Durante 15 años, primero en su propio apartamento y después en dos pequeños locales de Ibiza, Cristóbal ha sido el alma de “La voz de los que nadie quiere escuchar. Personas sin techo en Ibiza”, una red informal de ayuda a personas sin hogar y a familias al borde del colapso, a las que han ofrecido comida y dignidad.
Sin subvenciones, sin ONG, sin fotos. Ni siquiera ahora, que baja la persiana del local del carrer Arxiduc Lluís Salvador de Ibiza en el que ha pasado los últimos años, Cristóbal nos deja retratar su rostro. Tampoco quieren salir los compañeros que le han echado una mano. En la era del postuero y el selfie, todavía hay gente que trabaja sin protagonismo alguno.
Echa el cierre sin saber muy bien qué hacer con los 200 euros de remanente que le quedan en la caja de resistencia más famosa de Ibiza (un tarro de cristal sobre un mostrador que ha recogido las donaciones anónimas con las que han podido ir pagando el alquiler y gastos del local) pero con la absoluta certeza de haber hecho lo correcto: ayudar a 20.000 personas de Ibiza en momentos críticos de la vida, en los que una botella de aceite o un paquete de arroz era la diferencia entre comer o no comer; momentos en los que un abrazo marcaba la diferencia entre sentirte un paria o humano y digno.

No hay foto de su rostro para ilustrar esta entrevista ni ninguna otra. Cristóbal rehúye de la visibilidad como rehuyó en su día de los sindicatos, los partidos políticos y las organizaciones subvencionadas. “Vi la corrupción desde dentro. Todos cobran, todos viven de esto. Y nadie soluciona nada”, afirma con un tono que mezcla hartazgo y convicción.
Ponerse al frente de ‘La voz de los que nadie quiere escuchar’ no fue planeado. Le salió de las entrañas cuando vio cómo los supermercados tiraban toneladas de comida, perfectamente válida, a la basura, mientras personas escarbaban en los contenedores y se hizo una pregunta que lo cambiaría todo: ¿Por qué nadie recoge esto?. Y él empezó a hacerlo.
Parece simple pero no lo es. Pocas personas tienen la voluntad y constancia de pasarse 15 años trabajando a pie de calle y sin ganar un euro (más bien perdiendo dinero) por y para la gente hasta 12 horas al día, yendo a los asentamientos —ya en 2016 alertó de que existían y de que se harían más grandes— y sabiendo el nombre y conociendo el rostro y la historia detrás de todos aquellos que un día aparecen en las noticias con el titular «un indigente aparece muerto en tal parque o en tal cueva».
El desperdicio alimentario le revienta los nervios. Gracias a su trabajo y a la progresiva concienciación de empresarios y colaboradores han «rescatado», entre otros ejemplos, 200 garrafas de aceite de girasol que iban a descartarse «porque se reventaron dos y las pringaron todas de aceite», explica señalándolas. Lo mismo con muchas botellas de aceite de oliva de muy buena calidad que «se iban a descartar porque la etiqueta se puso del revés en la fábrica, o carne que se quita de un expositor solo porque tienen que reponer la nueva remesa».


Con tal de no ver un alimento desbaratado ha llegado a pagar de su bolsillo entre 400 y 500 euros de luz mensuales cuando almacenaba la comida en un enorme arcón congelador en su propia casa. «Aquello chupaba luz que no veas», dice riendo. Porque Cristóbal es un tipo que habla de cosas serias pero no pierde el humor y combina una mezcla de autoridad y bonhomía que le ha hecho ganarse el respeto de mucha gente en esta isla.
Una trinchera de barrio
En plena pandemia, llegaron a repartir comida más de 200 personas al día. Lo hacían con donaciones de supermercados, restaurantes y vecinos. “Aquí todo el mundo colaboraba, pero no los llamo voluntarios. Esa palabra me suena a ONG y eso es justo lo que no somos”, aclara.

Su local, ahora ya medio vacío, estaba entonces a rebosar de donaciones de particulares y empresas. Muchos, a día de hoy, les siguen llevando productos frescos y no perecederos. Pero no quiere dar nombres. Tanta importancia le da a esos restaurantes y hoteles como a la señora mayor que les llevaba una bolsita con un aceite, un paquete de arroz y una caja de galletas y, caminando, lo dejaba en el local para quien más lo necesitase.
Este local, bastante diminuto y sencillo hasta decir basta, ha sido durante cinco años y medio un punto de encuentro para el vecindario. Lo será hasta septiembre, por mucho que le digan todos «no te vayas, Cristóbal».

