Pablo Sierra del Sol / Maximiliano Bello es uno de los mayores expertos en conservación marina del mundo. Lleva dos décadas sumergiéndose en el océano. En ese tiempo ha documentado sus cambios y denunciado la destrucción que provocan la sobrepesca y la contaminación. También ha asesorado gobiernos, principalmente latinoamericanos, para crear reservas de alta protección, según él, una de las pocas balas de plata que tiene la Humanidad para revertir el desastre climático. Reivindicar la protección el elemento que hace diferente a nuestro planeta, paradójicamente bautizado como la Tierra, respecto al resto de esferas que conocemos en el universo, es una de sus obsesiones. El agua como fuente de vida pero, al mismo tiempo, un recurso en peligro. Este chileno de 46 años, padre de cuatro hijos que también le han salido buceadores, es la mano derecha de Sylvia Earle. La exploradora más famosa del planeta rompió moldes hace décadas como científica y mujer. Recogiendo el testigo de divulgadores como Jacques Cousteau, llevó el conocimiento de los ecosistemas marinos a otro nivel. Bello cita varias veces la importancia del trabajo de Earle, que sigue activa a sus ochenta y siete años, en la charla que mantiene con su colega Manu Sanfélix durante el Foro Marino que ha organizado Ibiza Preservation Foundation en el Centro Cultural de Jesús. Cuando baja del escenario, desde donde ha lanzado al público preguntas tan obvias pero trascendentes como «¿a ustedes les gusta respirar?», me siento a charlar con él de la inmensidad del océano.
En Mission Blue, el documental que Netflix estrenó en 2014 sobre su vida, aparece un extracto de una entrevista que le hicieron a Sylvia Earle algunas décadas atrás donde le preguntan si no se considera que su propuesta de protección de los océanos es demasiado radical. Ella contesta diciendo que, simplemente, es realista porque en sus inmersiones ha visto cosas que la mayoría de seres humanos desconocemos. ¿Qué has visto tú allí abajo?
He visto cómo ha ido cambiando la composición del mar. Pero esos cambios también se aprecian arriba, en la superficie y en tierra. Vete al mercado y te darás cuenta de que en muchas pescaderías el género cambia constantemente. Se acaba el stock de una especie y vamos a por otra que, hasta hace unos años, tirábamos por la borda. He visto lugares donde había tiburones y ya no los hay. O corales. Es impresionante bucear en una zona donde solamente te encuentras trozos de roca: una vez hubo una vida increíble que ya no existe. Pero también he visto cosas muy bellas: la recuperación de algunos ecosistemas. Hace unas semanas estuve buceando en el Mar de Cortés, el mar interior de la península de la Baja California, en México, donde han vuelto las mantas gigantes después de quince años. Hay gente que trabaja para proteger lo que va quedando. Creo que aún tenemos todos los componentes para detener la destrucción de los océanos. Algunos en situación crítica, pero aún los tenemos. Todavía hay una oportunidad: lo bonito de eso es que somos la generación que puede cambiar el rumbo.
La situación es paradójica porque el mar está mucho más degradado que nunca pero, a la vez, nunca habíamos protegido tantas áreas marinas.
Y eso te dice primero que todavía no es suficiente, y que no vamos suficientemente rápido en ese proceso, pero hay un cambio. Haberlo visto y haber sido agente de cambio en mi propio país, Chile, es muy importante. Estamos muy acostumbrados a hablar de que estos avances ocurren en otros países, desarrollados. Hoy día América Latina es líder en protección de los océanos, una región que ha sido devastada por las pesquerías. En algún momento el 37 por ciento de los desembarques de pescado en todo el planeta provenían de la Corriente de Humboldt [un flujo de agua fría y baja salinidad que bombea desde el sur del Pacífico hasta el ecuador frente a la costa sudamericana], Chile y Perú, y ahora estamos muy lejos de esas cifras. Ver cómo ha cambiado un país como el mío, totalmente gobernado por la industria pesquera, es maravilloso. Hace unos años estuve trabajando en la extensión de las áreas protegidas de Galápagos, el único lugar del mundo al que habría que ir una vez en la vida: es alucinante. [Lenin] Moreno, el presidente anterior de Ecuador, me dijo en una reunión: “Si tú convences a los atuneros, yo lo hago”. Entonces uno se pregunta, ¿quién es el dueño del mar? Es importante entender que nadie es el dueño realmente. Todos nos beneficiamos de la vida que nos ofrece el mar, pero ¿cuál es el rol tuyo en lo que ha ocurrido? Hemos dejado que los océanos sean destruidos porque nosotros no nos hemos hecho cargo. Cuando un presidente te dice eso en vez de “vamos a decidir la protección entre todos”… La gente que vive en las montañas también respira el oxígeno que se genera en el océano…
… o del dióxido de carbono que absorbe, un fenómeno del que nos estamos acordando por la subida de las temperaturas, tanto en la tierra como en el agua. Ese efecto es más que evidente en mares cálidos como el Mediterráneo.
