Maliciosos, divertidos, a ratos oscuros y retorcidos, tan imaginativos como verosímiles y todos con la vigencia de quien sabe tomarle el pulso a la actualidad. Así son los relatos que conforman Fatal, gracias, segundo libro publicado y primero de relatos de la ibicenca Oti Corona Bonet (Ibiza, 1972) que acaba de salir al mercado de la mano de la editorial Amor de Madre.
Catorce historias que se mojan en temas tan incómodos como la precariedad, los abusos sexuales, la discriminación o la muerte, pero siempre con una corriente de ironía y humor que los desengrasa y les deja respirar. Y es que, por momentos, quien los lee se siente como si espiase una conversación ajena. O, como dice la propia editorial: «Un flechazo al corazón de lo cotidiano del que solo se puede salir de dos maneras: con una sonrisa, o prendiéndole fuego a todo».
Oti Corona es maestra, escritora, colaboradora habitual de NouDiari y de Diario Público y, además, se ha convertido en un fenómeno en redes sociales con su perfil @LaCrono__, un alter ego tan feminista y libre como ella que se acerca a los 40.000 seguidores en Twitter (X) y que desata pasiones entre sus fans… y también odio entre sus haters (detractores).
Corona es autora de la novela en catalán Emprendades, con el que ganó el XXVI Premi de Narrativa Ciutat d’Eivissa 2018 y que publicó en castellano en Ménades, una editorial que ha desaparecido sin dejar rastro y sin pagarle los honorarios por sus derechos de autora. Afortunadamente en su nueva editorial, Amor de Madre, la han tratado «fenomenal», han respetado sus tiempos y «han hecho un gran trabajo de acompañamiento en todo el proceso», valora.
Reside en Girona y estos días aprovecha la Semana Santa para pasar unos días en Ibiza mientras prepara la gira de presentación de libro, que llegará a la isla el 18 de mayo en la librería Sa Cultural.
—El libro salió hace apenas unos días y ya es un éxito de ventas. ¿Cómo está viviendo su lanzamiento?
—Tanto al editorial como yo estamos muy sorprendidas. Teníamos buenas expectativas, pero es que solo en los dos primeros días del lanzamiento recibieron centenares de pedidos.
—¿Toda una alegría para una editorial que se define a sí misma como joven, feminista y LGTBI?
—Sí, me han cuidado mucho como autora y están muy contentas de cómo está funcionando todo por el momento.
—No es la misma editorial con la que sacó la versión en castellano de su primera novela, Emprendades…
—No, esa editorial ya no existe y no me pagaron… solo un poco. Me da mucha pena y no por mí sino por la historia, por Emprendadas, porque hay mucha gente quiere leerla y ya no se puede comprar. La tengo traducida al inglés y sé que en catalán se sigue vendiendo bien. Ojalá pudiera volver a sacarla en castellano.
—Cuando la entrevisté por el lanzamiento en castellano de Emprendadas, en 2021, tenía muy separada su identidad personal, como Oti Corona, de su personaje virtual, @LaCrono__, en un intento de preservar su intimidad. ¿Ahora las fronteras ya se han roto?
—Así es, el anonimato se ha terminado. Yo no quería que se supiera pero ha sido casi inevitable. Primero me descubrió mi familia, que tampoco lo sabía, y después, cuando empecé a escribir en el Diario Público, me pidieron que firmase con mi nombre y con el avatar de Twitter (X). Me daba un poco de vértigo perder el anonimato… pero he visto que no pasa nada.
—¿No ha ido nadie a su casa a rajarle las ruedas del coche por tus opiniones incendiarias?
—[Ríe] Aún no, ya vendrán. Intento guardarme de dar datos muy personales, pero lo cierto es que no he tenido problemas. Ahora me callo más cosas en Twitter. No esperaba tener este número de seguidores y tampoco esperaba que lo que dijese ahí podría llegar a aparecer en un diario de tirada nacional, como ya me ha sucedido varias veces.
—¿Cómo gestiona el odio que recibe en redes sociales, especialmente cuando lanza comentarios feministas?
—Me dan igual. Me parecen insignificantes y tiene tan poca capacidad para hacerme daño. Hay haters que me han amenazado a mí o a mi familia… y me da igual. A veces juego un ratito con ellos o les respondo con el precio de mi libro y les invito a visitar la librería del aeropuerto de Ibiza para comprarlo. Soy consciente de que, posiblemente, sin Twitter no habría publicado este segundo libro. Me conocen por Twitter. He conseguido una visibilidad que no tenía pero yo no entré en esta red por eso. Comencé a entrar por la noche, con mi bata y mi pijama, para escribir como escribía cuentos en mi casa. Al principio sí que respondía o me sorprendía por esos comentarios pero, cuando conoces mejor las redes sociales, te das cuenta de que deben ser unos desgraciados, con una vida tan miserable y tan pobre que me dan pena. Cuando me llaman feminazi pienso: ¿pero cómo se puede ser tan limitado? Si vinieran aquí y me dijeran a la cara: «eres una puta» puede que me liara a puñetazos con ellos. Pero yo voy a Twitter a descansar y a pasarlo bien y, lo que no me sirve, lo bloqueo.
