@Soldat
La cita és a la cafeteria Milan, a la via Púnica de sa Capelleta. El lloc és casualitat, però resulta que, a mitjans dels anys 80, era el barri més pròsper de Vila –no és cinisme– i on es creuaven els personatges: Marià Villangómez, poeta major i seriós, consolidat i oficial, que vivia al carreró paral·lel al bar i Julio Herranz, poeta que havia de viure d’altres oficis i que guanyava la maduresa dels trenta-quaranta gràcies al seu llibertinatge –un valor que està molt per damunt de la joventut, a la que encara supera– i que, en aquelles èpoques, treballava a Radio Diario, just devora la casa d’en Villangómez.
En aquells moments, jo era el fill dels botiguers. El garrit que admirava, només per la solemnitat de com caminaven, abstrets de tot, tant a l’home major de bigot, el que mon pare assenyalava com l’escriptor més important de l’illa, com a aquell andalús ‘pasota’, poeta amb voluntat underground, que va esdevenir periodista i tenia la secció musical que jo escoltava, ‘La Piel de Toro’. ‘Pasota’, però amb un atractiu exemplificant per ma mare, que va fer que ella em comprés una bossa de pell quan jo, equivocadament, vaig començar a fer de periodista: «Però com pot ser que portis sa llibreta, es boli i sa màquina de gravar a ses mans? Mira que elegant que va aquell [en Julio Herranz] amb es seu senalló».
Un parell de lustres abans que ma mare m’imposàs aquella senalla de cuir, vaig enganxar-me al primer programa d’autor que vaig escoltar en ma vida, on el locutor no impostava la veu i posava les cançons que a ell li donava la gana i no les que demanava el públic. ‘La Piel de Toro’ –vull pensar que el nom no el va posar en Julio– era el meu troç de llibertat diari a la tarda, on vaig descobrir Tiernos Mancebos, Las Ruedas, 091 –el grup que va produir Joe Strummer quan es va retirar una temporada a Granada!– i d’altres conjunts que ara sonen fatal per mor d’aquelles gravacions massa nítides de la dècada. Anava a dir que cap d’aquells grups passaria a la història [els espanyols, no The Clash], però va ser amb Julio Herranz a la ràdio la primera vegada que vaig sentir Los Enemigos.
Bé, total, que vaig dir-li a Julio Herranz de trobar-nos a la Milan cap a les sis de la tarda. Arriba, es demana un cafè i comença a xarrar, que era per això que havíem quedat:
–Pues por aquí me cruzaba mucho con Marià Villangómez, porque yo trabajaba al lado. Desde que me vine de Cádiz, había estado trabajando en el aeropuerto [mitjans dels anys 70] y, como escribía, me ofrecieron ser periodista y empecé en Radio Diario a principios de los 80. Él tenía una cierta melancolía natural, como un peso de algo, incluso su manera de andar cargado de hombros, con las manos en la espalda… parecía como si le pesara… pero tenía un fino sentido del humor, una fina ironía, con una elegancia natural. No lo recuerdo bromista, al menos conmigo, igual con la gente con que tenía más confianza…
–¿Y cómo lo conociste? Porque no parecía una persona accesible.
–Yo lo conocía a través de Antonio Colinas, que lo había traducido. Coincidimos en lecturas, era muy cordial y agradable. Entonces yo estudiaba catalán. En los años 70, Villangómez escribió una gramática para dar clases de catalán y él y Pep Marí eran los maestros de los primeros cursos. Mi hermano fue con él, pero mi profe fue Neus ‘Cabrit’ y, en vez de redacciones, me encargaba poemas. Una parte se recogieron en Suite Aïllada [el llibre de poesies de Julio Herranz en català], donde me ayudaron en la traducción Pep Marí, Carles Fabregat o Jean serra, que le echaban un vistazo. Pero, para el visto bueno definitivo, fui a ver al maestro: le leí los poemas y me felicitó y me dio las gracias por interesarme por la lengua catalana. Era cariñoso, correcto, nunca entraba en polémicas. Y, a pesar de su amor por la lengua, nunca me habló en catalán.
