David Gallego / Con el inicio oficial, esta semana, de la campaña electoral ha llegado el momento de seducir al electorado con promesas mayúsculas y de distinguirse de los partidos rivales sin cerrar la puerta a alianzas de minúscula estabilidad.
Dirán que las pensiones están aseguradas si los votan a ellos y que la hucha se vaciará si dan su apoyo a otro partido; dirán que España nunca más se verá sometida al chantaje de los independentistas y que el bloqueo solo se soluciona dialogando.
Harán tantas promesas que quizá perdamos la perspectiva de cuáles son las prioridades con mayúscula; pondrán tal empeño en ganar, en fin, que cualquier guiño a otro partido será letra minúscula si, realizado el escrutinio, conviene cambiar de estrategia.
No es competencia de la Fundéu posicionarse sobre los distintos temas de debate, pero sí arrojar luz sobre las mayúsculas y minúsculas, ese punto oscuro de la ortografía que absorbe las dudas de los hablantes como si se tratara del agujero negro fotografiado por el Event Horizon Telescope.
Cuando se recuenten las papeletas y se sepan los escaños obtenidos por cada formación política, el foco inmediato será de qué manera formar Gobierno. ¿Sumará la izquierda apoyos suficientes?, ¿será la derecha la que nombre presidente? Sea como sea, el sustantivo «Gobierno» habrá de escribirse con mayúscula inicial por hacer referencia al ‘órgano superior del poder ejecutivo de un Estado’.
Incluso si nos sorprendemos con una coalición que concentre un revoltijo de ideologías, escribiremos «Gobierno Frankenstein», de nuevo con iniciales mayúsculas, en esta ocasión entrecomillando la expresión completa para destacar la novedad y la metáfora que encierra.
El sustantivo «gobierno» se escribe con inicial minúscula, sin embargo, cuando hace referencia al hecho de gobernar («Sobre el buen y el mal gobierno de la ciudad») o al tiempo que dura el mandato de quien gobierna: «Durante el gobierno de Rajoy, ambos grupos votaron juntos el 52,3 por ciento de las veces».
Si en algo coincidirán todos los grupos es en que la educación es cuestión de Estado, donde «Estado» se escribe con mayúscula porque alude a una ‘forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio’ o al ‘conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano’.
Cosa distinta es que, puestos a abordar propuestas, se parta de presupuestos diferentes, esto es, que cada cual analice desde puntos de vista alejados el estado de la cuestión, con «estado» en minúscula porque es un mero sinónimo de situación.
Hablando de presupuestos, no está de más recordar que lo apropiado es escribir «presupuestos generales del Estado», siempre con la pe y la ge en minúscula, salvo que se aluda específicamente a la «Ley de Presupuestos Generales del Estado».
Aprobar tales presupuestos supondrá pasar el Rubicón en el que se han ahogado los últimos presidentes. Pero, aunque hubieran salido victoriosos, el término «presidente», como cualquier otro cargo, se seguiría escribiendo con minúsculas, vaya acompañado del nombre propio o no.
¿Y qué decir del problema del desempleo? No hace ni dos días que el Fondo Monetario Internacional ha alertado del riesgo de que no baje el paro en España. De nuevo, habrá economistas que defiendan una subida del «salario mínimo interprofesional» y otros que prefieran congelarlo o reducirlo incluso. De un modo u otro, se escribirá con minúsculas iniciales, con independencia de que la sigla que forma se resalte con mayúsculas: «SMI».
Para evitar la precariedad, un decreto ley ha introducido el llamado «ingreso mínimo vital», que al tratarse de una expresión meramente descriptiva se escribe enteramente en minúscula.
Dos semanas de campaña, un día para la reflexión y una jornada electoral en la que lo mejor que puede pasar, por el bien de la democracia (igualmente con minúscula), es que el porcentaje de votantes se dispare. Es decir, que la participación sea mayúscula.
EFE