@Pablo Sierra del Sol / El coche se adentra por los caminos rurales de Santa Eulària, una mano en el volante, la otra en el móvil para seguir las indicaciones del Google Maps, que no hacen falta cuando, al alzar la vista, los ojos chocan contra un mástil de quince metros que domina un paisaje de casas blancas y tierra roja. En la punta del palo mayor flamea una bandera ibicenca, con sus nueve barras y cuatro torres indicando el punto exacto en el que Toni Tur, Sendic, Raül Luna y Javi Gómez han querido convertir en público el secreto a voces al que durante los últimos ocho años han dedicado buena parte de su tiempo y ahorros. Reina del Mar, así se llama el proyecto quijotesco en el que han volcado toda su pasión por los veleros y la navegación.
La historia comenzó en febrero de 2009, cuando Sendic, uno de los últimos mestres d’aixa que quedan en las Pitiüses, decidió darle una segunda vida a un barco de quince metros de eslora y cuatro de manga que se había quedado varado en Sant Antoni, junto a la orilla de s’Arenal, después de una tempestad. Fabricado en los años cincuenta, a nadie le interesaba aquel balandre que durante tantos años había cargado grava y marès en Cala d’Hort o s’Espalmador, aguas casi vacías de bañistas y yates entonces. La Reina, como la llaman con cariño sus restauradores, era carne de leña después de haber hecho sus últimos servicios como embarcación de recreo para turistas. Pero Sendic se empeñó en sacarla de las aguas y reconstruirla en dique seco. Para la primera parte de la misión enroló a dos buzos, Gómez y Luna, que no dudaron en quedarse a bordo cuando el barco -o lo que quedaba de él- cruzó la isla en un remolque. Empezaba un trabajo tan arduo como paciente que está cerca de terminar.
Volver a Can Vicent d’en Pere Xico supone encontrarme con un balandre casi listo para navegar en el mismo lugar en el que hace prácticamente seis años, cuando el proyecto aún estaba dando sus primeros pasos, escribí un reportaje sobre un esqueleto náutico formado por tablones nuevos recién colocados y tablones viejos que aún había que arrancar. Entonces había que tirar de fantasía para imaginar el barco que ahora se puede admirar. En este tiempo a la Reina del Mar le han nacido cubierta y escotillas, además del mástil, recién instalado y fabricado con una madera de pino americano que cortaron en Francia antes de transportarla a Eivissa. Paulatinamente, se han ido forrando los huecos entre codaste, rodas y cuadernas, los huesos que formaban aquella estructura.
Es domingo y más de un centenar de amigos, familiares y vecinos se ponen las botas junto al barco. Los mestres d’aixa han preparado un esmorzar pagès donde no falta el pan y la coca de atún y olivas negras que se han horneado esa misma mañana o la sobrasada y butifarra que se elaboraron hace casi un año en la matanza del pasado invierno. Alrededor del banquete matutino, los curiosos pueden perderse en el taller donde los tres restauradores marinos han trabajado las maderas y trazado los planos para devolverle a la embarcación su aspecto original. Sobre una mesa descansan varios objetos (un timón, una brújula, una campana, un catalejo) que han ido adquieriendo en subastas británicas para que al bajel no le falte ni un detalle cuando su quilla vuelva a besar el agua salada casi una década después de haber abandonado el Mediterráneo.
Entre tragos al porrón o al vaso de agua o refresco, los invitados a este bautizo naval que se oficia tierra adentro nos animamos a subir a la Reina del Mar. Primero se asciende sobre un tablón, como el que usaban en las películas de piratas para lanzar a los tiburones al capitán del barco capturado. Después se pisa la cubierta, se palpan los acabados de la borda y la botavara, se pierde la vista entre las nubes de noviembre cuando se vuelve a recorrer con la mirada, esta vez mucho más cerca, la longitud de un mástil al que pronto vestirán con una vela cangreja. Al bajar a las tripas, Sendic explica que solo falta calafatear la nave, es decir, sellarla hasta convertirla en un cascarón flotante e impermeable. Para el remate final utilizarán estopa bien empapada en brea, un método ancestral e infalible.
A estribor, sin embargo, el buque tiene una mella. Hay que colocar un tablón, solo uno, para forrarlo por completo. Esa es la excusa para haber reunido a tanta gente alrededor de La Reina del Mar. Cuando Sendic, Luna y Gómez se van a la caja de camión que les ha servido como taller en busca de las herramientas y del pedazo de madera se hace el silencio. Primero embadurnan de brea el hueco. Luego comban el tablón, flexible después de haber sido calentado en una caldera artesana que no ha dejado de arder durante toda la mañana, para que se adapte a la curvilínea silueta del balandre. Lo sujetan con unos puntales que, a su vez, están asegurados con unas estacas clavadas sobre la tierra. Mientras Sendic va trazando unas señales sobre la madera con un lápiz grueso, sus compañeros perforan con unos taladros sobre las marcas. Solo queda tapar los agujeros con unos largos clavos que ensamblarán la última pieza al resto de sus compañeras. Empiezan Luna y Gómez con la tarea, pero deciden ofrecerle el martillo a quien quiera acercarse. Les echan una mano simbólica niños, padres, colegas y hasta Toni de Can Curreu, un vecino que pronto cumplirá 93 años y parece rejuvenecer mientras clava la punta metálica sobre la madera, quizás recordando que en su juventud no era extraño encontrarse con un mestre d’aixa reparando o fabricando un nuevo velero para que surcara el mar ibicenco.
EXCELENTE NOTA!!!!