Personas mayores, madres solas, enfermos de cáncer, trabajadores sin contrato: todos han encontrado allí algo de comida y algo más importante todavía, dignidad. “Nos hemos convertido en una especie de centro social”, resume Cristóbal al que le hubiese gustado que La voz se hubiese convertido en red y se abriese una sucursal en cada barrio.
Pero la solidaridad es algo difícil y, aunque cueste creerlo, se han encontrado con gente desagradecida que hace como que no les conoce y les tuerce la cara si les ve en otras circunstancias. No idealiza su trabajo porque la humanidad está muy lejos de ser ideal.
Lo que quería Cristóbal era que «todos los que recogieran algo dieran algo: que vinieran un día a descargar un camión, que acompañasen a una señora mayor a llevar las cosas a su casa…» algunos respondieron pero muchos no lo hicieron. “No se trata solo de dar. Hay que hacer sentir útil a la gente. Si no, solo engordas al pollo hasta que llegue Navidad”, reflexiona y añade: «Lo importante es que la gente se sienta útil y se olvide de las adicciones». Porque ese es uno de los más graves problemas que se han encontrado: la adicción al alcohol y a las drogas que hunde todo lo que puede ser una persona. En el local y en el porchecito de entrada el alcohol está completamente prohibido.
Agradecimientos por tantas vidas cambiadas
Cristóbal y sus colaboradores han hecho mucho por muchas personas. Se emociona al recordar a la mujer que pasó dos años cocinando únicamente al vapor para ella y su hija por no poder comprar aceite y recuerda la cara que se le puso cuando le dieron por fin unas botellas para cocinar.
En su archivo guarda preciosos mensajes de agradecimiento y también guarda las cartas de la Oficina de Atención a la Mujer de los Juzgados de Ibiza desde donde le remitían «a mujeres víctimas de violencia machista que no podían esperar tres o cuatro meses a que se tramitase una ayuda oficial porque estaban sin nada, con hijos al cargo y nos pedían que, por favor, las atendiésemos con lo básico». Es decir, que si no llega a ser por esta organización —que a veces ha estado en el punto de mira por no ser asociación ni ONG ni nada «legal»— estas mujeres habrían estado sin comida y ropa para ellas y sus pequeños.
“El sistema no funciona”
El diagnóstico de Cristóbal al respecto es implacable y nada optimista. Una bofetada en toda la cara del sistema. “Las ONG viven del problema, no lo solucionan. Cada persona es un expediente, y cada expediente es dinero público. Por eso las colas de Cáritas o Cruz Roja no se acaban nunca”, denuncia. Y sabe que decirlo le enemista con muchas personas de la isla pero no se corta. No tiene nada que perder y se siente libre de expresarse. Según su experiencia, hay personas en Ibiza que piden en la calle que no están realmente necesitadas: “Son buscavidas que se han acostumbrado a vivir así. Sacan 100 o 200 euros al día sin dar explicaciones”.
Su propuesta va más allá: «centros de acogida en zonas rurales donde las personas vulnerables puedan trabajar la tierra, criar animales…. No albergues de paso, sino lugares donde se recupere la autoestima. Las leyes impiden ayudar a quien no lo pide. Pero muchos de los que están mal no lo van a pedir nunca. Se mueren en la calle”, lamenta y conoce casos con nombres, apellidos y biografía.
Un legado invisible, pero real
En estos años, Cristóbal calcula que han pasado unas 20.000 personas por “La voz”. Él conoce muchos nombres y muchas historias, pero no hay registros oficiales, solo una carpeta con sus nombres de pila, un teléfono, las personas que estaban en casa mientras ellos hacían la cola. Lo que queda son los recuerdos: los collares hechos a mano que le regalaban personas sin hogar, los llantos silenciosos de quienes por fin recibían un plato caliente y dignidad, las conversaciones con la Policía Local y Nacional que muchas veces les echaron una mano y, a pesar de todo, comprendieron su trabajo.
En 2021, le llegó una multa del Ayuntamiento de Ibiza de 1.500 euros por repartir comida en plena pandemia. Un conocido empresario hotelero de la isla que donaba muchas cosas a ‘La voz… le ofreció pagar la multa, poner su bufete de abogados a su servicio, denunciar al ayuntamiento… No hizo falta. Cristóbal tenía bien claro que no la iba a pagar. La presión social consiguió que se la retiraran.
Pero esa fue solo una de muchas batallas. “Hemos demostrado que se puede hacer algo. Pero esto se ha ido de madre. Hay más de 80 poblados en Ibiza y nadie habla de ellos. Detrás de un poblado viene una favela, y detrás de una favela, la delincuencia. Si no actuamos ya, esto estalla”, alerta.
Así, Cristóbal plantea un futuro para isla muy crítico, con favelas, con un aumento de la delincuencia y otros problemas sociales derivados. «Muchas enfermeras, médicos, profesores se están yendo de Ibiza.. ¿qué sociedad nos va a quedar en Ibiza? ¿Mano de obra barata, como he sido yo, para limpiar y servir? ¿Propietarios y jubilados europeos ricos? Ibiza se hunde. ¿Construir más? ¡pero si cada vez que llueve se levantan las alcantarillas! Están alquilando por 2.000 euros pisos en Isidor Macabich metiendo a una familia en cada habitación. El hacinamiento es tal que una vez queríamos dar una cuna para un bebé y no les cabía en la habitación», relata con un deje de desesperación en la voz.
También destaca el gran crecimiento demográfico «descontrolado» de la isla: «No estamos contando a todas las personas que viven en la isla y no están censadas; mucha gente vive y trabaja en Ibiza sin papeles ni contratos, en una economía sumergida. Los medios de comunicación no sabéis lo que está pasando de verdad ni la cantidad de trabajo que se paga en dinero negro», afirma.
El final (o el principio)
En septiembre cerrará el local. Los vecinos insisten en que no se vaya, algunos incluso siguen echando dinero en la famosa “caja de resistencia”, aunque Cristóbal les pide que no lo hagan. «Quizá con esos últimos euros se pague un café colectivo», en agradecimiento a todos los que sostuvieron la iniciativa durante años.

