Si la UD Ibiza juega a no perder es posible que lo consiga. Si falla un penalti, es posible que no gane. Si se conforma con sumar un punto en casa, es posible que lo logre. Si piensa que eso suficiente para salvarse, se equivoca. Se confunde el técnico, Lucas Alcaraz, y quienes confían en él. Porque a estas alturas y como está el equipo, o se lanza a por todas, o la permanencia está perdida. Ha empatado en casa ante el Villarreal B, 0-0, en un partido de aburrido a malo y en el que no ha parecido tener hambre ni un plan para ganar, aunque ha podido lograrlo.
Empatar en casa siendo vicecolista de la Liga es una derrota. Si no hay arrestos para ir a ganar en casa, adiós. El último que salga, que apague la luz. Queda poco para que acabe la Liga, y si el Ibiza no es valiente, caerá. Bajará de categoría de forma pusilánime. Protegerse para no perder, no vale. El Ibiza es mejor de medio campo en adelante. Y si nadie no lo ve, el grupo está muerto y enterrado. Fuzato, el portero, es el mejor de todos. Seguramente el meta más completo del torneo. O se confía en él y en los de atrás y se arriesga o, de aquí al final, el camino del Ibiza será un drama infumable.
El Ibiza es un equipo cobarde. Ni su técnico confía en los jugadores, que necesitan de alguien que libere la soga y apueste al todo o nada. Alcaraz no es la persona. Se lamenta de todo. De las expulsiones, del árbitro, de que no la huele. Y lo argumenta sin creérselo. Si el equipo ha mejorado desde su llegada es porque ha sabido protegerse atrás. Seguramente si hubiera estado desde el principio, el equipo no sería colista. No estaría en descenso. Sería un Burgos de la vida, con un juego feo pero con un seguro de decesos. No tan arriba, pero lejos del precipicio.
Pero el entrenador ya no está para heroicidades. Nos pasa o pasará a todos. Hay momentos buenos en la vida, pero no necesariamente son eternos. Y el técnico del Ibiza no es a día de hoy el de antes, el de las machadas, ni su discurso suena convincente. La honestidad de su propuesta no promete nada, más allá de eludir el descrédito total y absoluto hacia el que se despeñaba el club. A eso sí que le ha puesto freno. Pero poco más.
Jugar a no perder, a día de hoy, es como dar por hecho el peor de los escenarios y querer que el golpe duela menos. Es una mera anestesia. Nadie quiere ni necesita ver cómo el conjunto se desangra poco a poco sin que haga nada para romper con la monotonía. Es cierto que Herrera ha fallado un penalti en el tramo final que podría haber cambiado el signo de todo. Pura mala suerte, sí. Pero aferrarse a la providencia es un querer y no poder, como creer en que hay vida después de la muerte cuando solo sabemos todo lo contrario. Se ha visto hoy. Todo el mundo lo ha visto. El de casa, que debería de haber salido a morder a la yugular para no desfallecer, ha sido un caniche huidizo. Cobarde, que lo ha fiado todo a no ser víctima de una dentellada con tal de no darla. Una pelea nula.
Necesitaba lo contrario el Ibiza. Debía ser quien que mostrara el filo de la dentadura, afilada. Quien oprime. Quien muerde. Quien desafía. Pero ni en casa ni con la guillotina sobre su cabeza ha enseñado los colmillos, ni la fiereza que se esperaba. Se dirá en sala de prensa que sí, que perder así es un paso, un proceso, una… Tonterías. O el Ibiza se convierte en un camicace que no tiene nada que perder o se caerá de la Liga de una forma triste, sin alma, sin gancho, sin… pongan los calificativos que quieran. Quien diga lo contrario, no sabe de esto. Y todos los que han llegado hasta esta línea son apasionados y reconocen mejor que nadie la cosas que ocurren en el campo, en el entorno y en el club. Son expertos a los que no hay que enseñar nada. Con un juicio a tener en cuenta.
Nunca antes el fútbol local había estado tan arriba, y cuanto más alto se está más se acentúan los errores. Desde la confianza y la seguridad que había mostrado el club, hasta la caída por el precipicio que nadie había previsto. Pase lo que pase, este capítulo del fútbol insular se ha situado en lo más alto a lo que jamás se había llegado antes. La historia le ha hecho un hueco y ahí permanecerá siempre.
Si finalmente baja o se mantiene, sea cual sea el escenario, el club debe de hacer balance de lo que ha logrado, de lo que ha hecho sentir a la afición y de lo que se debe corregir desde una cima que le tiene que hacer ver lo mejor del deporte de Ibiza de forma genérica para meterse a todos en el bolsillo en vez de dividir.
El mal de altura tiene remedio. Y nadie quiere en Ibiza el mal del otro, del adversario, más allá de la rivalidad que se viva el terreno de juego. O la UD va con todos, o no irá. Si muestra respeto a la historia del deporte local, que no tiene precio ni nació hace seis años, será mejor. Independientemente de la categoría en la que milite. Hoy se la ha pegado, pero no lo ha hecho sola. Casi 4.000 personas han estado de su lado.
0.- UD Ibiza: Fuzato; Joseda, Martín, Grillo, Escobar; Coke (Julis, min. 73 ), Diop (Morante, min. 75), Javi Serrano, Suleiman (Appin, min. 73); Herrera, Bogusz (Javi Vázquez, min. 88).
0.- Villarreal B: Iker Alvarez; Leal (Collado, min. 65), Dela, Iñiguez, Tasende; Carreira, A. Del Moral, Carlo, S. Lozano (Fores, min. 88); Fer Niño (Ontiveros, min. 88), A. Millan (Haissem, min. 65).
Árbitro: Hernández Maeso (Comité Extremeño) que amonestó a los locales Diop (min.74), Joseda (min. 80), Grillo (min. 87) y al visitante Leal (min. 14). Julis fue expulsado con roja directa el min. 83.
Incidencias: Partido correspondiente a la trigesimoprimera jornada de LaLiga SmartBank disputado en el Estadio Palladium Can Misses ante 3.695 espectadores.