José Manuel Piña Vives / Mediodía en la terraza cubierta de una céntrica cafetería ibicenca. Sentado a una de las mesas junto a dos amigos, José Juan Cardona, Pep des Ferrer, ex conseller de Comercio e Industria durante la etapa de Jaume Matas al frente del Govern balear. Cubre su cabeza con un sombrero de paja, quizás para protegerse del sol, quizás para mantener un anonimato que le proporciona mayor seguridad. Inútil. Otro cliente se acerca a la mesa y sin mediar palabra le espeta al ex político: «¡Ladrón!», dos veces, y se retira con la misma calma hacia el refrigerado interior del bar. La opinión pública, o al menos parte de ella, ya tiene claro su veredicto, que coincidirá con el que pocos días después emitirá Audiencia de Palma.
Son sus últimos días de libertad. Un cariacontecido Cardona admite que le afecta la opinión ajena. «Me duele lo que pueda pensar de mí la gente de Eivissa. Lo que se diga en otras partes me da lo mismo», asegura en una conversación informal y no grabada al periodista.
«La Justicia no es igual de justa con todos. A otros, que han traficado con más dinero del que se me atribuye a mí, han salido con penas muy inferiores a la que se me quiere condenar». El expolítico habla con serenidad, sin dejar traslucir ninguna de las procesiones que con toda seguridad recorren su interior. «Yo creo que conmigo se ha querido actuar con una sentencia ejemplarizante, para dotar de más prestigio y pubicidad a la Fiscalía Anticorrupción», apunta. Pep des Ferrer también se justifica afirmando que él no se ha comprado ninguna casa de lujo ni ningún vehículo de gama alta ni tiene en sus cuentas bancarias dinero alguno que pueda atribuirse a su -entonces todavía presunta- actividad delictiva. «Vivo en la misma casa que siempre y conduzco el mismo coche desde hace veinte años».
Evita, por otro lado, afirmar si los ocho millones de euros por los que se le condenó el pasado lunes a dieciséis años de cárcel y a una multa de más de dos millones fueron a parar directamente a las arcas del Partido Popular con el objetivo de financiar ilegalmente sus campañas electorales. Deja que la pregunta flote en el aire y con gesto de gravedad apura el último sorbo de su refresco.
Tampoco responde cuando se le insinúa que pudo haber uno o varios hombres X que pudieran inducirle a apropiarse de esta cantidad en beneficio de alguna causa no confesable. Acepta el consejo de que no encubra a nadie, pero mira con fingida atención a la fachada posterior de una iglesia que se dibuja en el inmediato horizonte de la terraza. El tiempo de las confesiones ha terminado y José Juan Cardona, hoy en prisión, se recoloca el sombrero sobre la lampiña cabeza para protegerse del sol y de los posibles comentarios adversos.
Un aplauso para el Sr. que le gritó Ladrón !