—¿Encontramos en este libro más presente a @LaCrono__: la feminista, la irreverente, la que no se calla las injusticias?
—Hay algunos cuentos que escribí hace muchos años. El relato Una cena para quedar bien lo escribí al poco tiempo de casarme, hace más de 25 años, y tiene que ver con las exigencias sociales que, como mujer, sentí al estar casada con un hombre. Y luego hay cuentos totalmente ficticios como Maikué de Sencrala. El valor de una opinión también está basado en algo que me pasó hace tiempo y entonces ni tenía cuenta de Twitter… La crítica social siempre la he llevado dentro, desde que era pequeña. En Empremdades también está la crítica de la vida en pareja, del resultado de la guerra civil o la relación de las mujeres y el dinero.
—Y esa conflictiva relación de las mujeres con el dinero, que ya veíamos en Emprendadas, está tremendamente presente en este nuevo libro…
—Sí. En general las mujeres tenemos poco dinero o menos dinero y eso condiciona mucho nuestras vidas. Ganamos menos pero tenemos más gastos porque se nos exige mucho en muchos niveles, como el estético. Está demostrado que, cuando tenemos hijos, las mujeres acabamos perdiendo más económicamente y gastando más. Las que cogemos las reducciones de jornada somos nosotras y, cuando hay una separación, incluso si el hombre pasa una pensión, el gasto más grande lo tiene quien está más tiempo con los niños, que suele ser la madre. Incluso en custodias compartidas es la mujer la que aporta más. Como profesora estoy harta de ver casos de hombres que no pasan la pensión a sus hijos. Eso nos empobrece. Incluso cuando vas a buscar un trabajo, si eres un hombre basta con que te afeites, te pongas una camisa blanca y ya estás, pero, si eres una mujer, tienes que llevar arreglado el pelo, el maquillaje, la ropa… parecen cosas insignificantes y no lo son.
—Incluso vemos billetes en la portada del libro, que hace referencia al relato Suerte en Casas Viejas.
—Este relato está inspirado, en parte, en una empleada doméstica que conocí que se quejaba de que trabajaba para una procuradora de los tribunales que, cuando le pagaba, lo hacía con un billete de 500 euros. Luego no tenía donde cambiarlo, porque los comercios no suelen aceptar billetes de 500 euros. Me contó que encontró a un señor que tenía una tienda y que, de estranjis, le cambiaba esos billetes grandes.
—Tras leer el relato Una lección de dignidad solo cabe preguntarle cómo ve, como ibicenca que reside fuera de la isla, el grave problema de la vivienda y la falta de movilización social.
—Es triste y un problemón enorme. Hay precariedad incluso para personas que tienen buenos trabajos o buenas perspectivas. Me da rabia que nuestros gobernantes no sean capaces de decir: vamos a arreglar esto y me da mucha rabia que haya gente de aquí que no tome conciencia. Esto pasa porque hay gente que tiene pisos y solo piensa en que va a dar el pelotazo, en lugar de pensar en que nos estamos quedando sin servicios porque no hay personal. Es vergonzoso que venga un maestro o un camarero y que tenga que malvivir. Me genera una sensación de desesperanza y de tristeza y no le veo solución porque la solución es colectiva y no veo esa iniciativa.
—Hay una importante presencia de la muerte en el libro en relatos como En tránsito o El susto de papá. ¿Llega un momento en su vida en el que la muerte está más presente y eso se nota en sus relatos?
—No. La verdad es que pienso en la muerte desde que era pequeña. Recibí una educación cristiana católica en la que, cuando te mueres, te vas al cielo y hay un Juicio Final. De niña pensaba cómo sería ese juicio, si irían vestidos con togas, si a los niños nos juzgarían de otra manera por ser niños, si entraríamos por otra puerta, qué diría yo en ese juicio. Pensaba cosas como: ayer me peleé con mi hermana así que iré al infierno. ¡Menudo trauma es la educación católica! Te hacían pensar en unas cosas que… Son temas a los que les doy muchas vueltas. La muerte y la espiritualidad, lo que somos más allá del cuerpo…
—¿Una niña y una adulta con mucha imaginación?
—Sí, desde luego. Me recuerdo a mí misma en mi mundo de fantasía durante las clases. Nunca jamás escuché una lección; absolutamente nada en aquellas clases aquellas magistrales que nos daban en el colegio. Iba a la Consolación y las monjas eran muy majas, pero aquellas explicaciones de escuela tradicional me aburrían mortalmente. No hacía los deberes, era un desastre. Suspendía matemáticas, gramática, naturales… y eso que Dona Amelia era muy buena, pero yo estaba en mi mundo. Me montaba unas películas de pequeña…
—Pero, ¿de esa niña fantasiosa llega la escritora de adulta?
—Sí, ahora ya estoy definitivamente loca y escribo libros [ríe].
