Por Soldat: Salvo los ejes derecha-izquierda y España-Països Catalans, en los que me posiciono contra el dogma de mi interlocutor si no admito mi más absoluto desencanto y escepticismo, tengo claro que, en las dicotomías que de verdad importan, uno debe tomar partido y evidenciarlo: soy culé, de Mcdonald’s, del POUM, de Carlos Hugo, pro semita, de los Beatles, de Samantha Fox y de Apple. Y prefiero la Coca-Cola acompañada de JB (renuncié al gin tonic cuando empecé a escupir trozos de albahaca o clavo y perdía más tiempo viendo la tónica verterse por un destornillador que al sorber). Pero disfruto de los Rolling, las entradas de Pepe, los saltitos de Sabrina o un Ballantine’s con Pepsi, que al rival se lo valora y admira. Más que nada porque son némesis arbitrarias que señalé algún día que me pasé con la Coca-Cola o la Pepsi aderezadas y la palabra dada es el máximo patrimonio. (Qué lástima que no tenga instinto comercial para buscar patrocinadores).
Soy de Blur. Aunque la de los hermanos Gallagher en Oasis fue una de las fraternidades más épicas que uno recuerde, junto a la de los Dassler (Adolf y Rudolf: el primero era antipatriota y dueño de Adidas, mientras que su hermano era un nazi convencido que no puso reparos a la hora de reconvertir los talleres de Puma en factorías de artillería para la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial). Y eso que Liam Gallagher se merece toda mi admiración por ser expulsado de una zona pija del Santiago Bernabéu todo borracho, mientras que Noel no sólo ha compuesto una de las cosas más maravillosas que existen, sino que, encima, tiene su parte de ibicenco (compró la mansión de es Cubells del tío de los devaneos sinfónicos, vecina de ésta otra).
Pero soy de Blur, que también tuvieron su parte de ibicencos. Por los tremendos disfrutes que me pegué con demasiadas coca-colas al ritmo de «Song 2» y porque eran los estándares de la flema británica frente al hooliganismo de Oasis (que también tiene su aquél, que hay que admirar y valorar). Y porque Blur, al igual que los Gallagher, también apostaban por el metadilema con el frente abierto por sus dos líderes, el guitarrista Graham Coxon y el cantante Damon Albarn. Pues yo soy de Damon Albarn, aunque me caiga mejor el otro, más que nada porque el cantante luego formó el grupo que pude ver en directo, The Good the Bad and the Queen, junto al hombre que de verdad vale la pena de toda esta historia: Paul Simonon, bajista de The Clash, la única banda que importa, el hombre retratado en la mejor portada de la historia y autor de la madre de todas las líneas de bajo.
Total, que el bueno de Albarn, después de su brillante incursión con Gorillaz, también se aburrió de The Good the Bad and the Queen y volvió con Blur, con los que protagonizó la clausura de la Olimpiada de Londres. Un reencuentro al que, para ser perfecto, sólo le faltó el baile que Boris Johnson dedicó en la misma ceremonia a las Spice Girls (de esta pentacotomía, yo me quedo con la morenita).
Ah, perdón, que me acuerdo que debo anotar lo que debía haber destacado en la entrada del artículo: se acaba de publicar un cuadrúple CD y DVD en directo de la actuación de Blur en Hyde Park durante la fiesta final de la Olimpiada (ésta era la excusa de la perorata). Dicen que ya no se volverán a juntar nunca más y Damon Albarn prepara nuevas aventuras.
PD: A mí los que de verdad me gustan del brit-pop son Suede. Su cantante, Brett Anderson, sí que es ibicenco de verdad.