Pablo Sierra del Sol · Brasil / Cuando Pepe Ramón Ferrer le dijo a sus amigos que se iba a Brasil a vivir el ambiente de la Copa del Mundo ninguno debió extrañarse. Ni siquiera al escuchar que este jordier que trabaja de profesor en el colegio Cervantes de Sant Antoni se iba a América del Sur solo, con un disfraz de balón hinchable y un pollo de plástico en la maleta. “El pollo siempre me acompaña en estas aventuras”, bromeaba el pasado jueves en Copacabana después de haberse convertido en una de las atracciones de una tarde en la que Brasil se medía en cuartos de final contra Colombia. Su disfraz de pelota de fútbol no pasó inadvertido entre los cientos de miles de personas que se congregaron en la famosa playa de Río de Janeiro para ver el duelo.
Hinchado gracias a la fuerza de un ventilador, el atuendo de Pepe le redondeaba la figura y llamaba la atención de propios y extraños. Y eso que por allí se paseaban aficionados de todos los países del globo, gente ataviada con ropas de muy diferentes armarios y sastres. Destacar en medio de ese Carnaval parecía algo imposible, pero Pepe Ramón lo conseguía sin proponérselo, con una banderita de Brasil atada en la cabeza y una sonrisa permanente. Cariocas, mexicanos, argentinos y algún que otro compatriota español le pedían permiso para sacarse una foto con él. “Si empiezo a cobrar un euro por foto, me forro”.
Unas colombianas se olvidaron de que Thiago Silva y David Luiz estaban eliminando con sus goles a su selección, el equipo más refrescante del Mundial, para llevarse a casa una instantánea con el esférico humano que había venido de Eivissa. Pepe concedió hasta pequeñas entrevistas a Eurosport, un canal ruso y una tele japonesa. El reportero oriental no se cortó un pelo y cuando acabó de hacerle varias preguntas en inglés se sacó un selfie con el ibicenco, que le siguió la broma. “Lo malo es que luego nunca puedo verme en estas entrevistas”, comentó Pepe, todo un experto en recorrer disfrazado un país extranjero. Cuando escucha la pregunta del millón sonríe unos segundos y responde sin vergüenzas.
–Pepe, ¿se liga mucho con este disfraz?
–Ni te lo imaginas.
La escapada brasileña ya tiene precedentes y seguramente no sea la última. ¿Pero de dónde le viene esta afición? En primer lugar, del fútbol. Lleva toda la vida jugando en Eivissa, donde es bien conocido por varias generaciones de compañeros y entrenadores. “Me acuerdo cuando subimos con el Sant Rafel a Tercera. Pepe Arabí estaba de entrenador y nuestro equipo era la antítesis del Brasil de Scolari: todo el mundo decía que jugábamos muy bien, pero perdíamos siempre”, rememora con diversión un amateur que también ha vestido durante muchas temporadas la camiseta del Sant Jordi de sus amores. A sus 37 años, se ha retirado entre comillas porque sigue matando en el gusanillo en la sección de veteranos del club verdinegro, donde es el “chavalín de la plantilla”.
Pero a su vena futbolera se le une ese cosquilleo imposible de describir que le entra al viajero cada vez que coge un avión para cruzar el globo. Colombia, México, República Dominicana o Tailandia forman parte de sus peripecias más exóticas. También le dio por conocer el Mediterráneo profundo y ‘navegó’ hasta Grecia y Turquía. Pero el lugar que más le sorprendió es un país del que costaría encontrar una guía turística en las librerías ibicencas: Madagascar. “Ya me había pasado en otros sitios, pero el contraste que había entre los resorts de lujo y la vida real del país fue brutal, el contraste más exagerado que he conocido. Yo quería empaparme de eso y convencí a una guía para que me acompañara en un viaje de varios días hacia el norte de la isla. Avanzábamos por la única carretera asfaltada de Madagascar. Al principio me decían que estaba loco, pero esa experiencia no la cambio por nada. Fue descubrir otra cultura, gente que tiene que vivir con mucho menos, pero que probablemente sea más feliz que nosotros. Los niños se quedaban impactados al verme: yo era el primer blanco que veían en su vida”. Ese fue uno de sus primeros viajes en solitario.
Como con su colla no suele perdonar muchos Carnavales ni fiestas Flower Power sin disfrazarse de la primera locura que se les pase por la cabeza, el cachondeo tenía que combinar con el fútbol y los viajes más pronto que tarde. En 2010 ya visitó Sudáfrica, donde pasó unos días durante la Copa del Mundo de 2010. Allí estrenó el disfraz de pelota y, como en Brasil, también acudió sin entrada. “Ver un partido del Mundial debe ser inolvidable, pero contagiarte del ambiente que se vive fuera es igual o mejor. Ves cómo disfruta la gente de la calle. En España ya uno se da cuenta de que en Brasil solamente entran los blancos a los estadios por el precio al que están las entradas. La verdadera afición está fuera, en la calle”, explica Pepe.
El jueves, en un arrebato de euforia le dio por lanzar por los aires el pollo de plástico que le acompañaba. No lo encontró. Quizás se lo agenció alguno de los franceses que un rato antes habían arrugado el ceño por pensar que el muñeco desplumado era una forma de burlarse de la eliminación de su selección a manos de Alemania. “Es una pena haber perdido al gallo porque era un compañero fiel –explicó con ironía– que me había acompañado también a la última final de la Champions en Lisboa”. Allí, como madridista, celebró la Décima. Fue un viaje relámpago. En Brasil le quedan un par de semanas y cuando acabe el Mundial ya tiene el rumbo fijado: le gustaría ir a las cataratas de Iguazú. No solo de fútbol y disfraces vive el hombre, a Pepe también le gustan deportes extremos como el rafting y el puenting. Disfrutar de la naturaleza en estado puro es otra de sus pasiones.
¿Quién dijo que viajar solo era aburrido?