@Pablo Sierra del Sol / Mientras disparaba desde un tejado al coche en el que Andreu Buenafuente y Sílvia Abril escapaban de la policía durante el sketch que abrió la gala de los Goya, José Sacristán mencionó Formentera Lady. El guiño del veterano actor a la película que rodó recientemente en Formentera pareció un buen presagio para David Marqués. El cine pitiuso se había colado por primera vez en la entrega de premios más importante del cine español gracias a los Campeones que imaginó hace años el director y guionista de Sant Antoni de Portmany.
Marqués estaba nominado al Goya a mejor guión original junto a Javier Fesser, el director que se encargó de rodar Campeones. Fesser entregó uno de los primeros galardones de la noche. Lo hizo acompañado de todos los actores de su película sobre el escenario para “acojonar” al equipo de El Reino, los otros grandes favoritos. No surtió efecto la broma de un Fesser que dejó perlas de su particular sentido del humor (aparentemente naif, pero cargado de irreverencia y reivindicación) cada vez que se acercó a un micrófono a lo largo de la gala. Para empezar, Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña, coautores de El Reino, les arrebataron a Marqués y a él el premio a mejor guión. Los votos de los académicos decantaron la balanza a favor de El Reino, un título eléctrico y descarnado que radiografía la corrupción política española con menos escrúpulos que los mostrados por algunos representantes públicos para expoliar el dinero de todos los ciudadanos desde las siglas de sus partidos.
Mejor canción, revelación y película
Según avanzaba la gala, se intuía que Campeones no iba a arrebatarle la corona al peliculón que protagoniza Antonio de la Torre. Era esperado que el malagueño derrotara a Javier Gutiérrez (y a Bardem y Coronado) en la categoría de mejor actor. También que Luis Zahera pasara por delante de Juan Margallo (y de Eduard Fernández y del propio De la Torre, que estaba doblemente nominado por La noche de doce años) en la sección de mejor actor de reparto. No tanto que Sorogoyen pudiera con Fesser en el apartado de dirección. El Reino dominaba también en los galardones técnicos y artísticos, con permiso de La sombra de la ley y El hombre que mató a Don Quijote. De las trece candidaturas a las que optaba, la película de Sorogoyen consiguió siete premios Goya. Campeones, que partía con once nominaciones, parecía conformarse con dos emotivos ‘cabezones’: el de mejor canción original, para ese músico e hijo de actores comediantes que se llama Coque Malla, y el de mejor actor revelación.
Jesús Vidal subió al escenario a recogerlo, se acordó de David Marqués por escribir la historia de Campeones y pronunció el discurso más tierno y emotivo de la noche. Estuvo Vidal a la altura de Marín, el controlador de la zona azul que interpreta en la peli dirigida por Fesser: “Señoras y señores de la Academia. Ustedes han distinguido a un actor con discapacidad. ¡No saben lo que han hecho! Me vienen a la cabeza tres palabras: inclusión, diversidad, visibilidad. Este trabajo representa también el trabajo de mis nueve compañeros de Los Amigos. Compañeros: sin vuestra frescura, vuestro talento y vuestra espontaneidad, esto no hubiera sido posible”.
Las palabras de Jesús Vidal explican de forma perfecta qué es Campeones y por qué fue la película española más taquillera de 2018. Las entradas que compraron los más de tres millones de espectadores que pagaron por verla sumaron diecinueve millones de euros, casi el veinte por ciento de la taquilla nacional. Un público intergeneracional se enamoró de una comedia que derriba los prejuicios que persiguen a las personas con discapacidad intelectual. Cuando Almodóvar y sus mujeres al borde de un ataque de nervios cerraron la gala diciendo que el Goya a la mejor película era para la película coescrita por Fesser y Marqués muchas personas sonrieron en sus casas. De alguna manera, se había hecho justicia con una historia que debería proyectarse en todos los colegios de España.
¿Quién es normal?