El mayor secuestrador de carbono es el océano, así es. Hoy en día está absorbiendo más del 90 por ciento del exceso de temperatura. Eso lleva al aumento de la temperatura en el agua que, obviamente, significa menos oxígeno, y va a significar menos vida. Somos parte de este sistema: la contaminación, la sobrepesca y el cambio climático son efectos humanos. Por lo mismo, en nosotros está la solución.
La inmensa parte del planeta es agua y la inmensa parte del agua no está bajo una soberanía nacional. ¿Están más explotadas las aguas internacionales o las que dependen de los países?
Las zonas costeras, donde hay mucha más interacción, están mucho más impactadas, pero el 60 por ciento del océano que está fuera de la jurisdicción de los países está sufriendo de forma cada vez más clara la explotación de unas cuantas naciones que tienen el dinero para subsidiar la salida de los barcos hacia esos lugares más remotos. ¿Pero por qué está ocurriendo eso? Porque la costa ya no da más de sí y, sobre todo, porque queremos mantener un estilo de vida que ya no es posible mantener. No podemos seguir extrayendo fauna marina a este ritmo. El 90 por ciento de las pesquerías están sobreexplotadas. ¡Lo dice la FAO!
¿Salvar al mar pasa por decrecer?
Sí. Decrecer, realmente, es saber qué consumimos, y preguntarnos: ¿lo necesitamos? Tengo claro que la gente tiene que comer. Yo también lo hago y alimento a mis hijos, ¿pero necesitamos producir salmón en la Patagonia? ¿Ir a explotar kril a la Antártida para alimentar a esos salmones que luego nos comeremos? ¡Es un lujo, no una necesidad! ¿Es una necesidad seguir comiendo atún rojo? ¿Es una cuestión proteínica, de seguridad alimentaria? No, no lo es. Mucha de la contaminación que sufre el mar está directamente relacionada con esa sobrepesca y nuestros hábitos. La actividad humana puede ser regeneradora, no siempre debe sacrificar un ecosistema medioambiental.
De ahí la importancia de crear santuarios marinos, esas reservas que permiten que la vida “chorree”, como has explicado en la charla, es decir, que la vida que allí se genere salga y se expanda a otras zonas. ¿Por qué conviene que esas zonas protegidas estén interconectadas?
Hoy en día apenas el 3 por ciento del océano está bien protegido. Del 97 por ciento puedes seguir sacando. Muy pocas veces consideramos que las corrientes oceánicas están involucradas en el flujo de la vida. Afortunadamente, eso está cambiando, gracias al conocimiento que están aportando, por ejemplo, algunos científicos españoles. Podemos proteger un banco de langostas, pero hay que saber que quizás pueden venir de otro lugar que está a cien quilómetros de la reserva, donde se reproducen. Si no proteges su zona de reproducción, las larvas no van a sobrevivir. Tenemos que conectar los hábitats por donde pasa una especie a lo largo de su vida. El océano hay que mirarlo de una forma tridimensional: arriba, abajo; Este y Oeste. Es un ecosistema en movimiento que cada vez vamos entendiendo mejor. Cuando empezamos a trabajar en el Pacífico tropical -Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador- ves que todo está interconectado: muchas especies van desde Galápagos a la costa centroamericana y, luego, ¡viajan hasta Hawái! No podemos seguir pensando en pequeño, hay que hacerlo en grande. Y entender los procesos. ¿Qué es lo que mantiene las grandes pesquerías chilenas, peruanas o ecuatorianas? La Corriente de Humboldt, que hemos mencionado. Si solamente protegemos pedacitos, el edificio se nos va a caer.
¿Qué ha ocurrido en las zonas del Pacífico donde el tiburón martillo tenía su hábitat natural y ha desaparecido por la sobrepesca?