Entre els dos va aparèixer un altre nexe: Al 1991, Julio Herranz va guanyar el Premio Nacional de Poesia Rafael Alberti.
–De joven, a Villangómez le interesaban mucho Cernuda y Alberti. Los traducía y se hizo muy amigo de Alberti cuando vino a Eivissa, donde le pilló la Guerra Civil. Villangómez tenía una ilustración grande en su casa de las que hacía Alberti en sus poemas manuscritos, que eran como dibujos. Alberti vino con María Teresa León y les cogió la guerra aquí y por eso se escondieron en una gruta en la Sal Rossa. Luego, Alberti y María Teresa León se refugiaron por es Pou des Lleó… dos meses largos escondiéndose y camuflándose. La guerra les sobrevino cuando estaban junto al observatorio de es Puig des Molins, donde fueron los guardias civiles a buscarlos, y se escondieron encima de una higuera. Desde entonces, Alberti lo resumía así: “A mí me salvó la vida una higuera ibicenca.
Perseguien Alberti per la seva militància amb els comunistes, mentre que Villangómez, com a senyoret de Dalt Vila, no pareixia concordar massa amb ells.
-Ellos hablaban de literatura. Villangómez nunca se señaló demasiado políticamente. Sí lo hizo en la lengua y en la identidad, tenía una conciencia muy clara en ese sentido, pero no en la política, donde pasó camuflado. Yo creo que por eso se fue a hacer de maestro a Sant Miquel, porque así estaba lejos de la historia del politiqueo local. Él procuraba ser apolítico, aunque su familia era de derechas de todo la vida. Hablando con él, nunca salió ningún compromiso político, siempre hablábamos de literatura o de música cuando íbamos a su casa.
–¿A su casa?
–Sí, Paco Romero inició una serie de bustos de poetas ibicencos. Yo le acompañaba, porque Paco no le tenía confianza y me pedía que fuera con él. Hablábamos e iba de tertulia mientras que Paco esculpía. Cuatro domingos seguidos, charlábamos de todo, ponía música, nos contaba cómo era Ibiza entonces… pero, sobre todo, hablábamos de tangos. A Villangómez le gustaban mucho los tangos, y nos ponía sencillos en vinilo: “Lo que más bronca me da, es haber sido tan Gili”, solía recitar por encima de la música. Es de Carlos Gardel, una historia triste de amor, de una mujer que abandona al hombre que ha hecho el primo con la chica. En las sesiones que hacíamos con Paco Romero, nos ponía tangos y ése lo puso muchas veces. Y el estribillo lo decía con énfasis, como diciendo…
Porque la poesía amorosa en Villangómez es bastante escasa. Yo tengo la debilidad de buscar sentimientos en la poesía, poemas de amor… Pero es que en Villangómez, salvo la primera época en que hay alguna figura difusa que no se concreta… siempre me quedó ese misterio: la duda, la curiosidad de la vida amorosa de Marià villangómez, porque no tenía la suficiente confianza para pedirle por su intimidad. Sería interesante que se investigara.
Paco le hizo un busto, que lo tenía puesto en su despacho, con la intención de que, si alguna vez se hacía una estatua, pues que se pudiera aprovecharlo. Pero, finalmente, lo triste es que le encargaron a un escultor de fuera una estatua, la que hay ahora en Sant Miquel, que lo hizo a partir de unas fotos. Pero el busto de paco era mejor.
-¿Y tu relación con él?
–Éramos vecinos laborales, yo en Radio Diario y él en la puerta de al lado. Yo iba rápido y acelerado como periodista, llegando de ruedas de prensa y me lo encontraba a él andando, con los reflejos del poema, con ese aire solemne que tenía al caminar, manos detrás de la espalda, un poco inclinado, y me provocaba una reacción como si me proyectara a mí mismo en el futuro… ¿Llegaré yo a ser a su edad como ese poeta oficial de la isla? Me daba un poco de escalofrío y casi de rechazo, en el sentido de que para mí, por entonces, la poesía era algo más vivo y me molestaba pensar en que me convertiría en un poeta oficial, solemne y reconocido. Yo era un poeta más…libertario. En esa época la oficialidad y la solemnidad me sonaban un poco… Me pasó igual con Alberti cuando vino de visita a Eivissa años después: cuando un poeta se convierte en algo oficial e institucionalizado, soy un poco reacio a eso, al oficialismo de la cultura, al poeta como símbolo. Yo he sido más poesía anarquista. Era un rechazo al oficialismo, no a él que era encantador, pero era eso de ser poeta oficial de Eivissa…
–Vale, no era nada personal, ¿pero su poética?
