@Pablo Sierra del Sol / El reloj se acerca a las ocho y media de la tarde cuando el primer paso de la procesión del Santo Entierro llega a la altura del Museu Puget. Por el Carrer Major van descendiendo los cofrades del Jesús Cautivo y, tras los que que abren la marcha vestidos con capirotes y túnicas negras, los costaleros se detienen a la orden del capataz. Sus hombros y espaldas descansan con la imagen de un Cristo al que escoltan dos legionarios romanos posada sobre el adoquín de Dalt Vila. Tres golpes metálicos del llamador, algunos ánimos entre unos porteadores que acaban de comerse unos caramelos para recuperar el azúcar perdido en el esfuerzo, y el paso vuelve a balancearse de derecha a izquierda al son de las cornetas, trompetas, trombones y tubas que siguen el ritmo de los tambores que rematan la banda.
A lo largo de toda la calle se agolpan cientos de personas. Algunas captan con sus cámaras reflex uno de los momentos culminantes de la Semana Santa. Muchas echan mano del móvil para grabar el gesto impertérrito de las devotas, que en su mayoría son mujeres. Alguna camina descalza detrás del carpintero de Galilea al que el sanedrín hebreo condenó a morir en la cruz mientras el gobernador romano Poncio Pilato se lavaba las manos.
Los pasos siguientes (el Jesús del Gran Poder, el Santo Cristo de la Agonía, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de la Piedad y el Cristo Yaciente) marcan las etapas del Viernes de Pasión. Como si fueran fotogramas de La Pasión de Cristo, o como si la explícita película de Mel Gibson fuera una procesión en la que las imágenes cobraran vida, el público, entre el que hay muchos ibicencos y bastantes turistas para lo que es habitual en la época del año en la que nos encontramos, ve al Nazareno cargando la cruz entre los morados que visten a los penitentes del Jesús del Gran Poder. Después se lo encuentra ya crucificado cuando desfila casco antiguo abajo el Santo Cristo de la Agonía.
«¡Ánimo, valientes!», grita el capataz a los costaleros para volver a levantar el paso que sostiene la recreación de la crucifixión de Jesús en el Gólgota, iluminado por una abundante candelería que cobra protagonismo cuando a las nueve menos cuarto el cielo luce azul oscuro, casi negro. Tras el Cristo que agoniza con su corona de espinas y los tres clavos que hacen sangrar sus manos y pies, marcha el segundo paso de esta cofradía. A la Virgen de la Esperanza se le caen unas rosas blancas cuando se detiene junto a la capilla de San Ciriaco. Unos cofrades las recogen y vuelven a colocarlas a sus pies mientras el público aplaude.
El morado y blanco de los miembros de esta cofradía preceden a las cruces malvas que llevan bordadas en el pecho los nazarenos de Nuestra Señora de la Piedad. Aguantando en su mano derecha un rosario que refleja la luz de las velas, la representación de María de Nazaret se mueve al compás de cajas, tambores y bombo. No hay vientos en esta banda porque los músicos desfilan con la cara tapada, exactamente igual que los costaleros que descargan el peso del paso sobre sus músculos. Tras la Virgen solo queda el ferétro acristalado en el que yace el cadáver de Jesucristo poco después de ser desenclavado. Sus cofrades visten de blanco casi inmaculado, tanto en el capirote como en la túnica y la capa. El color alba solo lo tiñe de plata mínimamente la grisácea pieza de tela que llevan delante del rostro.
El obispo Vicente Juan Segura camina detrás del último paso. A su espalda viene una cantidad considerable de fieles que siguen el recorrido por las estrechas calles empedradas hasta desembocar en el Portal de ses Taules. Aún quedan varias horas de procesión por la Marina antes de ascender de nuevo hasta la Catedral de la que se partió al terminar la misa de Viernes Santo. Por eso cada cofradía lleva a varios aguadores, con traje de paisano y mochila al hombro cargada de botellas de plástico. Mientras los pasos buscan la rampa del Rastrillo, bastante público aprovecha para salir de Dalt Vila atajando por el Portal Nou. El objetivo es encontrar un buen sitio para ver a los pasos caminar fuera de las murallas.
A la vez que varias vecinas del primer barrio de la ciudad se meten en sus casas, en la antigua iglesia católica del Hospital, unas cuarenta gargantas cantan en rumano. El templo lo utilizan actualmente los ibicencos que han nacido o tienen sus raíces en Rumanía y profesan el rito ortodoxo, mayoritario en el país balcánico. En el interior, un sacerdote de barba negra y unos treinta años de edad reparte flores entre los presentes. Con el incienso impregnando el ambiente, cuatro hombres cargan tres estandartes y una liviana cruz de madera donde no falta Jesús. La iglesia se queda vacía cuando sale el resto de la gente, donde la mitad de las mujeres llevan el pelo cubierto por un pañuelo. Quienes acaban de cenar en un restaurante de la Plaça del Sol ven pasar a lo lejos esta comitiva cargada de pequeñas velas por una esquina del Carrer Santa Anna.
Bonito articulo pero lleno de lugares comunes.
La realidad una vez terminada la procesión es que ha sido lenta, discontinua por descoordinada, la Policía local prácticamente ausente (¿represalias por el conflicto con el Ayuntamiento?) la banda municipal de música desaparecida, y había bastantes menos capuchinos en algunos pasos.
En fin……
Observador, le recomiendo se pase a Coordinador, a ver que tal le va, viendo la procesión desde dentro.
Observador, que falta hace la Policia en la procesion, con que se dediquen al corre de la calles vigilància de las vais por donde debe pasar, suficiente, Ademas de garantitzar la seguridad de los procesionariis en su vuelta a sus iglesia s, en Sta Eulàlia en la procesion dos policias una delante y otro atras y 5 Voluntariós de Proteccion Civil…,.
Tradicio acabada, pot emocionar a la generació que veu emoció en això, pero hi ha generacions que això no ens diu res. S’està molt be de vacances aquestos dies al tropic. Slt
Hi ha gent que es pixaria amb un partit de futbol i a mi me la bufa. I no passa res per veure gent celebrant-ho al carrer un estona. Això almenys és polit.
Bonitas fotografías para el artículo, no fui a la procesión, pero verlas me han transmitido la emoción del momento, enhorabuena a su autor.
Estado aconfesional pero cortamos todas las calles te guste o no te guste. Había poca policía? Menos tendría que haber, que la iglesia católica se pague su propia seguridad.
Cuando sepa la diferencia entre un estado aconfesional (que reconoce la importancia de las confesiones de sus habitantes) y uno laico, entenderá que se equivoca. Cortar calles y policía? Cuando se celebren victorias de fútbol y tampoco se haga nada en la calle, hablamos.
Y quien ha hablado de estado laico, listo! Estoy con San Vicente, las prebendas a la iglesia católica son atávicas e irritantes para los millones de ateos de este país. Y por cierto no inventes, según la RAE, Aconfesional: Que no pertenece ni está adscrito a ninguna confesión religiosa.
A mi tambien me jode que corten las calles para el «Orgullo» y otras bobadas que tampoco me identifican y me jodo…
Libertad para todo Dios, sectarios!