Por D.V: A Charo Gómez no le salen las cuentas. Calcula que su deuda al BBVA asciende a unos 600.000 euros. Uno de sus pisos está tasado en 600.000 euros. Las cosas están claras y la solución parece evidente: que el banco se quede con el piso y se liquide la deuda. Error. El banco se adjudica el piso por el 60% de su valor y, por tanto, se mantiene la deuda. ¿Por qué? Misterios inexplicables de este juego en el que la banca tiene cartas marcadas. El banco siempre gana, el ciudadano siempre pierde.
El caso de Charo Gómez, de 55 años, es el último sobre el que ha situado su lupa la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de Eivissa, que se ha movilizado para para poner fin a una espiral de deudas y cláusulas abusivas que la arrastran no sólo a ella sino a toda su amplia familia. “No me gusta hacerme la víctima ni salir en los medios de comunicación”, comenta Charo, “pero me he dado cuenta de que es la única manera posible que nos hagan caso. Hay que hacer visibles los abusos que cometen los bancos”.
La trampa de la hipoteca-puente
Cuando Charo intenta explicar de manera didáctica su problema, lo resume de esta manera: se hipotecó con la compra de un piso en Can Misses para sus padres ancianos, un piso que el banco tasó en 587.000 euros -una valoración claramente desmesurada, pero que era una práctica habitual antes del estallido de la burbuja-. Posteriormente quiso deshacerse de este piso, lo puso a la venta y solicitó una hipoteca-puente para adquirir una vivienda más pequeña, valorada en 235.000 euros.
Han pasado seis años y, a causa de la crisis económica y la restricción del crédito, ha sido imposible vender el primer piso. Durante este tiempo sólo se ha pagado la carencia -es decir, los intereses- del segundo piso, pero ahora el banco se ha negado a alargar la carencia por tres años más y exige la liquidación de la deuda ya. Charo pidió la dación en pago -entregar la vivienda para liquidar la deuda- y la respuesta del BBVA ha sido una demanda de desahucio.
Una deuda que no se pagaría ni en varias vidas
La opacidad de ciertas cláusulas propicia que muchos hipotecados se lleven sorpresas desagradables. A pesar de que del segundo piso sólo pagaba los intereses acumulados, estos ya habían alcanzado la cifra de 1.200 euros al mes. Además, a todo esto hay que sumarle unos intereses de demora de un 19% más los gastos judiciales. “Ni yo misma sé exactamente la cantidad que le debo al banco”, comenta Charo con inquietud, que tiembla con sólo imaginarse qué más sorpresas desagradables le puede deparar esta historia.
En la actualidad, en el piso de Can Misses viven ocho personas: su padre -que padece una minusvalía y tiene pie diabético-, dos hijos, cuatro nietos y una nuera. Sin embargo, que todas estas personas pierdan su vivienda sólo sería el mal menor de lo que puede llegar a suceder: “Como el banco adquiere el piso por un valor del 60%, todavía le debería 250.000 euros, más los gastos judiciales, más los nuevos intereses de demora que se continuarían generando”. La conclusión es obvia y demoledora: “ni viviendo varias vidas podría pagar esta deuda”.
Denunciar los abusos sin hacerse la víctima
Según la PAH, el caso de Charo es un claro ejemplo de abuso bancario y de malas prácticas. Ella lo tiene claro: no se trata de hacerse la víctima. Asume que ha tenido mala suerte y que ha jugado mal sus cartas. Sin embargo, también denuncia que el BBVA ha actuado con deshonestidad y que se ha topado con una legislación que ampara al banco y que sitúa al hipotecado en el eslabón más débil.
“Llevo mucho tiempo luchando en esta historia y lo he pasado muy mal. Contactar con la Plataforma de Afectados me ha servido para mejorar mi autoestima y sentir que no estoy sola”. Sin embargo, Charo no estará tranquila y no volverá a dormir bien hasta que esta pesadilla no se acabe de una vez. De una puñetera vez.