–Me interesa mucho su poesía. Mi amor por la isla, que yo me haya quedado 38 años y sea mi patria adoptiva, es en parte gracias a cómo Villangómez refleja el paisaje, las sensaciones, los olores, el clima, las vibraciones. Sobre todo su poesía del espacio, del sitio, casi ecológica y naturalista. Eso es lo que más me atrajo al principio, porque mi poesía no ha sido muy de la naturaleza, ha sido más de las circunstancias, de las pasiones, de las locuras y de la vida canallesca. Me identifico más con los poetas oficialmente malditos que con los benditos, pero leyéndolo y oyéndolo me fui aficionando y fui conociendo la otra Ibiza. A mí, la isla que me interesaba hasta ese momento, era la Ibiza de la epoca hippy, el amor libre, una vida más golfa… pero con el tiempo y la edad uno se va asentando y descubre que la isla tiene otras cosas y en eso me ayudó la poesía de villangómez. Bastante.
Y yo me cruzaba mucho con él por aquí, al lado de la Milan. Era un contraste muy fuerte: yo con el estrés del periodismo y él pensando en las musas o en las musarañas. Jamás he entendido a los poetas que son poetas todo el día. Quizá porque mi biografía ha sido un poco esquizofrénica y yo me he tenido que ganar el pan con el periodismo y cosas así, y luego había momentos en que me sentía poeta y escribía, pero no iba con el traje de poeta todo el día. Hay gente que va de poeta todo el día, pero a mí me venía cuando estaba en casa tranquilo y me ponía a escribir. Yo creo que el poeta es un ciudadano normal, que tiene una necesidad expresiva y una técnica y escribe, pero no hay cosa más antipoética que un poeta, que de trato suelen ser un poco pesados.
–¿Pero sentías rechazo?
–No, todo lo contrario. Él era una persona encantadora y entrañable, pero me creaba rechazo la figura institucionalizada que hicieron de él y de la que él pasaba. Contra ese símbolo, el del escritor oficializado que le adjudicaron, el poeta institucionalizado sin tener en cuenta lo que escribiera, como si fuera sólo una escultura, como la que ahora hay en Sant Miquel y no el busto de Paco, escribí este poema:
El Poeta
«I de sobte ens sentim tots sols estranyament, mentre entorn –i tan lluny– és la vida sonora» (Marià Villangómez)
Encontrarme, de pronto y a menudo,
con su alta figura solitaria me produce
un raro escalofrío: emboscado
en sí mismo, su imagen elegante, oficial
(se presiente su estatua como sombra)
oculta al hombre que la habita.
Qué misterioso afán, si vanidad o sueño,
si fracaso o victoria, si voluntad o miedo,
nos empuja a unos cuantos, señalados
a medir nuestra vida y la del mundo
con la vara febril de un puñado de versos.
Qué es un poeta al fin: una temeridad
y un exorcismo; la obstinación de un ángel
que rechaza las alas para volar más alto.
Estampes de Villangómez, amb Manel Marí
Estampes de Villangómez (II), amb Vicent Tur
Estampes de Villangómez (III), amb Pau Sarradell
Estampes de Villangómez (IV), amb Joan ‘Murenu’
Enhorabuena por esta entrevista que nos deja conocer nuevas facetas de Villangómez y también de Julio Herranz.
Gracias, Soldat. Ha quedado muy bien; y llega justo en el mes en el que la Fanny Tur me ha hecho escritor del mes en la Biblioteca de Can Ventosa. Cielos, nunca lo hubiera pensado. En fin, será la evolución de la especie, a la que me resisto aún. Un abrazo a todo el equipo. I sort.