—Muchos de sus relatos tienen la frescura de los diálogos a pie de calle. ¿Espía conversaciones, observa a la gente?
—No soy cotilla en el sentido de que no quiero enterarme de lo que hace mi vecina. No me interesa. Pero, cuando voy por la calle, siempre estoy con la oreja puesta. Si escucho a dos personas hablando de algo que me interesa me pongo detrás y los persigo y, si presencio una pelea, me paro a mirar y no me avergüenza porque la calle es de todos y, si no quieren que les escuchen, que se queden en su casa [ríe]. Me gusta observar a la gente, a las familias y cómo están con sus hijos. Estoy muy mal, ¿verdad? Me estoy dando cuenta ahora de que estoy muy mal [ríe]. Practico el cotilleo urbano. Pero yo no soy cotilla.
—Cuando entrevisté a la escritora colombiana Ángela Becerra que me dijo que su sueño sería poner micrófonos en todas las mesas de una cafetería y poder escuchar a la gente: saber lo que les preocupa, lo que les mueve, cómo hablan…
—Totalmente, absolutamente, sí. Cuando voy en tren y hay gente que se queja de que otros hablan alto yo no me quejo, yo pongo la oreja ahí [ríe].
—¿Y eso se nota en la verosimilitud de los diálogos?
—Esta manera de escribir diálogos la aprendí con Vicenç Pagès y fue un gran profesor. Lamentablemente falleció en 2022. Con él aprendí mucho.
—¿Ha ido a clases de escritura creativa?
—Durante la pandemia tuve la gran suerte de hacer un curso online con Espido Freire y fue como una bomba de conocimiento. Es una gran profesora y una gran persona. Además, hice el curso que menciono con Vicenç Pagès y un curso corto de prosa periodística en la universidad… Pero creo que para escribir bien lo que más ayuda es leer mucho.
—Entonces llega el momento de recomendarnos escritores y escritoras de referencia para usted.
—De referencia, Cortázar. No me canso. En el libro Un tal Lucas tiene un cuento que se llama Lucas, sus compras que me habré leído 200 veces. Luego un clásico, La isla del tesoro, de Stevenson; la obra de Jane Austen y, como más contemporánea, Alice Munro y sus cuentos. También Espido Freire, de la que recomiendo La historia de la mujer en cien objetos o Quería volar. Cuando comer era un infierno sobre los trastornos de la alimentación que todo el mundo debería leer.
—La infancia también está muy presente en el libro, ¿tiene que ver con su experiencia como madre?
—Hace poco murió el Hematocrítico [profesor de Primaria, escritor de cuentos infantiles y también personaje en redes sociales] que explicaba que el primer día que entró en la sala de profesores se dijo a sí mismo: nadie se ha dado cuenta de que soy un impostor porque él se tenía a sí mismo como un niño grande. A mí me pasó un poco igual, no he terminado de crecer y me he quedado con un pie en la infancia. El hecho de ser maestra hace que estés en contacto con niños todo el día y que te pongas en su piel. Empatizo mucho con los que no hacen los deberes. Les tengo que reñir pero, por dentro, pienso: anda que si supieran que yo era peor. Hay una parte mía que sigue siendo una niña.
—El poso que deja su libro, entre otros, es que todas las personas con las que nos tropezamos tienen sus problemas, sus tribulaciones y que merece la pena tener compasión, ser amable…
—Claro, salvo algún personaje lamentable, que los hay, como las dos primas que comparten piso en La sortija de Mile, los demás tienen sus defectos y virtudes. Sobrevivir en sociedad es muy difícil. Esto es una puñetera jungla y todos hemos hecho cosas mezquinas. Se nos exige mucho en el mundo laboral, en el personal… hay diferentes grados de exigencia. Cuando era soltera se me exigían cosas pero cuando empiezas a vivir en pareja, sobre todo con un hombre, aumenta el nivel de exigencia, y cuando eres madre, ya ni te cuento. Lo que se llega a exigir a las madres es increíble.
—Y además con los niveles de ansiedad disparados…
—Una amiga toma tranquilizantes y el médico le dijo: serás la típica mujer que siempre lleva una caja de diazepames en el bolso. ¿Por qué admitimos este modelo de ‘típica mujer’? ¿Por qué tenemos que ir con una caja de diazepam? Hay muchas mujeres medicadas porque nuestras dolencias físicas se tratan como si no existieran y fueran un tema de nervios o, sencillamente, porque nos hacen llevar una vida tan imposible de cumplir que nos acaban dando calmantes. Como sociedad yo digo que estamos fatal y las mujeres nos llevamos la peor parte.
—¿Qué espera de Fatal, gracias?
—Que se venda bien, que no defraude, que guste… Ya tiene magia solo el hecho de que las cosas que una vez tuve en la cabeza estén ahora aquí [toca el libro] y luego pasen a las cabezas de otras personas. Que me digan: qué buena lectura, qué bien me lo he pasado… o cómo he sufrido. Eso ya es mágico.