Ana Juan Clapés (Santa Eulària, 1940) es la primera mujer que vendió armas en Ibiza, y su armería, la única que ha habido en la Villa del Río, se encuentra actualmente a cargo de uno de sus dos hijos: Mariano Joan Costa. Su madre tenía el negocio como «intransferible» y tuvo que darlo de baja y volver a registrarlo para que su hijo continuase con él. La «Armería Ana Juan», ubicada en la calle de Sant Vicent, muy cerca de la sede del Ayuntamiento, se hizo muy popular entre los 70 y los 90. A pesar de que cada vez se venden menos armas, el negocio se mantiene en pie porque es historia viva del pueblo y de la familia que siempre lo ha llevado. Juan Clapés se casó con un cazador, pero para ella, todo esto, lejos de ser un hobby, fue su modo de vida. Su tienda se llenaba sobre todo al mediodía y a última hora de la tarde y la dueña trazó muy buena relación con los vecinos. Asegura que solo puede contar buenas experiencias.
La entrevistada recibe a Noudiari en la que fue su tienda y la que todavía es su casa, donde vive desde hace ya unos 60 años, desde que se mudó del campo de Santa Eulària al núcleo urbano de la localidad.
¿Cuándo abrió exactamente esta armería?
Fue alrededor del año 1970, pero no puedo recordarlo exactamente, y es algo que me da mucha rabia. No puedo saber el año concreto porque la Guardia Civil, al dar yo de baja la armería, se quedó con los libros que teníamos con todas las anotaciones de las armas que llegaban y que se vendían. Es decir, era un libro en el que apuntábamos todas las altas y bajas de las armas, que tienen todas su propio número. Yo me lo quería quedar, pero se lo llevaron. En esas hojas estaban registradas las primeras ventas, así que si lo tuviera, podía confirmarte el año exacto, pero yo diría que fue hacia 1970 o 1971. Sí, porque me casé en el 62 y en el 63 ya tuve a mi primer hijo, que ya era un poco grande cuando abrí la armería. El pequeño, en ese momento, debía tener unos dos o tres años.
¿Y por qué dio de baja la armería?
Era lo que tenía que hacer para que mi hijo pudiese continuar con el negocio, darlo de baja y volver a dar de alta, porque yo lo tenía como intransferible. Cuando la abrí, con Franco todavía vivo, lo que me pidieron fue el certificado de antecedentes penales y poca cosa más. Luego, cuando las cosas comenzaron a ponerse bastante feas con ETA, entre los años 70 y 80, estaba todo el mundo más asustado. En esos años la Guardia Civil nos comenzó a decir que teníamos que poner verjas y puertas de hierro, y así lo hice. Dejamos todo bien cerrado y asegurado. Y ahora, por ejemplo, en estos armarios en los que tengo las armas, los vidrios son antibalas. Antes tampoco teníamos caja fuerte y tuve que comprar una que estuviese homologada. Guardábamos allí una pieza de cada escopeta. A la vista de todos, parecía que estaban enteras en el armario de la tienda, pero nosotros les quitábamos una pieza a todas y la guardábamos en la caja fuerte. Así, si alguien venía y robaba, no podía utilizar el arma. Ahora tenemos más medidas de seguridad que nunca, con alarma y todo.
Cuando las cosas comenzaron a ponerse bastante feas con ETA, estaba todo el mundo más asustado. Dejamos todo bien cerrado y asegurado.
¿Hubo algún peligro real durante los años 70 y 80?
Nosotros no recibimos nunca amenazas de ETA, pero se tomaron medidas por precaución, por si venían a buscar armas para luego ir haciendo daño a la gente, o por si venían directamente a amenazarme, pidiéndome mis armas. En esa época mucha gente cogió miedo y comenzaron a cambiarse algunas leyes que nos obligaron a poner más medidas de seguridad.
¿Cómo surgió la idea de montar la tienda?
Yo quería trabajar, porque me casé y aquí metida todo el día me aburría, porque yo era de campo. No había vivido nunca antes dentro del pueblo y tampoco tenía muchas amistades, aunque conocía a toda la gente porque soy de las afueras Santa Eulària, pero uno no tiene la suficiente confianza cuando se cambia de lugar, y yo me aburría. Así que cuando los niños se hicieron un poco grandes y ya los pude llevar a la guardería, me decidí a trabajar en algo, y un día vino mi marido de Vila y me dijo: «¿Sabes qué he pensado? Que abriremos una armería». «¿Una armería? ¿Y crees que vendrá gente a comprar?», le dije yo, que dudaba que en Santa Eulària hubiese clientes para esto. Comenzamos poco a poco. El espacio que teníamos antes en la casa para la tienda era muy pequeñito, luego tuvimos que tirar una pared. Y los niños estaban por aquí en medio jugando. A mijo Mariano le hacía mucha rabia tener que atender a la gente (ríe). Ahora tiene la armería a su nombre, pero cuando era pequeño y algún cliente tocaba la puerta, él no quería salir a abrirle.
