se tomaba dos tazones cada mañana. El motín del acorazado Potempkin estalló porque la ternera de la olla de borsch estaba podrida y, ahí, se empezaron a rebotar los marineros. Y hay más cosas. Casi toda la historia [de rusos y soviéticos] está teñida de borsch”, me dice Muniente en una nota de voz.
Hace un rato y después de marcarle al Club Deportivo Castellón, Obolskiy pasó por TeleSup y se sacó una foto frente a otro plato a rebosar de calorías líquidas y sólidas que le transportan a su Tula natal. Si hay meigas en Rusia, para “el camarada Nikolay”, como rezaba la pancarta con la que Muniente y Nina han ido a animarlo contra el Castellón, fue quitarse la morriña de las papilas gustativas y empezar a marcar. Obolskiy antes de TeleSup eran cinco partidos y cero goles. Obolskiy después de TeleSup sale a gol cada dos partidos. Ha metido uno en Copa del Rey y cuatro en Primera Federación. La temporada pasada, en Segunda División, la UD Ibiza no tenía a un delantero así, que pelea, se zafa, incordia, gana cada pelota por arriba y, esencial, no se le hace de noche para embocarla.
La última muesca de Obolskyi es un tanto para enmarcar, no sólo por su definición, que fue de martillo pilón, sino por el pase de Àlex Gallar, un estilista que decide partidos porque, salvando las distancias, tiene aquello que tenía Laudrup, que tenía Djalminha, que tuvo Isco. No todos pueden llevar el 14 a la espalda. La temporada pasada, en Segunda División, la UD Ibiza no tenía a un centrocampista así, decisivo, enchufado y con capacidad para compenetrarse con futbolistas parecidos y diferentes. El temple de Eugeni Valderrama y Fausto Tienza, un canchero necesario a espaldas de los tocones, son dos aliados fantásticos para Gallar. Es el toque de pimienta que da sentido al fútbol-control que le gusta a Fernández Romo, el pellizquito de sabor evita que el plato celeste quede soso, un elemento imprevisible, que alegra y gana partidos porque cuando no marca goles, los regala. El segundo contra los albinegros se lo sirvió a Escassi con un gran lanzamiento de falta desde el lateral del campo. Fue la puntilla que obligó al público ibicenco, aquejado de timidez, a hacer la ola y reventó a un líder ambicioso pero fallón. En su estreno en la portería de Can Misses, Baptiste Reynet calmó a los corazones que rozaban la taquicardia cada vez que Patrick Sequeira entraba en escena. El costarricense no les había hecho nada, pero muchos no se fiaban de él. Lo miraban torcido porque les parecía que se movía pesado, que era poco resolutivo, incapaz de parar una que fuera dentro. Reynet, ya titular en Melilla, detuvo varias ocasiones claras contra el Castellón, envío al larguero, con la mirada, un cabezazo de Grønning en la primera parte, y demostró cualidades de quarterback para convertir un saque de puerta en peligro en el otro extremo del campo. La temporada pasada, en Segunda División, la UD Ibiza tenía un portero mejor, pero mientras se constituye la peña Viudos de Fuzato, Reynet apunta condiciones para ser ídolo.
En los minutos finales, cuando ya era segura la victoria que ata en corto al equipo más fuerte del grupo y acerca el liderato, los 3.900 aficionados que según el Ibiza entraron en Can Misses por fin demostraron más entusiasmo que los 5 mil, que según el Castellón, se habían reunido en la plaza mayor de su ciudad para ver el partido en una pantalla gigante. Hay batallas sentimentales y numéricas que un club tan artificial como el Ibiza difícilmente pueda librar sin salir escaldado. Las comparaciones son odiosas contra rivales como el Castellón, que mantienen una masa social fiel pese al desierto deportivo que llevan décadas atravesando, la aparición de inversores extranjeros y los éxitos de sus vecinos de Villarreal. El talonario y la gestión impaciente necesitan de triunfos así, que mantengan a tiro la posibilidad del regreso a LFP. Sobre el tema podría hablar largo y tendido Gallar con Àlex Llorca, cuñado, tocayo y escolta del Bàsquet Sant Antoni. Cada uno defiende los colores de dos proyectos que son la noche y el día en muchas cuestiones, pero tienen algo en común, además del nombre de pila: los ficharon en verano para que la ilusión de los ascensos, sobre el césped y el parqué, esté siempre encendida. De momento, todo en orden. Uno y otro están demostrando ser las yescas –todo arde si se aplica la chispa adecuada, que cantaba el jovencito Bunbury– que necesitan sus equipos y se visitan en Sa Pedrera y Can Misses cuando los viajes se lo permiten. Con tanto buen rollo no se esperan líos en las comidas y cenas que compartan Gallar y Llorca esta Navidad. Si invitan a Obolskiy, tendrán en el menú un elixir llamado borsch.
Pablo Sierra del Sol