Más del 90 por ciento de la población de esa especie ha desaparecido por la sobrepesca, principalmente, para obtener las aletas de tiburón que reclama el mercado asiático. También por las malas prácticas, pero la principal amenaza del tiburón martillo es ¡la pesca legal! Recientemente se publicaron unos papers que demuestran que la mayor cantidad de aletas comerciadas en Hong Kong, el epicentro de esta industria, más del 80 por ciento de las aletas de tiburón martillo o tiburón sedoso vienen del Pacífico tropical. Una zona riquísima en vida, claro, aunque nos hayamos empeñado en devastarla, cambiando la naturaleza de la Naturaleza.
¿Son irreparables los efectos allí? ¿No se ha desequilibrado la cadena trófica?
Hay ecosistemas que están desapareciendo. Por ejemplo, los bosques de algas profundos, que parecieran ser el eslabón que conecta los bosques de algas del Pacífico norte con los del sur. Las escuelas gigantescas de tiburones martillo, con cincuenta o cien ejemplares juntos, se han vuelto infrecuentes. Pero los efectos todavía no son claros, aunque sean preocupantes. Si perdemos esas especies, ¿qué nos va a suceder a nosotros? Porque todos esos elementos son componentes clave del mix que permite la vida. Por lo tanto, si ellos están peligro nosotros, también.
¿Se puede luchar contra la sobreexplotación marina protegiendo al mismo tiempo a la pesca artesanal?
Trabajo mucho con pescadores artesanales; en Chile, con los grupos pesqueros artesanales del planeta. Ellos han sido los primeros en entender la importancia del conservacionismo. En varias ocasiones fueron las propias comunidades de pescadores las que propusieron acciones de protección. Por ejemplo, desde Juan Fernández, un archipiélago a unos cientos de quilómetros de la costa chilena, donde se practica la pesca de la langosta, se impulsó una área marina protegida que hoy en día es una de las más grandes del planeta. Siempre tenemos la idea de que las reservas van en contra de los pescadores. No es así, no es real. Ahí va una autocrítica: los científicos y conservacionistas no hemos sido siempre capaces de mostrar claramente sus beneficios y de conectar conocimientos: no hay mejores conocedores del estado del ecosistema marino que los pescadores artesanales. Han pasado generaciones allí.
Son los primeros afectados cuando se hunde un barco o hay una accidente en una planta petrolífera y se produce un vertido.
Exactamente, y son los que te van a contar que ahí vivía una especie que se ha extinguido. Los científicos necesitamos a los pescadores artesanales para recuperar los hábitats más dañados. Ellos tienen que ser agente de cambio. Nadie puede sacar dinero eternamente del banco si no inyecta algo de inversión de vez en cuando. Eso lo saben todos.
¿Qué papel juega el Mediterráneo en la lucha por conservar los océanos?
Primero ha sido un semillero de especies tremendamente importante. Es clave mantener las características que han hecho de que el mundo entero se beneficie de la riqueza mediterránea. El Atlántico vive, en parte, de ella. Pero a la vez también hay una cuestión de conocimiento, de cambiar la Historia. Si no somos capaces de conseguirlo en el Mediterráneo, que es donde se genera la cultura occidental, es muy difícil pensar que podamos cambiar el curso de la Humanidad. Para bien. Es una cuestión refundacional cambiar esta narrativa desde el lugar que fue la cuna del conocimiento.
¿Es un laboratorio este mar por su condición de mar casi cerrado para entender qué le puede pasar a los océanos dentro de unas décadas si seguimos contaminándolo a este ritmo y no deja de aumentar la temperatura del agua?
El Mediterráneo es un referente. Sirve para entender cómo hemos acabado con multitud de especies… y cómo las podemos recuperar. Es un lugar, este mar, relativamente desconectado dentro de un conjunto. Por eso me gusta hablar del océano, en singular, siempre le borro la ese: está todo conectado. Lamentablemente, las aguas mediterráneas son de las menos protegidas del planeta.
¿El turismo es una amenaza?
