Ben Clark / Cuando Jarabe de Palo inauguró el Recinto Ferial de Ibiza con un gran concierto, Pau Donés tenía 32 años. Era 1998, el verano del primer beso, el verano del primer tropiezo amoroso y el verano en que descubrí a Rubén Darío y decidí que quería ser poeta, sin saber muy bien lo que significaba eso. Del concierto, aparte de la emoción, sólo recuerdo una cosa: un instante, quizá al principio, en el que Pau Donés se dirigió a nosotros, a los ibicencos emocionados con su nuevo Recinto Ferial, y dijo algo así como que llevaba 32 años esperando la oportunidad para poder dedicarse a lo que quería y que ahora había llegado, por fin, ese momento. Es probable que usara otras palabras, pero el mensaje me quedó marcado a fuego: llega en la vida un momento en que uno consigue hacer lo que quiere hacer y deja de hacer las cosas que no le gustan. Aparte de ingenuo, ya ven que yo era un adolescente optimista.
También recuerdo que Pau Donés me parecía entonces todo un señor de vete a saber tú cuántos años —yo acababa de cumplir 14— y me alegré de que, por fin, a aquel adulto la vida le empezaba a sonreír. Creí intuir, además, que se lo merecía. Escribo estas palabras y le saco cuatro años a ese Pau Donés que nos cantó ‘La flaca’ bajo el manto de la noche ibicenca, atravesada todavía por los focos de la discoteca Privilege. Le saco cuatro años y sigo sin saber si ha llegado ese momento a mi vida y sospecho que el propio Pau, pese a sus palabras, no sabía bien si ese momento había llegado, sumido a los 32 años en la vorágine del éxito. Todo depende. Me parece imposible tener ahora más años que él entonces, y supongo que la vida básicamente consiste en descubrirse pensando eso cada cierto tiempo.
Más tarde Pau Donés se compró una casa en Formentera y no era raro verle por allí, incluso en estos últimos años. Llegó a combinar el mar con su tratamiento en el hospital de Formentera.
¿De qué tienes miedo? A reír y a llorar luego.
Dicen que todas las generaciones consideran la música que escuchaban de adolescentes como la mejor música ‘ever’ o, en cualquier caso, como una música muy superior a la que luego fue degenerado, año tras año, hasta convertirse en la bazofia que escucha la muchachada hoy. El error, claro, está en poner el foco sobre la música y no sobre la magia inconsciente de la adolescencia. No creo que la música de Jarabe de Palo sea mucho mejor que la de Rosalía, por ejemplo, pero sé que, entonces, aguardaba con una expectación nunca repetida la oportunidad de poder escuchar el disco nuevo entero —seducido, ya, por el ‘single’— y sé, también, que muchas de las canciones de Jarabe de Palo (‘Agua’; ‘Grita’; ‘Primavera que no llega’…) se escribieron para mí. Yo era —me parecía obvio— el destinatario desdichado de aquellas canciones y si me hubiera cruzado alguna vez con Pau Donés dentro de mi limitado circuito de ocio ibicenco adolescente —Vara de Rey-Cine Cartago-Vara de Rey o bien Vara de Rey-Cine Serra-Vara de Rey—, se lo hubiera dicho: “oye, tío, sé que tus canciones hablan de mí”.
Estamos viviendo semanas de mucha crispación, tensiones que derivan, quizá, de la situación inédita y anómala que hemos vivido todos, aunque es probable que esa crispación y esa rabia estuvieran allí, latentes, esperando una solución que cuarenta años de democracia no han sabido encontrar aún. La enfermedad no nos ha hecho mejores, pero ha sacado muchas de las cosas que llevábamos dentro. Quizá sea mejor así. Según cómo se mire, todo depende.
¿De qué tienes miedo? A reír y a llorar luego. Yo mismo, en esta columna hecha de ceros y unos, he lanzado mi rabia, mi incomprensión y mi enfado hacia el mundo, siempre con la secreta esperanza de que no regresara. Pero regresa, aunque no suele hacerlo con la misma forma ni con el mismo aspecto: regresa en forma de tristeza, de dolor, cuando uno presiente que el mundo, pese a todo, en contra de todo lo que creíamos, estaba bien, en el fondo estaba bien, hasta que alguien a quien quisimos —a quien queremos— dijo: “estoy enfermo, voy a intentar disfrutar del tiempo que me quede, de los meses, ojalá que de los años”.
Es entonces cuando este señor que escribe, este señor que ha usurpado el trono de aquel adolescente, se vuelve a preguntar si ha llegado ya ese momento, el momento soñado en el que uno hace sólo lo que quiere hacer. Quiero creer que los últimos años de Pau Donés fueron así, un vivir constantemente ese momento iluminado. Es mi forma estúpida de blindarme ante la enfermedad, ante el presentimiento de que, quizá, todos hemos nacido en la cara mala del mundo, de que todos llevamos la marca del lado oscuro.