Millones de lectoras y lectores han disfrutado en castellano de la trilogía de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien gracias a una traductora argentina que, a pesar del éxito de ventas de la saga, pasó sus últimos años en Ibiza con una raquítica pensión y estuvo a punto de fallecer prácticamente en la indigencia. Una negociación con la editorial in extremis puso las cosas en su sitio.
Hablamos de Matilde Horne, “una traductora singular de un tiempo singular, de cuando la traducción se militaba en el trabajo diario riguroso y solitario, alejada de toda pretensión de distinción personal”. Así la define otro traductor y escritor, también argentino y amigo de la familia, Andrés Ehrenhaus, que recuerda en conversación con Noudiari la historia de esta mujer, fallecida en 2008 en la residencia de Cas Serres de Ibiza, y de la que en este 2024 se cumplen 110 años de su nacimiento.
Matilde Zagalsky (Buenos Aires, 1914 – Ibiza, 2008), más conocida como Matilde Horne (adoptó el apellido de su marido para firmar sus trabajos) fue la traductora al castellano de dos de los libros más vendidos de la historia: Las dos torres y El retorno del rey, de la saga de tres libros de El Señor de los Anillos—que precisamente este año cumple 70 años desde su lanzamiento en 1954—.
Además, tradujo en la isla decenas de obras, a lo largo de 30 años, entre novelas, ensayos, relatos y poemas. Desde Ursula K. LeGuin a Angela Carter pasando por Doris Lessing (Nobel de Literatura 2007), Ray Bradbury, Stanislav Lem, Brian Aldiss o Christopher Priest.
Antes de su exilio a España en 1978, Matilde Horne ya tenía una brillante carrera como traductora y fue premiada incluso por el Fondo Nacional de las Artes argentino por su traducción de la obra Clea, de la tetralogía El cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell.
Tras el exilio, se afincó en Santa Eulària desde 1978 hasta su muerte, a los 94 años. Trabajó nada menos que hasta los 86 años, cuando sus maltratados ojos no dieron más de sí (había desarrollado una ceguera progresiva). Una vida profesional larguísima y muy fértil que no tuvo una justa paga en su vejez: se quedó con una miserable pensión no contributiva de 300 euros mensuales.
Ehrenhaus conoce bien el caso. Aunque coincidió con Matilde Horne muy fugazmente, es amigo de sus hijos, Martín y Virginia, que son coetáneos. Y también conocía bien a Paco Porrúa, el editor de Minotauro, con el que Matilde Horne ya había empezado a traducir obras en Argentina antes de exiliarse a España en 1978. “Paco tenía una manera muy singular de relacionarse laboralmente con sus colaboradores [no solo con Horne sino con Carlos Peralta o Marcial Souto, también grandes traductores]” de modo que traducían «a cambio de una entrada más o menos fija y estable de dinero, pero nunca plantearon ninguna exigencia legal ni reclamaron derechos de autor o la firma de un contrato más o menos ajustado a la norma».
“Matilde era la humildad y la modestia en persona y siempre aceptó los términos heterodoxos de esa relación laboral, porque eran generosos a su manera (obviamente no ajustados a la ley, pero acordados entre ellos) y le garantizaban un sueldo regular”, describe Ehrenhaus.
Pero cuando Planeta compró Minotauro en 2001, Matilde Horne tan solo se llevó una pequeña cantidad casi simbólica a modo de indemnización y en su jubilación se quedó con una pensión de 300 euros. De modo que una de las traductoras más fértiles de aquellos tiempos, con un bestseller como El Señor de los Anillos en su catálogo, se enfrentaba a vivir sus últimos años en Ibiza en una situación rayana a la indigencia.
Negociación positiva con Planeta
Los hijos de Horne reaccionaron y contactaron con Ehrenhaus para contarle esta precaria realidad, porque entonces él formaba parte de la junta de la asociación ACE Traductores. “La visión interna y la del asesor legal era más bien pesimista y dudaban de que Planeta fuera a hacerse cargo de nada, así que decidí encargarme personalmente del litigio, en nombre de los hijos. Fui a Planeta, donde conocía a algunos de los que trabajaban en el área de derechos, y les planteé el problema en términos prácticos. Les pedí que calcularan cuánto podía estarle debiendo Planeta a Matilde en concepto de regalías desde que se habían hecho cargo de la explotación del fondo de Minotauro. Recordemos que eran años de exitosas ventas de Tolkien, sobre todo, a raíz de la saga cinematográfica del El Señor de los Anillos [de Peter Jackson]. Creo que nos entendimos rápidamente”, relata el traductor, que valora el apoyo que tuvieron también por parte de una periodista de El País, Virginia Collera, en 2007. Collera publicó una reveladora entrevista con Horne en la que explicaba que los contratos con su editorial original, Minotauro, siempre fueron verbales. Además, recordaba que el Grupo Planeta había comprado la editorial Minotauro a tan sólo nueve días del estreno de la primera entrega de las películas de El señor de los anillos. Horne había recibido un total de 6.000 euros en concepto de finiquito de Minotauro por 50 años de traducciones (no solo por esos dos libros, sino por el conjunto de todos).