El turismo es una amenaza cuando se hace mal. Como cualquier cosa, empezando por la pesca. Es lo que hemos comentado: conozco muchísimos ejemplos de pesca artesanal que ayudan a conservar el mar, pero, también, sé muy bien cómo funciona la pesca industrial, subsidiada, por ejemplo, por España, que pesca en Seychelles o Chile y que está llevando la destrucción de stocks completos de algunas especies en esos lugares. Así que, como todas las cosas, el turismo puede hacerse bien o mal. La industria turística debe ser punta de lanza en el cambio y eliminar las malas prácticas para evitar, por ejemplo, los estragos que causa en las praderas de posidonia. Esos ecosistemas, tan propios, son, precisamente los que hacen que las Baleares sean unas islas hermosas.
No sé si conoces una canción que escribió Joan Manuel Serrat en catalán trece años después de haber publicado Mediterráneo. Se titula Plany al mar, lamento por el mar.
Sí, la conozco.
En la letra, Serrat alude directamente a la destrucción de la fuente de la vida y se pregunta si el ser humano la está secando «por ignorancia, por imprudencia, por inconsciencia o por mala leche». ¿Con cuál de los cuatro te quedas?
¡Son todos! Pero, el principal, diría que es el primero: la ignorancia. El desconocimiento. Antes de venir al Foro Marino de Ibiza me preguntaron de qué quería hablar. «De la importancia del océano», contesté. A veces tomamos por hecho cuestiones tan cotidianas como que el cielo es azul. No nos preguntamos de dónde viene ese color. ¡El azul lo generó el océano! No estaríamos hablando de cambio climático si no hubiese clima. El clima lo gobierna el océano. Por lo tanto, es realmente la fuente de vida del planeta. Y, a veces, solamente nos relacionamos con él cuando vamos de vacaciones cuando está en cada rincón del planeta. Incluso los más aislados y alejados de la costa. Hasta en el Himalaya, una de cada dos respiraciones proviene de oxígeno proviene del océano.
¿Lo maltratamos también porque la inmensidad del océano nos recuerda nuestra insignificancia, nuestra pequeñez?
Siempre nos ha parecido infinito. En extensión y recursos. Podemos tirarle lo que sea y no le pasa nada. Hoy en día sabemos que no es así.
Ha costado entender la composición tridimensional de la que hablabas antes, no disponíamos de la tecnología suficiente para ver más allá de la superficie. Nos quedábamos en la cáscara del huevo.
¡Sí! Cada vez que buceo es imposible no sentirse pequeño. Ínfimo. El volumen del océano es incomprensible. Además, los seres humanos somos animales muy terrestres y nos da miedo el desconocimiento. Moby Dick. El misterio de lo que no entendemos nos aterra. Así hemos tratado al mar: si miras los mapas de hace siglos verás que en los océanos han dibujado monstruos marinos.
«Hic sunt dracones«. «Aquí hay dragones», escribían.
¡Exacto! Y todavía nos da miedo el océano. Entre otras cosas porque la mayor parte de esa extensión infinita está en oscuridad. Imagínate: la mayor parte de especies en el planeta se comunica a través de bioluminiscencia. Eso te da referencia de cuan grande, desconocido y alejado de nosotros está el océano.
La última pregunta: si un país, como el tuyo, con fama de estar tan polarizado como España, ¿cómo habéis conseguido en Chile que gobiernos totalmente diferentes, de centroizquierda, de derecha, de izquierda, hayan convertido la protección oceánico en una prioridad dentro de las políticas de Estado? El 43 por ciento de vuestro espacio marítimo está protegido.
Ciudadanos. La ciudadanía también puede hacer política. Siempre pensamos que es cosa de los partidos, pero todos hacemos política diariamente. Si a la gente le importa respirar, mantener calidad de vida e, incluso, seguir habitando este planeta nos tiene que interesar el océano. Eso se tiene que reflejar en las decisiones políticas que se toman. Si hablamos fuerte y claro, no importa que seas de derechas o izquierdas, lo traduciremos en políticas de largo plazo. He trabajado con todos los gobiernos que han pasado por Chile en los últimos diez años. Con Michelle Bachelet llegamos a este 43 por ciento de protección: la única política que Sebastián Piñera, el presidente que la sucedió, no le critica a Bachelet es la política medioambiental. Y, encima, dijeron: «Vamos a hacer más». Y con Gabriel Boric, el último presidente electo, parece que se mantiene la misma línea.
No habrá sido nada fácil porque, como has mencionado antes, en las aguas de soberanía chilena los intereses empresariales, de compañías o grupos económicos extranjeros en muchos casos, son enormes.
Exactamente, pero el interés general es el que debería primar, ¿no?