¿Qué puede contar de esos inicios con el negocio?
Los cazadores, naturalmente, estaban contentísimos, porque hasta entonces tenían que bajar a la ciudad de Ibiza a comprar todas las cosas que necesitaban. En casa el cazador era mi marido, para él fue su hobby y para mí, un trabajo (ríe). Yo una vez intenté tirar y me hice un daño en el hombro que me dije: mira, para tener que sufrir, mejor me dedico a otra cosa (ríe). A él le gustaban mucho las armas. En ese cartel de ahí, en el que se anuncia un concurso de tiro el plato, el que sale en la foto disparando es mi marido [señala el cartel]. Él era telegrafista en Correos, en Vila, y en sus días libres tramitaba licencias de caza, por lo que tenía que ir personalmente al Consell y a la Guardia Civil para sacar los permisos de armas nuevos. Se encargaba de llevar todo el tema del papeleo de ambas cosas: de las licencias de caza y de los permisos de armas nuevos. Eso nos iba muy bien, porque sabíamos que quien se sacaba un permiso nuevo de armas luego nos compraba el arma.
¿Cuál era el perfil de los clientes?
He tenido clientes de Sant Antoni, Sant Josep, Sant Joan, mucha gente de Sa Cala, … De toda la isla. Después la cosa se hizo famosa y comenzaron a hacerse tiradas al plato por todas partes. Nos fueron conociendo con el boca a boca y venía gente de por todas partes, y los ibicencos, cuando iban a cazar a la península, pasaban antes por aquí para comprar los cartuchos y se los llevaban. Era gente ibicenca que tenía un coto en la península y se iba allí a cazar, y como no querían tener que pararse a comprar allí o porque les gustaba más comprar aquí, venían a nuestra armería y hacían una buena compra de cartuchos, llevándose las cajas que necesitasen. Con turistas era muy difícil vender armas, por el tema de los permisos fuera de su país.
Y la mayoría de los compradores eran hombres, ¿no?
Sí, todos hombres. Normalmente, a ninguna mujer le gusta… Eran hombres y a veces también chicos jóvenes que venían con su padre a partir de los 14 años, la edad con la que ya puedes hacerte un permiso de armas. Todo el mundo se lo sacaba, hubo una época, la de los años 70, 80 y principios de los 90, en la que la caza estuvo muy de moda. Además, no había cotos, y los de Sant Antoni venían a cazar aquí, los de Santa Eulària iban a cazar a Sant Antoni, y así… Además, en aquel tiempo también vino mucha gente de la península a trabajar en el sector de la construcción, ya que se estaban edificando hoteles. Muchos de estos trabajadores, como tantas personas en la península, tenían una escopeta e iban a cazar.
¿Cuándo había más movimiento en la tienda?
Por la mañana me levantaba bien tranquila, iba a comprar y hacía la comida. Porque yo siempre he llevado la casa y la armería, las dos cosas. Al mediodía, a no ser que, tal y como pasaba alguna vez, tuviese que venir alguien por la mañana a comprar alguna escopeta, era cuando venía mucha gente. Por la mañana estaba todo el mundo trabajando, y cuando acababan, al mediodía o por la noche, se acercaban a la tienda. Al final de tarde también venían muchísimos clientes, y como yo ya lo sabía, siempre tenía abierto hasta las nueve de la noche, que era cuando dejaba de venir gente. Por la mañana hacía de ama de casa. La mayoría de los clientes tenían lo de cazar como un hobby, porque es un hobby. Es una manera que tienen las personas de hacer ejercicio, es correr por el bosque con un perro y una escopeta. Y si se caza algo es una buena noticia, y si no, pues paciencia, porque mi marido volvía algunos días a casa sin caza. Yo creo que esto sirve más bien para hacer ejercicio, y también es algo muy bonito para aquellos a los que les gusta ver el campo.
De todas formas, la venta de armas es un negocio temporal, ¿no?
Totalmente, la veda se abría normalmente el 15 de agosto y se cerraba en febrero. El resto del año era como si tuviese vacaciones, lo que no quiere decir que no viniese alguien a comprar una escopeta o lo que fuese… También vendí armas cuando se empezó a crear la Policía Local de Santa Eulària. Les vendí bastantes pistolas, y también alguna Parabellum de nueve milímetros a la Guardia Civil. La verdad es que he tenido muchas armas muy buenas y muy bonitas. Yo no cazaba, lo que me gustaba era vender, y cuando cerré el negocio lo añoré mucho. Ahora todavía estoy por aquí, en esta casa, pero no vendo nada aquí, porque si alguien quiere comprar alguna cosa, le doy el teléfono de mi hijo, que se llama Mariano Costa Joan, y ellos se ponen de acuerdo para verse en algún sitio. Yo ya estoy fuera de todo este mundo.
