José Manuel Piña / Estaban todos. Docentes, estudiantes de todas las edades, padres y madres, muchos abuelos e incluso algún niño de pecho que aprovechaba el paseo para ingerir su dosis vespertina de leche materna. Todos, o casi todos, portando la camiseta verde que, por una vez, dejaba de ser un color de chiste picante o de poema de García Lorca para transformarse en una reclamación popular masiva contra la política educativa del Govern balear, y no por el color del partido que la sustenta.
Es difícil que el presidente del Govern balear, José Ramón Bauzá, vuelva a vestir este color nunca más. Ya le quedan pocos para elegir un tono que no simbolice un descontento, un desencuentro con los distintos sectores sociales que desde hace dos años sufren en sus carnes la política de autoritaria motosierra del president.
El verde en todas sus tonalidades simboliza desde este último domingo la mayor y más contundente protesta que el actual actual ejecutivo autonómico ha padecido en esta legislatura de protestas masivas y contundentes por parte de todos los segmentos profesionales públicos afectados por su política de recortes e imposiciones contra natura. Como una imposición totalitaria se ha tomado el colectivo de la educación el Decreto Integral de Lenguas (TIL) que con fórceps e improvisaciones se empeña en parir el Govern que preside Bauzá.
La multitudinaria participación en las manifestaciones del domingo en las Pitiüses comenzó a notarse una hora antes de la convocatoria. A las cinco de la tarde era ya imposible encontrar un aparcamiento en Vila. Incluso los párkings disuasorios habilitados en las fronteras de la ciudad registraban ya un importante colapso y desbordamiento de su capacidad. Ya en la calle, los manifestantes mostraron su condición de educadores al no proferir insultos ni frases ofensivas contra la política autonómica en materia de educación.
Sí se oyeron frases como «¡Bauzá dimisión!», muchos pitos y el sordo ruido de las cacerolas azotados por los mazos de mortero, pero nada que no se esperase ya de antemano. También se exhibieron paraguas -verdes- reivindicativos del diálogo y el consenso en la aplicación del polémico decreto. Un acuerdo entre las partes que, de momento, se antoja difícil pese al éxito de la convocatoria del 29-S en todo el archipiélago.
La de Eivissa fue una manifestación muy educada, en la que nadie, ni los abuelos que también acudieron pudieran sentirse incómodos por la violencia verbal ni de cualquier otro tipo. Los seis mil participantes se disolvieron también pacíficamente en el Parc de la Pau, regando las calles de Vila con el aguaviva de numerosos afluentes verdes. «Resistire’m», coreaban muy convencidos los asistentes.
Seis mil? Ni de coña… erem un bon parell més, estic convençut.