Así, mientras recuerda estos años en el local, los vecinos que pasan por delante de la puerta le saludan, se paran a conversar, hacen barrio. Una de ellas es Dolores, que se encontró a Cristóbal cuando lo había perdido todo, literalmente, en el incendio de su casa. Gracias a la cadena de solidaridad les consiguieron un apartamento de alquiler cercano, además de muebles y electrodomésticos. «Fui al Consell, al Ayuntamiento… me daba mucha vergüenza y sentía que estaba pidiendo limosna, pero todos nos cerraron las puertas y, mientras, yo estaba en los parques, en los pipicanes, comiendo y durmiendo con mi hijo porque no nos daban nada», lamenta. Desde muebles a comida, gracias a La Voz salió adelante, cuando nadie le daba una solución real. «La humanidad la encontré con Cristóbal», dice muy seria y agradecida.
Apenas se ha ido, cuando a los pocos minutos se acerca Adrián, un vecino que se arremangó, especialmente en 2020 y 2021, para ayudar a Cristóbal en lo más crudo de la pandemia. Organizaba colas, atendía a la gente y recuerda que no pudo evitar emocionarse por todas las lágrimas que vio derramar a personas verdaderamente necesitadas o desahuciadas. «Ha sido un palo saber que cierra; este es un punto de encuentro para los vecinos, son muchos años, lo echaremos mucho en falta», valora Adrián. «Aquí no se ha juzgado a nadie, se les ha cuidado en lo que se ha podido», insiste. Los hijos del vecindario, también los de Adrián, han conocido qué es la verdadera solidaridad y ayudar al prójimo.
En ese momento, otra vecina viene a recoger un táper con alubias que le ha dado a Cristóbal esa mañana.





Él les deja hablar e insiste en que La voz de los que nadie quiere escuchar no es solo él. Cristóbal nunca quiso ser protagonista. Y solo de casualidad suelta algún un dato personal: que tiene 62 años, 50 de ellos vividos en Ibiza. Y, sin embargo, ha sido la voz que muchos a los que no hemos querido escuchar y a los que ni siquiera miramos cuando aparece un bulto bajo unos cartones a la vuelta de la esquina, bajo un portal, en un banco de un parque.
Verso libre, hastiado de las maquinarias de sindicatos, partidos políticos y ONG, Cristóbal se ha ganado el respeto y la admiración de muchos y también el odio y los recelos de otros tantos por haber sido un verdadero antisistema al que solo le ha preocupado que la ayuda llegara a la gente de Ibiza.
Un trabajo hecho por un ángel y sus ayudantes!
Trabajo que pertenece a los ayuntamientos, al consell insular, en fin, a los que están al mando !
Pero los que están allá arriba malgastan todos los impuestos, que no son pocos. Malgasten en rotondas innecesarias, reformas de plazas, carreteras ensanchadas tipos autopistas, y un sinfín más. Dónde están las viviendas para la gente trabajadora que gana una miseria? No, estos de allá arriba ven como la isla se convierte en una isla de basura. Lo verán, dentro de algunos años el turismo de 5 estrellas se habrá ido! A los ricos no gusta ver a chabolas y necesitan más personal! Necesitan más 💧 agua que no hay! Cada día lencería, toallas etcétera nueva??? Quien les sirve sus Cocktails, esta gente chabolista? Ibiza saturada, se ve obras y más obras, pero todo de lujo , empezamos por 11millones un chalet, que se eliminaron todo un pequeño bosque para 9 viviendas para los súper ricos! Esta isla se ha convertido en un parqué de corrupción de los que están al mando.
Gracias Cristobal, un millón de infinitas gracias