¿Cómo reaccionó su entorno cuando les dijo que abriría una tienda de armas? ¿Qué le dijeron?
Nada en especial, porque ya sabían que mi marido era cazador y no les chocó, y eso que mi padre no había tenido nunca ni un arma y yo no había visto nunca ninguna en casa. Pero yo nunca supe de nadie que le diese mucha importancia, la verdad.
Vendí pistolas a la Policía Local de Santa Eulària y a la Guardia Civil
¿No dijeron nada sobre el hecho de que fuese una mujer quien abría una armería?
Yo no noté que dijesen: ¡Uy, mira, es una mujer! De hecho, todos los clientes fueron muy amables siempre, y me decían: ¿No tienes miedo, con tantas escopetas y con tanta gente que viene a la que no conoces?, y siempre respondía lo mismo: a la armería solo vienen los que tienen armas, y los que tienen armas necesitan un permiso para comprarla, para lo cual han de tener una buena reputación y ser buenas personas, porque hay que tener limpio el certificado de penales. Así que yo sabía que todos los clientes eran buena gente. Nunca he tenido miedo en la vida, con las armas tampoco. Nunca he tenido experiencias malas, al contrario. De hecho, había mucha gente que si tenía un problema con los hijos o con lo que fuese, a veces me los contaban.
¡Vaya! ¿Era una armera psicóloga?
¡Sí! (ríe). Se ponían a hablarme de sus temas, y como a mí también me encanta darle al palique, les seguía la conversación y a veces me explicaban su vida.
¿Y qué era lo que le compraban más?
Para ir a cazar, normalmente lo que compraban más eran escopetas planas o repetidoras, que tenían un calibre de 12. Para ir a tirar al plato, las más vendidas eran las superpuestas. Para ir a cazar, los cañones están puestos uno al lado del otro, y normalmente había de un gatillo o de dos, y en cambio, para el tiro al plato, los cañones están uno encima de otro y con un solo gatillo, y a eso se le llama superpuesta. Yo no sabía casi nada de armas, pero enseguida aprendí mucho, también sobre cómo montarlas y desmontarlas. Llegaban desmontadas a la tienda y yo tenía que comprobar si estaba todo correctamente. De hecho, si venía algún cliente que tenía el permiso de armas pero no sabía cómo funcionaba, yo se lo tenía que explicarle todo.
Había muchos clientes que si tenían un problema con los hijos o con lo que fuese, a veces me lo contaban.
¿De dónde venían las armas?
Todas las que comprábamos nosotros venían de fábricas del País Vasco, como por ejemplo las Sarasqueta, Laurona, Zabala Hermanos y las Franchi, que eran italianas. También vendemos chaquetas o cinturones para ir a cazar, cosas que no son armas pero que están directamente relacionadas.
¿Y qué armas eran las más caras?
La marca Víctor Sarasqueta era una de las caras, y era muy buena. Luego también estaba la marca Laurona, pero tampoco era tan cara, las armas valían unas 30.000, 40.000 o 50.000 pesetas. Había algunas de 100.000. Entre 30.000 y 100.000 pesetas era lo normal. Kemen, por ejemplo, sí que era una marca bastante cara. Vi entrar una que valía un millón de pesetas.
Y ahora, ¿cómo va la armería?
Ahora ya casi no vendemos armas, como mucho los que ya tienen un arma nos compran algún cartucho para ir a cazar. Pero actualmente cazar es muy complicado por todo el lío de los permisos de armas. Es algo que cada vez está más restringido. Hay mucha gente que tenía armas y que ha dicho: mira, yo no quiero este dolor de cabeza, entrego el arma a la policía o a la Guardia Civil y dejo de ir a cazar. Muchos han hecho esto. Para los rifles de balines que tengo aquí, por ejemplo, no hace falta permiso, porque son de balines pequeñitos, parecidos a los balines de feria. Lo que se le pide al cliente es el DNI. Las escopetas, por otro lado, requieren un solo permiso de armas para usar cualquiera de ellas, y puedes tener hasta seis. Pero si quieres ir al campo de tiro a tirar con pistola, te tienes que hacer un permiso para tener arma corta, que es otro permiso. Es un lío… Luego hay otros requisitos, porque para ir a cazar necesitas la licencia de caza, necesitas un seguro, por si te hacen daño o si haces daño tú a otra persona. Además, hay que estar federado. En total, te hace falta un fajo de papeles. Además, luego la escopeta lleva lo que se llama una guía, que es como la escritura de la escopeta. Este papel lleva el nombre del dueño, la marca de la escopeta, el calibre, la numeración que tiene… es decir, todos los datos. Luego otra cosa es que también hay cotos, y para cazar dentro se necesita pagar cierta cantidad cada año. Otro factor son los jóvenes, que han cambiado mucho, porque les da lástima que se mate a los animales. Antes la mentalidad era otra.