Ese artículo ayudó, sobre todo, a valorar el trabajo de Matilde Horne y a poner de relieve la complicada situación que atraviesan muchos traductores por motivos similares; creadores que, además, no podían recibir derechos de autor al poner en riesgo por ello sus pensiones.
Finalmente, Planeta llegó a un acuerdo «bastante justo» con Horne, aunque la reparación nunca incluyó los años anteriores al traspaso de Minotauro. «Se acordó una cantidad justa por derechos previos y un compromiso de liquidación semestral de los beneficios derivados de la explotación de las obras a partir de la firma del acuerdo», recuerda Ehrenhaus.
De no ser por ese acuerdo, los últimos momentos de Matilde Horne habrían sido más penosos. «Además, recibió un reconocimiento en vida que nunca había soñado», valora el traductor.
Como traductora, Matilde era “delicada, muy atenta a no dejar una huella excesiva en las traducciones (como exigía Porrúa, por otra parte) y sé que trabajaba a destajo y traducía gozosamente, que no es detalle menor”, describe Ehrenhaus.
Matilde Horne podría haber sido perfectamente un personaje en una de las novelas que tradujo. Una mujer que viajaba en el espacio y en el tiempo pero sin moverse de su escritorio en su casa de Santa Eulària, concentrada bajo el flexo, con un bolígrafo en una mano y un cigarrillo en la otra.
Legado en forma de premio de traducción
Pórtico, la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, organiza desde 2022, junto con ACE Traductores, el Premio Matilde Horne a la Mejor Traducción de Género Fantástico, en honor a la traductora Matilde Zagalsky.
Al premio optan novelas, novelas cortas, antologías de un mismo traductor o grupos de traductores, relatos y en general obras literarias. En 2022 lo ganó David Tejera Expósito por Gideon La Novena, de Tamsyn Muir. En 2023 se canceló, debido a que los votantes con propuestas válidas no superaron al menos el 10 % del censo. Este año sí que hay convocatoria y el ganador o ganadora se dará a conocer en la gala de entrega de los Ignotus, que este año se celebrará el próximo 9 de noviembre en San Fernando (Cádiz), en el marco de la Hispacón de la Isla. Los finalistas son Monje y robot, de Becky Chambers, publicada por Crononauta y traducida por Carla Bataller Estruch; Mi corazón es una motosierra, de Stephen Graham Jones, publicada por La biblioteca de Carfax y traducida por Manuel de los Reyes; Lanza, de Nicola Griffith, publicada por Duermevela y traducida por Arrate Hidalgo; Legado de jade, de Fonda Lee, publicada por Insólita y traducida por Antonio Rivas y Trenza del mar esmeralda, de Brandon Sanderson, publicada por Nova y traducida por Manu Viciano.
Traducción e Inteligencia Artificial
En un momento en el que la Inteligencia Artificial (IA) —que es precisamente uno de los temas de los libros de ciencia ficción que traducía Horne— amenaza con engullir la profesión de traductor, hay que valorar el trabajo de estas personas que son algo más que ‘transportadoras’ de palabras de uno a otro idioma.
No podíamos dejar pasar la oportunidad de preguntarle a Andrés Ehrenhaus sobre la competencia que supone la Inteligencia Artificial a los traductores: “Esto es todo un tema y da para varios artículos pero así, a bote pronto, diré que llamar inteligencia a una herramienta aún incipiente es un poco osado, sobre todo cuando compite con nuestra propia inteligencia (y falta de ella)”, bromea. Y añade: “Yo prefiero verla como eso, como herramienta: cada salto tecnológico plantea un reto de adaptación y aprovechamiento que requiere, aquí sí, de gran inteligencia pragmática por nuestra parte. Dudo que traducir, escribir, pintar, etc., en términos artísticos sea una prerrogativa de los instrumentos y sí, en cambio, de quienes los utilizan para crear honestamente, como siempre. Yo pertenezco a la generación de quienes traducíamos a máquina y con copia en papel carbónico. Y antes de eso, se traducía a mano. La calidad de unas y otras traducciones no está en la tecnología utilizada sino en la inteligencia y la sensibilidad con que cada cual supo vivir y crear en su época”, concluye.