Por D.V: A medida que los asistentes entran en el salón de actos del edificio de los sindicatos de Vila, los convocados se van conformando en diversos grupos. En los corrillos se comentan las últimas novedades, se comparten experiencias, se presentan a los nuevos asociados y se repiten las historias personales: yo soy tal, mi situación es ésta, el banco me reclama esto otro.Junto a la puerta, en silencio, un matrimonio observa la escena. Son la pareja que mañana (por hoy) perderá su piso en Sant Antoni. No quieren que les hagan fotografías, tampoco quieren que nadie se concentre frente a su casa para evitar el desahucio, tampoco quieren cámaras. Asumen con fatalismo su desgracia e intentan que esta historia acabe cuanto antes. “Yo era autónomo, trabajaba en la construcción” dice él con voz apagada, “ahora estoy en el paro. Firmamos una hipoteca de 200.000 € con el BBVA. No nos han dejado ninguna opción para negociar ni para llegar a un acuerdo. Llegamos a Eivissa hace 28 años pero ahora nos hemos tenido que instalar en casa de mis padres, en Sevilla. La casa la doy por perdida, sólo quiero saber si nos podemos acoger a la dación en pago”. Posteriormente abandonan la reunión en silencio, abrumados.
La treintena de asistentes se organiza en dos círculos. Por un lado, los impulsores de la Plataforma debaten sus próximas movilizaciones y los siguientes passos que se deben dar. ¿Qué visibilidad deben tener sus acciones? ¿Qué relaciones establecer con los medios de comunicación? ¿De qué manera se pueden recoger firmas con mayor efectividad? Mientras, en otro círculo, dos juristas voluntarios de la asociación atienden las dudas y las inquietudes de las personas pendientes de ejecuciones hipotecarias.
Un mar de dudas
“La pregunta que más me hacen es si lo suyo tienen solución” comenta Eduard Clavell, abogado voluntario de la PAH, “y nosotros les decimos que sí, ¡faltaría más!”. Durante la reunión aparecen otras preguntas recurrentes: “acabo de recibir un requerimiento del banco, ¿qué hago?”, “¿podemos demandar al banco si creemos que hay una clausula abusiva?”, “¿nos podemos acoger a la moratoria de desahucios que ha aprobado el Gobierno?”, “¿podemos paralizar el proceso ejecutorio?”, «¿podemos negociar una dación en pago con el banco?». En todas las preguntas late el miedo, la inseguridad y, sobre todo, una sensación permanente de desamparo e indefensión.
“Quiero pedir información al banco y me la niegan. Es encontrarse frente a un muro” comenta una mujer que pide que no citemos su nombre, “y, entonces, ¿qué haces?”. Una palabra que se repite continuamente en todas las conversaciones es banco. El banco como ogro moderno, como sinónimo de maldad absoluta, de inhumanidad. Bancos que no responden, bancos que engañaron, bancos que sobretasaron el piso, bancos que se quedan con tu hogar y que, además, te siguen exigiendo que les pagues una casa que ya no tienes. Bancos que te hicieron firmar sin leer la letra pequeña, bancos que tienen al Poder de su lado y que ejecutan, subastan, notifican, callan, actúan. Escuchando a estos damnificados por la Ley Hipotecaria parece que nos estén hablando de algún oscuro animal mitológico cuando, en realidad, un banco son personas -desde el presidente del consejo de administración al director de la oficina o al cajero, son las persones los que conforman los bancos-.
Los dos juristas les escuchan, les aclaran algunos conceptos, les piden los papeles. Una de las asistentes consulta en sus smartphones las condiciones que han de concurrir las familias que quieran acogerse a la moratoria de desahucios: «hay que tenir ingresos inferiores a 19.000 euros al año y cumplir tres de los siguientes siete requisitos, ser familia numerosa, o familia monoparental con hijos, o tenir una discapacidad superior al 33%, o sufrir violencia de género…». Los que escuchan fruncen el ceño, nadie cumple los requisitos que exige el Gobierno.
Una hora más tarde los asistentes guardan su documentación en las carpetas, se levantan y se citan para la pròxima semana: será el jueves a partir de las siete de la tarde. Se despiden y se desean suerte. En el último momento, uno de las afectados se me acerca y se presenta: “Me llamo H. B. Sólo quiero decir una cosa. El banco se ha quedado con mi vivienda por el 60% de lo que me la tasaron y, además, ahora me reclaman una deuda de 120.000 euros. Esto implica estar endeudado toda mi vida. He intentado hablar pero no han hecho ni caso. ¡Escríbalo! ¡Escriba que el Banco de Santander no me ha hecho ni puto caso!”.