@Laura F. Arambarri / El escultor Antonio Hormigo (Sant Antoni, 1933) ha fallecido hoy en Ibiza a los 86 años de edad.
El mundo artístico de la isla lamenta la pérdida, aunque sus piezas, creadas a partir de ramas y troncos de árboles característicos de Ibiza como el olivo, el almendro, la sabina y el algarrobo, quedan como legado de un hombre con un sello personal indiscutible.
Naturaleza, mitología y figura humana son los tres grandes temas de sus obras. Unas piezas en las que conseguía convertir los nudos, las vetas y las rugosidades propias de la madera en superficies brillantes y suaves, de un tacto sedoso que invita al espectador a traspasar la barrera del ‘prohibido tocar’ y deslizar las yemas de los dedos por sus curvas y recovecos.
Su forma de trabajar partió siempre de la observación de la materia prima con la que trabajaba. Respetando la forma original y caprichosa del árbol, descubría aquello que se escondía dentro de la pieza hasta desvelar o revelar su interior.
Enseñanzas de su padre
«Parte su trabajo de la madera madura y debe enfrentarse a ella como un aliado o enemigo a batir. Cada obra cuenta una historia: la de la lucha por desvelarse a través de los ojos y las manos del autor”, explicaba Elena Ruiz Sastre con motivo de la exposición con ocho de sus piezas en Can Botino el año pasado.
Hormigo aprendió la técnica de su padre, Antoni Hormigo Josefa, también escultor, y completó su formación de manera autodidacta. Sus piezas son absolutamente reconocibles por sus formas sinuosas, su preferencia por la curva sobre la recta y por la estilización de la estructura figurativa.
«No nos engañemos. Los árboles hablan, pero lo hacen a su manera, como hablan las piedras, el viento, las nubes y el mar. Cada elemento de la naturaleza tiene su propio lenguaje. ¿No os habla la lluvia?», explica Hormigo en el libro ‘ Antonio Hormigo. Matèria i esperit. Una escultura personal i tel·lúrica’ (Editorial Mediterrània), de Miguel Ángel González.