Por D.V: Es ya una tradición. El primer sábado de enero, una vez finalizadas las fiestas de Navidad, toca Flower Power en Sant Antoni. Una noche que también tiene muchos rituales: siempre hace mucho frío y la diferencia de temperatura entre el gélido exterior y el caldeado ambiente de la carpa es tal que las gafas se empañan y las sienes empiezan a transpirar bajo la peluca afro setentera. Es el momento de ir a la barra a hidratarse.
45 años después del verano el amor, 43 después de Woodstock y Altamont, y 39 después del primer Festival de Canet, todos estos hitos de la contracultura se han convertido en una mera excusa para celebrar una gran fiesta de bienvenida al invierno, en el que se vive la ilusión de ver las calles del West abarrotadas de gente, color, flores, música y risas, como si se estuviera en pleno mes de agosto pero sin ingleses y sin calor. Los bares sacan las barras a la calle y el Acanthus o el Colón aprovechan para hacer caja. Los locales del West son un lugar magnífico donde refugiarse de las apreturas de la carpa y un sitio excelente para escuchar música extraordinaria -en el Colón sonó ‘Autosuficiencia’ de Parálisis Permanente, en lo que sin duda era un guiño para la próxima fiesta de la Movida-.
La fiesta a la que hay que ir
En la Flower de Sant Antoni hay disfraces, música y risas. En principio, podría ser una más de las muchas fiestas que hay en esta isla, pero la Flower tiene algo especial y distinto que se detecta en una especie de excitación general que prende en todos sus participantes. «La flower me recuerda a cuando llegué por primera vez a Eivissa hace cinco años. Me conquistó el corazón desde el primer momento y, cada año, vuelvo a repetir ese sentimiento», comenta Sandra, ataviada con la peluca de rigor y la cinta de flores en el pelo. «Para mí la Flower es risas, buen rollo y ver a todos los colegas de toda la vida» dice María, de Sant Antoni de toda la vida, «puedes cantar a grito pelado, bailar aunque no tengas ni idea y, sobre todo, te lo pasas genial».
Sin duda, en unos meses en los que la vida nocturna permanece aletargada, la Flower es una cita imperdible, el lugar «donde hay que ir» sin excusas.
Paramecios y música disco
Otra tradición de la flower es el ingenio con el que los participantes se disfrazan para simular la estética hippy de finales de los sesenta y principios de los setenta: flores, cintas, gafas psicodélicas, estampados op-art, pantalones de elefante, zapatones, camisas de diseño imposible y un absoluto catálogo de ropas y complementos vintage como guitarras de plástico y falsos canutos de artón y porexpán. Todo el mundo sabe que, tras el frenesí del verano, Sant Antoni entra a partir del mes de noviembre en una especie de letargo que dura seis meses y del que sólo se sale cuando, a toque de corneta, el programa de fiestas nos anuncia que toca disfrazarse. Entonces los vecinos sacan mano de su ingenio y de sus ganas de fiesta para disfrazarse -ya sea de hippy, de ‘vuelven los ochenta’ o de pirata- y disfrutar la noche a fondo.
Por lo que respecta a la música de la carpa, sonaron las canciones que cada año jalonan las Flowers: música disco de los años 70 -‘Disco inferno’, ‘Daddy cool’-, unas gotitas de pop y rock -nunca falta el ‘Twist and shout’ y el ‘All you need is love’ de los Beatles- y algunos temas eternos del soul como el ‘Respect’. Es decir, no hubo música de la época Flower Power ni psicodelia -Jefferson Airplane, Grateful Dead, 13th Floor Elevators, Strawberry Alarm Clock, los primeros Pink Floyd o la época psicodélica de los Beatles tipo ‘I’m the walrus’- pero, honestamente, a tenor del buen ambiente y la alegría general, no creo que nadie la echara de menos.