@Pablo Sierra del Sol / Para Miguel Quiñones no es extraño llegar a la oficina por las mañanas y encontrarse un perro merodeando junto a la puerta de su trabajo, con la mirada perdida de los canes que han sido abandonados. Él es el veterinario del centro de protección de animales que el Ayuntamiento de Vila gestiona en sa Coma y, hasta el 30 de septiembre, han pasado por su manos 359 perros. 1,3 al día. La mayoría aterrizaron sin que el veterinario pudiera conocer al antiguo dueño, documentarse sobre el carácter del animal y sus dolencias o manías, ser consciente de los motivos que llevan al amo a desprenderse de su mascota.
–¿Por qué la mayoría de los abandonos se producen así? ¿Nos avergüenza desprendernos de un animal que no podemos atender?
–Creo que hay algo de vergüenza, pero también veo mucho desconocimiento sobre el papel que representa una mascota dentro de nuestra familia. Un perro es nuestra responsabilidad, no un objeto de quita y pon del que nos podemos deshacer cómo y cuándo nos venga en gana. Si viene alguien y nos deja a su mascota con todo el dolor de su corazón porque no tiene dinero para hacerse cargo o porque tiene que mudarse de la isla y no se la puede llevar, lo entiendo perfectamente. En los otros casos, no, pero no nos queda otra que hacernos cargo.
Y, cumpliendo con su responsabilidad, el equipo de cuatro personas que trabaja con Miguel Quiñones es capaz de obrar milagros. Como el de Karma, una pitbull que nos enseña a través de la pantalla de su ordenador. En las fotos se puede ver el antes y después de una perra que llegó a sa Coma aquejada de leishmaniosis. Tras la picadura del mosquito más temido en el reino canino, la piel de Karma comenzó a infectarse e irritarse. Meses después, el rostro y el cuerpo del animal parecen otros. «Tuvimos suerte de que el virus solamente afectara a la piel y no tocara ningún órgano vital. En esos casos hay poco que hacer, simplemente facilitarle al perro enfermo el tránsito en las mejores condiciones posibles», explica Quiñones.
Aunque los meses de verano han sido tremendos en lo que ha abandonos se refiere, en sa Coma respiran tranquilos por el compromiso y la solidaridad de una comunidad de adoptantes cada vez mayor. De momento, han salido 350 canes en lo que va de 2016. Es decir, el saldo respecto a las entradas es de nueve perros sin hogar. Las obras de mejora realizadas en el recinto han desahogado las condiciones de vida de muchos de estos perros, que ahora disponen de estancias más grandes que las jaulas de la construcción original. Allí se recuperan psíquicamente del mal trago de verse fuera de su hogar. Algunos recobran fuerzas tras librarse del maltrato al que estaban sometidos por sus antiguos propietarios. En los cubículos antiguos, más pequeños, duermen los perros que menos tiempo llevan en el centro. Las estancias largas se han reubicado en la parte nueva, donde varios canes que tienen afinidad entre ellos pueden convivir en el mismo espacio sin pelearse por la posesión de la hamaca de playa que tiene cada uno de los espacios (y desde donde nos observa con interés un pastor alemán).
Muchos de estos inquilinos tienen una edad… y un tamaño. Un ejemplo es el precioso dogo alemán que pasea su corpachón azabache por el patio central, aprovechando que una de las trabajadoras está limpiando su zona con un chorro de agua a presión. El dogo se acerca a una verja y empieza a olisquearse con un dobermann de orejas colgantes. Quizás algún amo les acoja tarde o temprano, pero los dos animales pueden respirar tranquilos mientras dura la espera. En ningún caso serán sacrificados. Tampoco Porthos, el veterano de la casa, un bretón que lleva cinco años en el lugar, el tiempo que ha pasado desde que su antiguo dueño muriera en un accidente de moto.
«Los sacrificios de animales se acabaron en la época de Joan Mayans, el antiguo concejal de Medio Ambiente. Hay que reconocérselo. Nosotros estamos muy contentos de seguir trabajando en esta línea en sa Coma», explica Montse García, la titular del departamento medioambiental desde el cambio de Gobierno en las últimas elecciones. La concejala destaca el papel de los voluntarios que varias veces por semana acuden al centro de recuperación para pasear por turnos a 90 mascotas deseosas de corretear por los caminos que rodean la perrera: «Sin ellos, sa Coma sería inviable».
Al centro también han llegado 150 gatos en los primeros nueve meses del año. Controlar la población de felinos callejeros en Vila es una de las preocupaciones de Montse García. La posibilidad de exterminarlos está descartada para la concejala, que se ha propuesto realizar un estudio de las diferentes colonias para caparlas e identificarlas. Esterilizados y desparasitados, además de identificados con un microchip, salen los animales, ya sean perros o gatos, que se adoptan en sa Coma. «Todo por 75 euros. Creo que nadie se puede quejar, casi nos cuesta dinero», bromea el veterinario Quiñones. Sin duda trabaja en la tienda de mascotas más barata de Eivissa.