Por José Manuel Piña / Los barrios ibicencos de Dalt Vila y la Marina vivieron anoche una de sus jornadas más multitudinarias. La procesión del Viernes Santo congregó a su paso a centenares de ibicencos y visitantes, que se emocionaron, vibraron o simplemente contemplaron con interés desigual su desarrollo. La bonanza del clima y el tímido inicio de la temporada turística, con mayoría de clientes del Imserso, favorecieron la conmemoración de la muerte de Jesucristo. La presencia frente al Mercat Vell de la actriz Carmen Morales, hija de los cantantes Junior y Rocío Dúrcal, animó entre los numerosos presentes la larga espera hasta que las primeras imágenes y cofrades aparecieron por el Portal de ses Taules.
La joven asistió a la procesión acompañada por su marido, Luis, con el que contrajo matrimonio hace dos años en Sant Joan de Labritja en una ceremonia presidida por el alcalde Carraca. «Nos escapamos a Eivissa siempre que podemos, pero aún no nos hemos comprado una casa aquí. En cuanto podamos», deja Carmen Morales la frase en suspenso con tres puntos seguidos. Es la primera vez que su estancia en la isla coincide con la Semana Santa y muestra un gran interés por el nombre y la historia de las diferentes cofradías que desfilan ante sus bellos ojos. De momento no está haciendo ningún trabajo para el cine o la televisión, ejerce de ama de casa y de «mujer enamorada», según propia confesión. Luis, su marido, la abraza sonriente cuando la hija de Rocío Dúrcal pronuncia el topónimo de Labritja con un divertido acento entre madrileño y tagalo.
La presencia de la actriz fue casi el único aspecto novedoso de la procesión de anoche, que transcurrió según el programa previsto, sin ninguna novedad digna de mención. Llamó poderosamente la atención, eso sí, la gran coordinación de la cofradía de Nuestro Padre del Gran Poder y la notable calidad de sus interpretaciones de las piezas religiosas elegidas para la ocasión. El público, compuesto mayoritariamente por personas mayores, aplaudió sinceramente un momento en el que la melodía adquiría un aire de pasodoble, que la imagen del Cristo parecía bailar. El resto de las bandas que acompañaba a la comitiva religiosa demostró también haberse superado enormemente respecto de años anteriores, consiguiendo un resultado más que aceptable.
Un grupo de pensionistas del Imserso, procedentes de Catalunya y Galicia, desvió por un momento su atención de Carmen Morales para fijarla en la procesión. Allí surgieron las comparaciones. Todos ellos, especialmente ellas, muy viajados todos, aprovecharon para presumir de conocimientos sobre la geografía española en Semana Santa y sus preferencias se decantaron por Málaga, Zamora y otros puntos de mayor tradición religiosa en esta clase de celebraciones. Aún así, la procesión ibicenca les emocionó en algunos momentos y aplaudieron enfervorizadamente las imágenes más bellas que a cada instante iban surgiendo.
Ciertamente este año se notó una contención cierta en la decoración de las diferentes imágenes. No hubo tantas flores como en años anteriores, pero ello no restó solemnidad al acto. Las que hubo se habían dispuesto con muy buen gusto y merecieron la aprobación del heterogéneo auditorio. «En León se guarda mucho más silencio que aquí al paso de las imágenes», sentenciaba una leonesa residente en Eivissa. Ella, como el resto de los presentes en ese grupo, se había enamorado de Alberto, probablemente el más joven de los nazarenos presentes en el acto. Con sólo once meses de edad, el peque vestía airosamente su uniforme de cofrade del Jesús del Gran Poder, aunque el sueño le vencía con frecuencia. Era el único motivo que le impedía sonreír, como hizo toda la noche, a todo el mundo que se acercaba a barbillearle.
Aplausos
Los miembros del Imserso también lo hicieron profusamente, aunque dividieron sus opiniones sobre el trato que recibían en sus diferentes puntos de alojamiento. En este sentido, Sant Antoni salió perdiendo abundantemente con diferentes razonamientos, entre los que destacaba la calidad de la comida y lo abusivo de los precios por un refresco, el consumo de nevera en la habitación y los mapas orientativos de la isla. «¡Cuatro euros por un mapa!», protestaba ruidosamente una jubilada catalana de muy buen ver. En cambio, los alojados en Santa Eulària se hacen lenguas del buen trato recibido, la belleza de los paisajes y las bondades de la comida que les ofrecen en el hotel.
Las dos cofradías de la catedral, la Dolorosa y el Cristo Yacente, cerraron la comitiva religiosa y su paso disolvió la camaradería que se había creado entre grupos sociales tan divergentes como los que se habían reunido junto al Mercat Vell. Probablemente, en un resumen final algo apresurado, la cofradía vencedora fue la del Santísimo Cristo del Cementerio en cuanto a número de aplausos.
Por otra parte, en Santa Eulària, se vivió también otro fervoroso capítulo de la Semana Santa ibicenca. Las seis cofradías de la parroquia desfilaron también entre numerosos aplausos del no menos multitudinario público congregado a lo largo del recorrido con ida y vuelta al Puig de Missa.
Pais de tarats …..!!!