Crónica / La visita de un monarca siempre es motivo de cierta expectación. Nada hacía sospechar, por ello, que el viaje de Felipe VI a Ibiza para visitar esta mañana la Unidad de Defensa Antiaérea del Ejército de Tierra desplegada en la isla iba a resultar de lo más anodino.
Aunque parezca increíble, su visita anterior a la isla, en agosto de 2020, para recorrer el Museo Monográfico de la Necrópolis Puig des Molins y dar una vuelta por Sant Antoni, fue un jolgorio si se compara con su paseo en modo militar de hoy por las instalaciones del aeropuerto de Ibiza de es Codolar.
Sin público jaleando en mitad de una pandemia, sin Letizia como embajadora de la moda Adlib, sin declaraciones a la prensa y sin una triste orelleta que llevarse a la boca, los periodistas han asistido al evento con la misma expresión en la cara que Ramón Tamames escuchando a Yolanda Díaz en el debate de la Moción de censura al Gobierno.
El Rey llegó con puntualidad exquisita en un avión que, si no llega a estar rotulado con un Reino de España en letras bien grandes, parecería uno de los jets privados que últimamente colapsan la terminal ibicenca.
A eso de las 12.05 horas ya estaba saludando a pie de pista a la directora del aeropuerto, Marta Torres, y a los mandos militares desplegados. Desde ese momento y hasta su despegue para despedirse de Ibiza ha pasado poco más de una hora, y, en esa hora, no ha pasado absolutamente nada.
Lo cierto es que los periodistas ibicencos, poco duchos en materia militar desde que el Ejército abandonó definitivamente el acuartelamiento militar de Sa Coma en 2003, hace 20 años, se habían hecho a la idea de una especie de maniobras militares con los 300 soldados prometidos (apenas se vieron unas decenas). Lo que se han encontrado ha sido con un paseo acelerado por el aeropuerto de Es Codolar entre radares RAC 3D, unos pocos misiles Mistral y baterías antiaéreas Sistema 35/90 Skyguard y con un rey que ha cumplido su visita pero que no les ha dado más que un buenos días a modo de titular.
El tema ha sido tan poco periodístico que los propios «plumillas» —tal y como les ha calificado el personal de Casa Real que les ha atendido durante la mañana (muy amablemente, por otro lado)— han languidecido entre tópicos como «que buena planta tiene el Rey», «qué bien posa» o, el más horripilante «qué campechano».
En uno de los puntos del recorrido se había desplegado una amplia tienda de campaña militar (bajo estas líneas) con todas las comodidades y que bien podría quedarse en el citado emplazamiento para alojar a trabajadores de la temporada 2023. Buena falta hace un techo donde cobijarles y siempre es mejor esto que un balcón en Ses Figueretes o un cuarto de las escobas en Sa Penya.
En esta zona, rodeada de alambre de púas y aires de campo de Paintball, el Rey ha sido informado de los detalles de la operación en un recinto al que no han tenido acceso los plumillas. Estos, mientras tanto, se han entretenido mirando el misil de instrucción MTM 23 Hawk y los aviones del ejército del aire EF 18 que han sobrevolado Ibiza en ese momento. También han pasado el rato contemplando dos baterías antiaéreas, que sirven, básicamente, para derribar aviones y que seguro que la plataforma Eivissa és Rebel·la, los alquilaría para apuntar (pacíficamente) y de manera disuasoria hacia los jets privados que atestan el cielo ibicenco cargados de nuevos ricos, traficantes de cosas y estrellas del rock.
El rey ha ido saludando a los militares muy risueño y atento a las explicaciones y se ha ido. Los únicos contentos con todo esto parecían ser los trabajadores de Aena que trabajan en esta zona del aeropuerto porque la visita lo ha tenido todo paralizado unas horas. «Quedaos un ratito más», decían, bromeando, a los periodistas. Los plumillas, entre hambrientos y aburridos, regresaban a sus vehículos farfullando: «Desde luego, con esto gano el Premio Pulitzer».
¡Gaby, Fofó, Miliki y Felipito sextito Juas Juas Juas!
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