Campeones no es la clásica historia de superación con trasfondo deportivo. El cuento que escribió Marqués, casi realismo mágico llevado a la gran pantalla, habla de la aceptación como iguales de aquellos que son teóricamente diferentes. Como le pregunta Juan Margallo a Javier Gutiérrez en una de las escenas de la película: ¿Y quién es normal, Marco? ¿Tú y yo somos normales? La respuesta la sabe cualquiera que haya vivido un poco: nadie lo es pese a que como sociedad nos empeñemos en establecer modelos a seguir y señalar a las ovejas que se apartan del sendero, gente a la que, por otro lado, conviene escuchar.
Porque Campeones también de todo lo que es capaz de hacer esas personas cuando los que cortan el bacalao les dan una oportunidad. Visto de otra manera: aunque estemos ante la película que, en apariencia, más se aleje de los arquetipos que ha construido Marqués en veinte años de escritura cinematográfica, esta comedia que arranca tantas lágrimas como carcajadas puede funcionar como una metáfora de su carrera. Autodidacta, apasionado del séptimo arte y, sobre todo, ser humano en crisis permanente. Así se ha definido alguna vez este ibicenco nacido en Valencia, un tipo con facilidad para escarbar desde el humor en los golpes que va dando la vida. Marqués pone en la boca de sus personajes frases que ha escuchado por la calle, anécdotas que le han explicado amigos, historietas que se cuentan en los bares. Por eso, lo primero que destaca en sus películas son los diálogos. Esas conversaciones tan reales como absurdas son uno de los puntos fuertes de Campeones, la muestra de que la ironía, bien utilizada y mejor entendida, es un elemento normalizador mucho más potente que las expresiones políticamente correctas.
Reconocimiento
Después de labrarse un nombre en el cine independiente y de bajo presupuesto (el éxito de Aislados –rodada en Corona con un presupuesto y unos medios técnicos ínfimos, pero con mucha imaginación– en festivales como el de Málaga tuvo mucho que ver) y de haber intentado colarse en la gran industria dirigiendo comedias por encargo (En fuera de juego) o dramas personales (Dioses y perros) que fracasaron en la tómbola de la taquilla, las puertas del cielo se le abrieron con el guión que empezó a escribir cuando conoció las peripecias de unos amigos de Burjassot con discapacidad intelectual que habían montado un equipo de baloncesto y ganado títulos.
No le importó no entender absolutamente nada de baloncesto cuando se puso a escribir el guión. Ahí había una historia que merecía ser contada. Con ese fajo de papeles en la mano visitó infinidad de productoras. Acribilló a mails a más de un directivo. Persistió. Y acabó encontrándose con Javier Fesser, director premiado, respetado y personal, un tipo con una sensibilidad especial que, además, mantiene un idilio con los años que acaban en ocho. En 1998, rodó El milagro de P. Tinto. En 2008, se llevó todos los premios posibles con Camino. En 2018, después de acabar a pachas con Marqués el guión de Campeones, Fesser dirigió la película española más vista del año.
Igual que les ocurre a Los Amigos, el equipo de básquet que forman los protagonistas de la película, Marqués ha rozado la gloria de los premios viniendo del amateurismo más absoluto. Se ha convertido en director de cine a base de insistencia, ilusión y moral para armar proyectos con amigos como Eric Francés o Adrià Collado y convencer a otros actores de primer nivel para que salieran en sus pelis más personales. Este camino lo ha recorrido, durante muchos años, despachando a la vez en la papelería que tenía su familia en el centro de Sant Antoni de Portmany.
Que ayer se quedara con las ganas de llevarse a casa el busto de Francisco de Goya que premiaba al mejor guión es lo de menos. Como dicen sus padres, el premio gordo ya le tocó cuando esta película se convirtió en un fenómeno de masas. Ahora los productores que le ignoraban empezarán a hacerle caso. Probablemente, podrá desempolvar los guiones que dormían en un cajón o en una carpeta de su portátil y convertirlos en películas que rodará, por fin, con unos medios dignos.
El mejor David Marqués está por venir. Lo esperaremos sentados en la butaca del cine Regio, la sala donde este portmanyí se quedó prendado de la gran ilusión.