Oti Corona / ¿Eran Anne y Ana el final que necesitábamos para 2020? Yo digo sí. Tras unos meses en los que el despotismo social hacia las mujeres se ha acentuado con la excusa de la pandemia, era de justicia que fueran ellas –nosotras– las que echáramos el cierre a este año maldito.
Gracias a Anne y a Ana, ataviadas en rojo (dolor y sangre, pero también fertilidad y pasión) y blanco (luto, dijo Ana, y además paz, inocencia y pureza), hemos podido huir de 2020 por la puerta grande.
Ojalá la profesionalidad que ambas mostraron sirva de precedente y el tándem del señor graciosete bien abrigadito y la chica jovial enseñando cacho y pelándose de frío se guarde para siempre en el baúl de los horrores.
Ojalá la profesionalidad que ambas mostraron sirva de precedente y el tándem del señor graciosete bien abrigadito y la chica jovial enseñando cacho y pelándose de frío se guarde para siempre en el baúl de los horrores.
Estas dos señoras dedicaron los minutos previos a las campanadas a hablar de cuidados, de responsabilidad, de vacunas, de dinero para la investigación, de lucha contra el cáncer. De lo importante. Se dirigieron a los jóvenes sin sermonearles y a los mayores sin condescendencia.
Nos hablaron, cómo evitarlo, de la muerte. Es ahí donde Ana nos rompió los esquemas. Nos explicó la muerte de su hijo y la necesidad de mirar adelante con esperanza y alegría. Ana nos gritó que sus ganas de vivir no suponen una traición a la memoria de Álex, que ella ha perdido lo que más quería en este mundo pero que se niega a cargar con la culpa. No se culpa por estar viva. No se culpa por vestirse de gala. No se culpa por mostrar entereza. No se culpa por sonreír ni por desear que 2021 nos traiga a todos –también a ella– felicidad. Brava.
Anne, guardando la distancia física y solo física, fue su cómplice, su compañera, su consuelo, su voz cuando le faltaron las palabras. Qué grandes las dos, qué gran capacidad para estar a todas, para acompañar al mismo tiempo a los que no hemos perdido a ningún ser querido por la pandemia pero sí por el cáncer, a aquellos a los que el virus ha golpeado con saña, a los que no tienen motivos para la tristeza pero necesitan canalizar de alguna forma la pena que sienten por sus conciudadanos menos afortunados. Cuánta sabiduría y cuánta experiencia atesoran estas dos mujeres.
En algún momento sonó de fondo una de Mecano, la del fin de año, y me vino a la cabeza otra canción del mismo grupo. Una que decía «Nada tienen de especial dos mujeres que se dan la mano”. Qué equivocado estaba Nacho Cano. Dos mujeres que se dan la mano pueden poner a temblar a un país entero.